El caso Magán ¿Quién mató a Marianella en la Calle de las Brujas?

FECHA:

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Las manos temblaron cuando marcó al 123 de la policía. Lloró, gritó sin entender qué pasaba, sólo escuchó disparos, explosiones incesantes; fueron aproximadamente quince amargos minutos que parecían no acabar. Tres veces marcó al número de emergencias policial, ese que se supone es de atención inmediata, y las mismas tres veces el teléfono fijo de su casa repicó incansable sin obtener respuesta del otro lado de la línea. De pronto, recordó que hacía pocos días agentes policiales repartieron tarjetas con los números para contactar la Estación y el “cuadrante” a cargo de la seguridad del barrio Altavista, de la Comuna 16 (Belén) de Medellín.

Entre lágrimas y gritos le pidió a su hijo menor que le dictara el número de la tarjeta porque ella no encontraba sus gafas y no alcanzaba a leer, el pequeño de 10 años, casi a rastras, se acercó y le ayudó. “Ayúdenos, ayúdenos por favor. Nos van a matar, nos van a matar. Nos están atacando los ‘Pájaros’, nos están disparando y nos van a matar, por favor ayúdenos”, fue lo único que logró decir Marta Lucía, lo repitió una y otra vez y del otro lado sólo escuchó “tranquilícese señora, tranquilícese que el cuadrante ya va a llegar”.

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Aunque no está segura por el trauma que pudo generarle los acontecimientos de esa madrugada, cuenta que la llamada al 3433645, número de la Estación de Policía de Belén, duró más de cinco minutos y que los uniformados nunca llegaron. Las víctimas de esa noche, en esa casa, pudieron haber sido cuatro: ella, sus dos hijos y su esposo, Jorge Iván, conocido en el barrio como ‘Magán’. Pero esto no ocurrió porque este último, con un revolver calibre 38, retuvo el ataque desde el interior de su vivienda.

Magán disparó y lo hizo varias veces. Horas después, agentes de la Sijín llegaron al sitio de los hechos para la inspección de rutina que requieren estos escenarios, esa que según el Sistema de Cadena de Custodia debe realizarse a fin de asegurar el lugar y “evitar la pérdida o alteración de los elementos materia de prueba”. Recogieron los casquillos de las balas del revólver que quedaron por el suelo de la casa, luego de que el arma fuera recargada, y los guardaron en las pequeñas bolsas destinadas a custodiar la evidencia.

Esta, y las marcas por impacto de bala que se observan en el portón del garaje, los muros externos de la vivienda y en una pared de la cocina, serían pruebas que demostrarían que el ataque fue dirigido a su casa y que Magán se encontraba al interior de la misma; y no corriendo por las calles del barrio, ni a punto de ser linchado como, atestiguan vecinos, dijo la policía a los periodistas que luego llegaron al sector.

Esa madrugada, una chica llamada Marianella fue herida y al otro día murió; Magán fue acusado de su asesinato.

 El enfrentamiento

La modalidad de rumba que últimamente se hace en Medellín se llama “pare”, es una citación abierta a través de Facebook para realizar un encuentro nocturno en una casa, tomándose parte de la cuadra en la que se ubica la vivienda, con música estruendosa hasta casi llegado el amanecer. Este tipo de festejos es prohibido por la policía porque perturba la tranquilidad vecinal, pero en la comuna 16 de Medellín se volvieron paisaje, especialmente en el barrio Altavista. La noche del 21 de junio de 2014, un nuevo “pare” inició en este sector, exactamente sobre la calle 19D ascendiendo desde la carrera 85; conocida también como la «Calle de las brujas”.

A las 9 de la noche, una vecina tocó en la vivienda de Magán y le dijo a su esposa, Marta Lucía, que si podía hacer una llamada desde el patio, siempre que iba a llamar a la policía se escondía en casa de ellos, le daba miedo hacerlo desde otra parte y que la descubrieran. Estaba desesperada, tenía a su madre enferma y presentía el bullicio que iba atormentar su noche, además, temía que el festejo acabara mal, quince días atrás, otra fiesta que hicieron terminó con una balacera.

La vecina llamó a la policía y advirtió toda esta situación, desde la institución le contestaron que iban a subir a verificar si los organizadores tenían permiso de realizar el “pare”, sin embargo, pasaron cuatro horas y los uniformados no llegaron.

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La casa de Magán está ubicada sobre la carrera 85, justo en la esquina donde se conecta con la calle 19D. No tiene colindantes a la derecha porque limita con un muro que desemboca en una quebrada y con un pequeño lote cubierto de matorral. Al frente de la vivienda hay una especie de morro también cubierto de maleza, condiciones naturales por las cuales este espacio hace las veces de baño público en este tipo de festejos.

La posición geográfica de la casa les permitió a él y a su familia ser testigos frecuentes, no sólo de los usos sanitarios del espacio, también de la pequeña plaza viciosa en que lo convirtieron, o su destino como sitio de castigo para las golpizas y reprimendas que infunden miedo y controlan territorios, las que dan los muchachos armados del barrio, esos que se hacen llamar los Pájaros, o ‘Pájaros Pesebreros’, ya que pertenecen a una estructura criminal que aún obedece al narcotraficante, paramilitar y protegido del B2 del Ejército, Freyner Alfonso Ramírez, alias ‘Carlos Pesebre’, hoy capo recluido luego de dudosa captura; pero como en todas las mafias: las órdenes de los padrinos y los patrones no se quedan detrás de los barrotes. 

Esa madrugada, un borracho fue la víctima de una de esas reprimendas. Pasadas las doce de la noche, cuatro muchachos bajaban a empujones a un chico algo ebrio. Lo llevaron hacia el chispero, que es como en el barrio llaman al lote enmalezado frente a la casa de Magán, y lo golpearon. La escena se repitió dos veces más porque el embriagado joven insistía en regresar. Lo que puede parecer un evento propio de las noches de fiesta, en este caso no lo era porque los cuatro agresores eran integrantes de los Pájaros. En otras palabras, el ambiente se empezó a tensionar y los vecinos empezaron a guardarse; mientras festejan las aves no es tanto el peligro, pero a la hora de las grescas llueven las balas perdidas.

A la tercera vez que el muchacho era golpeado, una señora, tal vez su madre, preocupada y agitada, llegó acompañada de dos policías, les pidió que la escoltaran para poder retirar al chico del lugar. Los uniformados se pararon a esperar frente a la casa de Magán mientras la vecina se llevaba al joven pero no hicieron nada con respecto a los agresores, tampoco se acercaron al sitio de la fiesta a pesar de que la tensión estaba en el ambiente y el licor estaba alterando los ánimos de los sujetos. La lógica policial en el territorio pareció ser “más vale pájaro rumbeando que cien disparando”.

La fuerza pública se marchó y las circunstancias siguieron igual. Testigos cuentan que en la fiesta, a cada rato, alguien discutía. Magán estaba fuera de su casa con su esposa. El ingreso a la vivienda no es directamente desde la calle, se debe atravesar un pasaje angosto, casi de dos metros de profundidad y girar a la derecha que es donde está la puerta. Ellos estaban parados al inicio del pasillo, justo al lado del muro que desemboca en la quebrada, esperando a David, su hijo mayor, que había salido con unos amigos a divertirse en la ciudad y avisó que estaba por llegar.

Diagonal a ellos, parados en la acera al lado del morro, estaban cuatro muchachos, cuatro pájaros que hablaban y vociferaban entre sí. David llegó casi a las dos de la madrugada, saludo a sus padres y habló con ellos menos de un minuto, casi al mismo tiempo que dos de esos chicos se acercaron buscando un sitio para orinar. Uno de ellos esperó y el otro escogió el muro al lado de Magán y su esposa, que estaban a punto de girar para ingresar a la casa, y sin asomo de pudor se sacó el órgano masculino con la intención de vaciar su vejiga frente a los ojos de Marta Lucía.

“No seas cochino hermano, andate a orinar al morro si tenés tantas ganas, no vez que aquí está mi mujer”, dijo Magán llenó de rabia por lo que consideró un irrespeto. Pero el otro joven, el que esperaba, provocó: “¿Cochino quién, gonorrea, cochino quién?”. Magán respondió que no hablaba con él, que se refería al otro chico porque no se fue a hacer sus necesidades al matorral, en lugar de hacerlo frente a su esposa. Pero no fue suficiente, el muchacho insultó, volvió los casi quince pasos que lo separaban de sus amigos, alegó y aparentemente pidió permiso y respaldo para iniciar una disputa. La pelea se autorizó.

Magán es un tipo con muletas desde hace dos años porque en 1992 tuvo un accidente de tránsito que básicamente le destruyó las piernas, por las múltiples cirugías a las que el sistema de salud lo sometió, una pierna quedó visiblemente más corta que la otra, entonces fue intervenido nuevamente en el 2012 para corregir el acortamiento. Según la historia clínica, en mayó de ese año le retiraron la placa correctora y desde entonces es dependiente de las muletas para el desplazamiento. Tampoco puede correr ni tiene una movilidad fácil.

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Los pájaros tal vez notaron eso y permitieron que el muchacho, quien según testigos estaba drogado, iniciara solo el conflicto. El joven arremetió en el momento en el que Marta Lucía le decía a su esposo que no les prestara atención, que estaban borrachos. Magán estaba por ingresar al pasillo cuando sintió unos pasos correr tras él, se volteó justo en el momento en el que iba a ser embestido con un puñal, elevó la muleta, logró hacer una barrera con ella, chocaron contra el portón del garaje y rodaron por el suelo; en ese instante quedaron en iguales condiciones: ninguno podía correr.

De alguna forma Magán atrapó la hojilla del arma y, aunque se cortó, logró desarmar al agresor y reducirlo a través de los golpes. Marta Lucía, nerviosa, no supo qué hacer pero recordó que tenía algo en el fogón de la cocina y entró corriendo para apagarlo; David, su hijo, se quedó esperando, por si los otros pájaros se acercaban no dejar a su padre solo.

Y así fue. Cuando el resto de muchachos se dieron cuenta de que Magán estaba dominando la pelea, se acercaron al mismo tiempo que sacaban armas de fuego escondidas bajo sus ropas. David lo notó, corrió, cogió a su padre por la espalda y lo intentó levantar pero terminó casi arrastrándolo por el pasillo para entrarlo a la casa. Los disparos empezaron a sonar e impactaron en el portón de la vivienda y en las paredes del pasillo. Esto alertó a la manada y más pájaros llegaron para unirse a la fiesta de las balas.

Pistolas nueve milímetros, revólveres calibre 38, armas hechizas que son casi de fabricación casi casera y “changones”, una especie de escopeta recortada, se vieron en ese momento en la calle de las brujas y en el chispero. Quienes vivieron esa noche cuentan que literalmente hubo una lluvia de balas, los disparos venían hasta de la loma que se encuentra detrás de la quebrada, o el muro, al lado derecho de la casa de Magán.

Los pájaros iban a ingresar a la vivienda, se acercaron gritando que iban por ellos y que los iban a matar a todos. Magán pidió su arma, indicó donde estaba y alguien le alcanzó su revólver; él también empezó a disparar. Al principio se paró en el pasillo disparando de frente, pero su hijo le pidió que entrara y se cubriera, entonces se cubrió con el marco de la puerta. Las balas iban y venían por el pasillo, pero nadie lo atravesó.

Los pájaros se sumaban y a Magán se le acababan las balas, tuvo que recargar el arma por lo cual los casquillos vacíos fueron a dar al suelo de su casa. Le gritó a su esposa que llamara a la policía y fue cuando Marta Lucía marcó al 123, el número de emergencias policial que nadie contestó, y a la Estación de Policía de Belén, donde le dijeron que se tranquilizara que el cuadrante, uniformados a cargo de la seguridad de un sector de la ciudad, ya iban a llegar.

No se sabe cuánto tiempo pasó, pero vecinos del sector aseguran que la balacera duró más de quince minutos y la fuerza pública no llegó. Por alguna razón desconocida el enfrentamiento se detuvo. Los pájaros se retiraron con prontitud, gritando que ya venían por ellos, que los iban a matar a todos. Magán prudencialmente asomó y vio cómo se retiraron. Su familia estaba pasmada, Marta Lucía pensó que la policía había llegado, esperaron unos minutos pero nada pasó.

Magán fue el primero en salir del enajenamiento y gritó: “Nos vamos. Nos vamos de acá que cuando vuelvan ahí sí nos matan a todos, cojan al niño que nos vamos”. Encendieron el vehículo y luego de asegurar y cerrar el hogar, se montaron en el auto y emprendieron la ruta de escape por toda la carrera 85. Cuando llegaron a la esquina y giraron a la izquierda para tomar la calle que los sacaba a una avenida principal, vieron que en ese punto cuatro policías estaban escondidos.

Magán y su familia pasaron por todo el frente de los uniformados, que estaban reclinados en la pared del costado de la casa esquinera y tenían parqueadas dos motos policiales, los miraron atónitos porque parecían escondidos, pero no frenaron. La policía tampoco los detuvo ni les escoltó la huída. Días después, los oficiales le dirían a la madre de Magán que ellos sí los vieron pasar y que no habían intervenido porque estaban esperando refuerzos o que acabara el enfrentamiento.

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Esa noche también estuvo Marianella en las calles, una niña de 14 años que al parecer asistió al pare y se sentó en la acera derecha de la calle de las brujas, entre el chispero y la casa de la fiesta, ubicada a cuatro viviendas hacia el norte ascendiendo desde la carrera 85. Ella recibió el impacto de una de las balas del enfrentamiento en la cabeza, lo cual le causó muerte cerebral, y al siguiente día murió. Tal vez esta fue la razón por la que los pájaros se retiraron del sector. Las autoridades culparon a Magán por la muerte.

 La versión oficial

Casi siete horas después, los medios de comunicación llegaron al sector. La policía no admitió su negligencia, inoperancia, y mucho menos una posible connivencia con la estructura armada del barrio; en su lugar, de manera absurda y con asomo de cinismo, dijeron que había sido “un caso de intolerancia”. El coronel de la Policía Ángel Rueda redujo la historia a: “un hombre a quien le incomoda una celebración que se estaba desarrollando, decide sacar un arma de fuego y agredir a la familia que estaba celebrando”.

Rueda también agregó que “afortunadamente las unidades de la policía permiten evitar que linchen a este hombre, si no serían peores las consecuencias”. Cuando los periodistas preguntaron por qué no capturaron al “intolerante” Magán, la policía respondió que «no hubo flagrancia», es decir, no estaba al momento mismo de cometerse el delito.

En resumen, de acuerdo a la versión oficial, se podría deducir el siguiente escenario: la policía salvó a un posible asesino de ser liquidado y luego lo dejó ir aunque sabía que la persona era un supuesto criminal y un peligro para la sociedad. Es difícil discernir cuál versión, si la real o la policial, deja en menos ridículo y en peor estado la imagen de esta institución. Pero como todo en Colombia, lo que importa es ofrecer resultados a la opinión pública: al siguiente día de los hechos, 24 de junio de 2014, el vicealcalde de Gobernabilidad de Medellín, Luis Fernando Suarez, anunció: “tomamos la decisión de ofrecer hasta 15 millones de pesos por el hombre que provocó estos hechos. Invitamos a esta persona a que se entregue a las autoridades».

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El día del anuncio público del vicealcalde Suarez, la versión que circulaba entre periodistas y policías ya estaba ampliada. Aseguraban que Magán había advertido a los de la fiesta su molestia y como nadie le hizo caso, fue a su casa, saco su arma y volvió a la fiesta a dispararle a todo el mundo. Dijeron que Marianella estaba sentada y que también le había disparado a ella sin compasión alguna.

El relato finalizaba con que Magán retornó corriendo a su casa porque lo iban a linchar y que fue ahí cuando la policía llegó y lo salvó. Ese día, y desde entonces, nadie preguntó sobre las condiciones de salud y físicas del supuesto asesino, que no le permiten correr. Tampoco se inquietaron por el hecho que la escena del crimen estuvo vulnerable y dispuesta a manipulación durante siete horas o más: los sucesos fueron entre 2 y 2:30 de la madrugada; la Sijín llegó a realizar su inspección pasada las 9 de la mañana, hora en que, aseguran los vecinos, inició la cadena de custodia del escenario.

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Algunos testigos aseguran que Magán fue quien les disparó y que lo hizo desde el balcón, estas personas también niegan la existencia de los pájaros en el barrio y dicen que no saben qué o quiénes son. La casa sí tiene una segunda y una tercera planta pero son viviendas con entradas independientes que al momento de los hechos estaban habitadas por otras familias, las cuales pagaban el arriendo a Marta Lucía, pues son los propietarios. Además, las vainillas del revólver de Magán, que reposan en la Fiscalía custodiados como evidencia, fueron recogidos al interior del primer piso, relativamente cerca a la puerta.

Magán y su familia buscaron un lugar para esconderse y no dijeron su ubicación a nadie. Actualmente está indiciado por el delito de homicidio en la 141 Seccional Fiscalías Medellín, despacho 121; se le acusa de asesinar a Marianella. Se podría decir que es prófugo de la justicia, pero se va a entregar próximamente.

Sólo pide que se indaguen bien los hechos, dice que desde el ángulo del que disparó fue imposible que él impactara a la chica, que sus balas sólo pudieron seguir el camino del pasillo y por lo tanto fueron a dar al matorral del frente de su casa, o al muro. También solicita que se investigue a la policía, porque desde las nueve de la noche vecinos les estaban pidiendo que acabaran con el festejo y añade, además, que tampoco fueron protegidos pese a que llamaron a informar que los pájaros les estaban disparando y aunque los uniformados llegaron al lugar de los hechos, en lugar de actuar se escondieron.

Quince días atrás, otro festejo también terminó en un concierto de balas del que poco se habló en los medios de comunicación. La policía sabe de los ‘Pájaros Pesebreros’ y ellos continúan controlando el territorio, situación que desmiente la versión del brigadier general José Ángel Mendoza Guzmán, comandante de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá (Meval), quien informó a la opinión pública que esta estructura criminal fue desmantelada luego de la captura de otro narcotraficante conocido como el ‘Gomelo’ y varios de sus hombres.

La familia de Magán está extorsionada y amenazada. ‘Juancho pájaro’, líder de la estructura criminal organizada, les pide 20 millones de pesos y la propiedad sobre las casas; es el precio que deben pagar si quieren seguir vivos.

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Esta denuncia también está en la fiscalía pero nadie hace nada y la policía, aparentemente, solo quiere capturar a Magán y entregarlo como un positivo ante los hechos de esa noche. La premisa que rige en el barrio Altavista parece ser la misma que se impone en casi todas las laderas y barrios populares de esta ciudad: Donde manda el ilegal armado no gobierna el oficial uniformado.

Redacción Aanalisisurbano.com.co

Algunos nombres fueron cambiados para proteger la integridad y seguridad de las fuentes

Espere:

El Caso Magán. (segunda entrega)

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