Con 26 homicidios, la comuna 10, Centro de Medellín, conocida también como Candelaria, es de lejos, la más violenta de la capital antioqueña.
A esa cifra se llegó sumando los dos casos de asesinatos ocurridos el sábado 24 de marzo de 2018 en horas de la noche en el barrio Estación Villa, que es ese sector en el que está incrustada la Plaza Botero, la antigua sede de Empresas Públicas de Medellín, la central Minorista y muchos otros lugares emblemáticos de la ciudad.
Son 26 homicidios cometidos en su gran mayoría con armas blancas, las mismas que exhiben para la venta en las vitrinas de decenas de locales en El Hueco. Con ellas también se cometen hurtos todos los días. Porque, la verdad sea dicha, no solo los homicidios son lo más grave que padece el Centro.
Los hurtos, la extorsión, el microtráfico, la prostitución, la venta de licor de contrabando, el comercio sexual con menores, son solo algunos de los grandes problemas que azotan el corazón de Medellín.
Por el Centro, dicen los expertos, pasan diariamente más de 1.200.000 personas que alimentan el comercio tanto legal como ilegal.
De pasada por el Centro se puede escuchar que alguien grita: “Sí hay crespa, si hay crespa”. También ofrecen pastillas y toda clase de estupefacientes. No diremos que bajo la mirada cómplice de las autoridades, aunque sabemos que algunos agentes del Estado cobran vacuna a los extorsionadores, jíbaros y hasta ladrones del Centro, y todo para que los dejen “trabajar”. Y nos atrevemos a asegurar que no es una mirada cómplice, porque a los bandidos hay que abonarles que aunque pagan extorsión, se reinventan cada día.
Para la muestra un botón. En el sector de la calle 57 con carrera 52, en las aceras donde una decena de mecánicos arregla motos a la intemperie, en un día de semana cualquiera, un hombre vestido con un overol lleno de grasa, cual mecánico, atiende a nueve personas que están, desesperadas, bajo un árbol. Les pregunta que quieren y cuántos. Se va, ingresa a un local, y regresa no sin antes mirar para un lado y para otro. Entrega unos sobres que contienen un polvo, pide que le paguen exacto. En cuestión de segundos, la venta se realizó.
Si llegara una patrulla, no le encontrarían nada, porque los jíbaros ya no andan con la droga sino que la tienen oculta en otro lugar.
Y si acaso no estuvieran de suerte y fueron sorprendidos con 9 o 10 gramos encima, cuando estén frente al juez, un brazo largo constitucional tocará el corazón del togado y este lo dejará en libertad porque “es la dosis mínima semanal”.
Cambian cada día de dinámica, ocultan la droga en lugares diferentes y los jíbaros o expendedores no son los mismos. Llaman al estupefaciente con otros nombres y así se mueven por entre la cotidianidad burlando a las autoridades.
Igual ocurre en el sector El Hueco, debajo de la línea B del Metro; en los bajos de la estación Prado del Metro, en el Parque Berrío, en el Parque San Antonio y ni hablar de la Avenida de Greiff, donde los clientes son habitantes de calle, consumidores número uno de bazuco.
Los muertos del Centro, entonces, provienen de los negocios ilícitos: enfrentamientos entre más de once combos que hay en la Comuna 10, algunos mal llamados “Convivir”, hurtos, prostitución e intolerancia.
De los 132 homicidios que se han cometido en Medellín en 2018 (entre el 1 de enero y el 24 de marzo), el 19% han ocurrido en la comuna 10. Es hora de encender las alarmas.
Si ya lo hicieron, disculpen, pero no las escuchamos.