En video | El COVID-19 saca a la luz a los trabajadores invisibles de Canadá

FECHA:

Centenares de temporeros mexicanos y centroamericanos han contraído la COVID-19 en explotaciones agrarias de Canadá y tres han muerto a consecuencia de la pandemia, lo que ha sacado a la luz la problemática de unos trabajadores que durante décadas han sido invisibles para la mayoría de los canadienses.

Hace años, la canadiense de origen nicaragüense Martha Chaves, la humorista de origen latinoamericano más conocida de Canadá, popularizó un chiste utilizando un trabalenguas que repiten los niños en Norteamérica.

En un inglés con un fuerte acento hispano, Chaves recita “Peter Piper Picked a Peck of Pickled Peppers”, lo que se puede traducir como “Peter Piper recogió un manojo de pimientos escabechados” y que en español es el equivalente a “Pablito clavo un clavito en la calva de un calvito”.

Y tras recitar el trabalenguas, Chaves añadió: “Pero siendo de Nicaragua, les puedo decir de verdad que Peter Piper nunca recogió pimientos, era Pedro Pérez el que recogía el manojo de pimientos”.

Si durante años el público se ha reído del chiste de Chaves, la pandemia del coronavirus ha revelado a muchos canadienses lo que esconde la mordaz crítica de la cómica: que son trabajadores centroamericanos, mexicanos y caribeños los que trabajan de sol a sol en los campos del sur del país para abastecer los supermercados del país.

A veces a costa de su salud y su vida, y siempre sin tener las ventajas que otros trabajadores disfrutan en el país norteamericano.

RELACIONES ABUSIVAS

Juan Luis Mendoza de la Cruz es un jornalero mexicano. Desde hace casi 30 años acude cada temporada a Canadá a trabajar en el campo, a veces hasta ocho meses seguidos. En las últimas tres décadas, Mendoza ha pasado más tiempo en Canadá que en México.

Y como integrante del Programa de Trabajadores Temporales Agrícolas de Canadá, las normas laborales no lo protegen: cobra menos del salario mínimo, trabaja hasta 14 horas diarias y no puede cambiar de empresa si el patrón lo trata de forma abusiva.

“Ha habido muchas injusticias”, explica Mendoza a Efe en una finca en la región de Niagara, en la parte más meridional de Canadá.

“A veces las condiciones precarias donde vive uno en las fincas. También en el sentido del racismo que existe aún porque nuestros derechos han sido pisoteados. Y realmente nos sentimos en cierto modo defraudados que no hay quien nos pueda apoyar un poquito más”, continuó Mendoza.

Blanca Islas Pérez es otra mexicana que lleva 18 años acudiendo a trabajar a Canadá. Su marido lo hizo antes que ella hasta que se suicidó en 1990, tras denunciar las condiciones en las que vivía y trabajaba en una granja del país.

La experiencia de Islas no ha sido mejor. Hace tres años se rompió un pie. El patrón no quiso llevarla al hospital. Cuando finalmente fue transportada al hospital, fue atendida 13 horas después del accidente.

Tras pasar ocho días en el hospital totalmente sola y sin hablar inglés, fue enviada a un centro en el que también residían personas con enfermedades mentales. Allí intentó suicidarse.

“Era puro llorar, puro sufrimiento. Fue tanto mi desesperación que un día quise suicidarme. Vi una ventana, vi un cable e intente suicidarme. Pero en esos momentos escuché la voz de una de mis hijas, reaccioné y se me quitó esa desesperación. No lo logré hacer, gracias a Dios”, explica.

TRABAJADORES INVISIBLES

Solo un puñado de organizaciones como Migrant Workers Alliance for Change (MWAC), una organización que se dedica a la defensa de los derechos de los miles de trabajadores temporales, lleva desde hace años reclamando más derechos y condiciones más justas para los jornaleros.

Hasta ahora, nadie los escuchaba. Pero en las últimas semanas MWAC ha organizado continuas protestas en varias localidades para denunciar la situación y demandar que se les conceda la residencia permanente.

El hacinamiento en el que viven en las fincas y la falta de material de protección o medidas de distanciamiento social en el lugar de trabajo ha provocado que centenares de temporeros latinoamericanos hayan contraído la COVID-19 tras llegar a Canadá. Al menos tres de ellos, Bonifacio Eugenio Romero, de 32 años; Juan López Chaparro, de 55, y Rogelio Muñoz Santos, de 24, han muerto a consecuencia de la enfermedad.

Y por primera vez, la dramática situación de estos trabajadores invisibles ha saltado a la portada de los principales medios de comunicación del país, dando un nuevo sentido al chiste de Martha Chaves.

“Siempre fuimos los invisibles. Hasta hoy empiezan a vernos un poquito más. Y a veces duele porque al ser una persona que no tiene derechos o algún estatus, uno pasa desapercibido. Ahorita quizás por lo de esta epidemia se nos empieza a ver”, declara Mendoza.

Karrie Porter es concejala en la localidad de St. Catharines, en la región de Niagara, uno de los centros agrícolas del país y donde se han producido varios brotes de la enfermedad en explotaciones agrarias.

Porter, una de las pocas voces locales que denuncia las condiciones de los trabajadores extranjeros, habla también de discriminación, invisibilidad e incluso de racismo para explicar la situación en la que se encuentran los temporeros. Para Porter, como para MWAC, Mendoza e Islas, la solución es que los jornaleros puedan solicitar la residencia permanente en Canadá.

“El racismo es un factor enorme en por qué no pueden obtener la residencia permanente. A menudo oigo decir a la gente cosas como que están habituados a trabajar en altas temperaturas, como si fueran distintos a nosotros”, declaró Porter a Efe.

“Hoy vamos a alcanzar casi 40 grados con el factor humedad. Y estos jornaleros van a estar trabajando 10, 12 y hasta 14 horas al día. Y no son diferentes a nosotros. Es asombroso oír decir a la gente que estos trabajadores son de alguna manera diferentes y que pueden soportar condiciones más difíciles que el resto de nosotros”, añadió.

Islas y Mendoza quieren que el Gobierno canadiense cambie la ley para que los temporeros extranjeros puedan solicitar la residencia permanente.

“Es justo que nos otorgue la residencia. Ya basta, ya no más maltrato, ya no más injusticia contra todos nosotros”, declara Islas.

Y añade que si pudiera hablar con el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, le diría que tuviera un “tantito de conciencia”.

“Se lo pediría de todo corazón y con respeto. Necesitamos la residencia, necesitamos el estatus para estar libres, para no estar con un solo empleador”, explicó.

Por su parte, Mendoza dice que realmente adora «esta tierra».

«Quiero esta tierra porque en esta tierra he visto crecer flores, los jitomates, el apio, la cebolla. Quisiéramos que se nos viera como personas y que por lo menos tuviéramos esos derechos que nos corresponden. Y que se nos respete”, afirmó.

EFE

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