Montevideo, 17 marzo.- Los «gurises (chicos) kamikaze», así estigmatizados por sus guardias, con problemas de convivencia en la prisión más conflictiva de Uruguay y sometidos a condiciones muchas veces por debajo de la dignidad humana, dieron ejemplo de compromiso y pusieron el brazo masivamente para vacunarse contra la covid-19.
Estos jóvenes, siempre señalados pese a que muchos de ellos no están privados de libertad por delitos graves, caminan entre ratas y sufren un hacinamiento que lleva décadas sin resolverse -hasta el punto de que muchos deben dormir en el helado piso de hormigón-.
Los «gurises kamikaze» son llamados así, como explica a Efe uno de los custodios de la prisión, porque suelen meterse en problemas sin medir consecuencias. Sin embargo, este miércoles estos chicos de los módulos 2, 3, 5, 10 y 11 se presentaron voluntariamente a recibir la vacuna CoronaVac contra la covid-19.
Entre rejas, en un angosto y sucio pasillo, con telarañas por doquier y humedad, los reclusos de la prisión de Santiago Vázquez (ubicada en las afueras de Montevideo) fueron recibiendo de a uno su dosis y después aguardaban la media hora correspondiente en un salón ruinoso, lleno de humedad y mal pintado que es donde, habitualmente, reciben las visitas de familiares.
La población carcelaria uruguaya vive una muy dura situación. Si bien las realidades son diferentes en cada prisión, lo cierto es que la de Santiago Vázquez -exComcar- es una de las peores debido al hacinamiento, la violencia y las precarias condiciones para vivir.
Allí fue donde el Gobierno uruguayo decidió hacer uno de los primeros días de inoculación para las cárceles -si bien días antes recibieron la primera dosis las reclusas de las prisiones de mujeres-.
Pese a su difícil vida diaria, llena de oscuridad, dolor, violencia y pobreza, la motivación por poder estar vacunados y, al menos en lo que respecta al coronavirus SARS-CoV-2, tener una mejor condición sanitaria, hizo que no dudaran y formaran en largas colas para ser inoculados.
Así, en esta primera jornada se espera que más del 90 % de los 1.992 habilitados logre vacunarse y que en los próximos días casi todos los más de 3.800 reclusos de esta prisión hayan recibido la primera dosis.
Según informó a la prensa el director de Convivencia del Ministerio del Interior, Santiago González, la covid-19 estuvo 9 meses sin ingresar a los recintos carcelarios y, desde que se dio su entrada, fueron «venciendo diferentes brotes».
Actualmente, en esta prisión hay 140 casos activos y 240 se encuentran en cuarentena. Además de ellos, hay una pequeña parte de población que, por edad, no podrá recibir la vacuna del laboratorio chino.
«Es una estrategia muy importante. La cárcel es un barrio más. En el barrio trabaja mucha gente, presos, policías, operadores, organizaciones no gubernamentales, gente que viene por estudio, proveedores, gente que entra por la visita y que tenemos que cuidar porque todos son brotes», enfatizó González.
A diferencia de otros grupos prioritarios que han tenido la posibilidad de vacunarse antes que el resto de la población pero no lo hicieron de la manera esperada -como policías, militares o docentes-, los reclusos son quienes pareciera que mejor entendieron la importancia de estar inoculados para combatir esta pandemia.
Ellos, que saben perfectamente lo que es el encierro tras las rejas, han sufrido la soledad en este año de pandemia. En 2020 fueron muy pocas las veces que los privados de libertad pudieron ver a sus familias.
De hecho, durante largos meses solo pudieron ver a mayores de 18 y menores de 60 por lo que hay personas que han estado casi un año sin ver a hijos o nietos.
La importancia de los afectos y la necesidad de poder cuidar a quienes van a visitarlos vuelcan la balanza a favor de la vacunación y los números de inoculados lo deja claro.
En las cárceles de mujeres más del 95 % de las reclusas puso el brazo para recibir la vacuna y en el Comcar se estima que habrá una situación similar.
Los reclusos uruguayos aprovechan el beneficio de la salud, un punto que quizás en todas las otras cuestiones de sus vidas no está presente.
Sus rostros serios, los brazos cortados -algunos por ellos mismos- y las ropas rasgadas se posaban en gran parte de estos jóvenes que dieron el «Sí» a la vacuna.
Su vida cotidiana no cambiará sustancialmente, los problemas seguirán allí, como las ratas que deambulan por los pasillos y la losa en la que pernoctan ante la ausencia de camas. Pero los privados de libertad dieron ejemplo de compromiso con la salud al entender la necesidad de poner el brazo y soportar la aguja como forma de salir de la pandemia.
Federico Anfitti