El largo camino del sudanés que pide asilo en la embajada de España en Rabat

FECHA:

Rabat, 13 de diciembre de 2022.- Hasta llegar este martes a la embajada de España en Rabat para pedir asilo, testando así la legislación española en un movimiento inédito en Marruecos, Basir (nombre ficticio) ha pasado por tres países tras dejar hace cinco años el suyo, Sudán, donde decir que era cristiano significaba la muerte.

Junto a los dos abogados españoles que tramitan su petición de asilo ante la embajada, Basir describe a EFE en Rabat un camino de dolor y frustración, el que le ha empujado a solicitar el asilo por una vía poco habitual, la de la petición en embajadas y consulados, contemplada en la ley pero que solo se ha puesto en marcha en contadas excepciones como Afganistán y Ucrania.

Han pasado 9 años, explica Basir, desde el día en que, siendo un adolescente de 15, vio morir a su padre y a su hermano en pleno conflicto de Sudán. Vivía en la región de Kordofán del Sur (en la frontera con Sudán del Sur) y era de minoría cristiana, razón por la que cuenta que se ha sentido siempre perseguido.

Cuando fueron asesinados, Basir estaba con ellos. Lo dieron por muerto, pero sobrevivió y su madre lo mandó a casa de un tío musulmán, que le forzó a convertirse al islam bajo amenaza de muerte. Obligado, explica, pronunció frente a él la «chahada», las palabras de conversión en árabe. «Dije eso solo para proteger mi vida».

«Acepté ser musulmán porque solo quería poder seguir con mi vida. Mi tío me dijo: ‘Si no quieres convertirte al islam, entonces ya no seré tu tío y tendrás que irte'», afirma, porque «si eres cristiano en Sudán te consideran como pagano, y si eres pagano pueden matarte porque es como hacerle un favor a Dios».

Tras cuatro años con su tío, decidió irse a Egipto para quedarse allí a vivir, sin la idea en ese momento de cruzar a Europa, pero le fue difícil encontrar trabajo porque no hablaba árabe y le reprochaban, recuerda, que fuera a la iglesia.

Así que en 2021 salió ya con la intención de coger una patera en Libia hasta Europa, lo que se tornó inviable porque en ese país, explica, si te detienen acabas en la cárcel y tienes que sobornar a los guardas para salir.

Al mes de llegar a Libia, partió hacia Argelia y en los tres meses que estuvo en territorio argelino intentó «muchas veces» pasar a Marruecos. Lo arrestaron y llevaron a la prisión, donde los policías, cuenta, le obligaban a fumar hachís y no le dejaban dormir. «Hacían ruido a cualquier hora y de decían: ‘¿por qué duermes? ¡no puedes dormir!».

En julio de ese año consiguió entrar a Marruecos por la frontera cercana a la ciudad de Uchda y allí fue la segunda vez que acudió a Acnur para pedir asilo (la primera en Egipto).

Le dieron un papel amarillo, recuerda, pero la policía marroquí se lo rompió tras detenerle y llevarle a la frontera argelina. «Me arrestaron dos veces y me llevaron a Argelia, al desierto», y volvió a cruzar la frontera.

Intentó pasar a la ciudad española de Ceuta varias veces y el 24 de junio estaba entre los alrededor de 1.500 migrantes que intentaron saltar a Melilla. «Fui uno de los afortunados», comenta sobre ese día, en el que murieron al menos 23 personas.

Dos de ellos, explica, sus amigos. A uno lo vio morir incluso antes de llegar a la valla, mientras su grupo bajaba por una calle en dirección a ella, cuando un coche policial lo atropelló. «Se llamaba Mohamed, murió ahí mismo».

Él fue parte de los 470 migrantes que consiguieron pisar territorio español y fueron devueltos a España, unas devoluciones que el Defensor del Pueblo español denuncia que se hicieron sin garantías legales. Este mismo organismo apeló a facilitar las peticiones de asilo en embajadas y consulados.

Basir recuerda las tres horas que pasó tirado en el lado marroquí de la frontera, al sol, sin que los gendarmes le asistieran.

«Te trataban como si no fueras un ser humano. Se fueron a rezar y volvieron, les pedí agua y no me la dieron. Me decían: ‘No te mereces beber, solo morirte ahí, sois animales'», recuerda.

A Basir lo trasladaron en un autobús a la ciudad de Beni Melal, a cientos de kilómetros de allí, y luego ha estado viviendo en la calle en Casablanca. «Si llueve, duermo debajo de un puente. Si no llueve, en cualquier sitio», explica.

Accedió a la posibilidad de pedir asilo en la embajada española como último recurso de un largo camino en el que todavía no ha conseguido el estatuto de refugiado. «España me devolvió», argumenta. Lo único que quiere «es encontrar un sitio seguro para vivir».

María Traspaderne

EFE

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