Para nadie es un misterio la existencia del fenómeno del narcotráfico en el mundo y especialmente en Colombia; durante décadas, la producción y el consumo de drogas sicoactivas ha sido una constante, y en nuestro país, hemos escrito una página aparte en tal sentido. La siembra de cultivos de marihuana y cocaína han ocupado vastas porciones del territorio nacional, sin embargo, fue en las últimas décadas del siglo pasado donde la problemática alcanzó niveles extraordinarios, como consecuencia de la emergencia de grandes capos del narcotráfico, quienes convirtieron un cultivo ancestral, en uno de los negocios ilícitos más rentables.
Es precisamente a partir de allí, y hasta hoy se ha mantenido, que se dio génesis al término “narco – cultura”, con el que se ha pretendido enmarcar el accionar de los grupos narcotraficantes, dando a entender que gran parte de la problemática de nuestra sociedad actual se debe precisamente a dicha sub – cultura. A la llamada narco – cultura se le atribuyen gran parte de los problemas estructurales que hoy atraviesa la sociedad colombiana, entre ellos, la violencia desmedida, la corrupción, el ansia del dinero fácil, la ley del menor esfuerzo, el desconocimiento de las normas y la violación flagrante de los derechos de los demás, por mencionar solo algunos.
No obstante lo anterior, la llamada narco – cultura no es más que otro de los mitos que nuestra dirigencia económica y política ha creado para desviar la atención de la sociedad civil frente a las causas primigenias de nuestros graves problemas como colectividad. Con la anterior afirmación, no se pretende desconocer la ilicitud de la actividad reseñada, ni el grave daño que ha causado en el mundo, lo que se busca es determinar con cierta proximidad, la real incidencia que dicho proceder criminal ha tenido en la construcción de nuestra cultura como sociedad.
Tal como se expresó anteriormente, el mito de la narco – cultura tiene su origen en las altas esferas del poder político y económico, ello con la clara intención de desviar la atención de la sociedad civil frente a las verdaderas causas de nuestro transcurrir como sociedad, y para nadie es un misterio la capacidad que poseen las élites para generar cortinas de humo que les permitan ocultar la cruel realidad a la que someten a los ciudadanos del común. En el caso específico de la denominada narco – cultura, nuestros “honorables” padres de la patria la ubican como la génesis de la destrucción de nuestros valores y principios como sociedad.
No obstante, se hace necesario develar, que las graves fallas que presentan nuestros cimientos como sociedad, están determinadas realmente por el modelo cultural generado por las élites políticas y económicas de nuestra Nación, la llamada narco – cultura, no es más que una réplica de dicho patrón cultural, los grandes capos del narcotráfico aprendieron de memoria la lección y la ejecutaron a la perfección.
Es así como nuestros dirigentes, a lo largo de la historia republicana, han ido inoculando a la sociedad un patrón de comportamiento ajeno a los parámetros que determinan la construcción de una sociedad civilizada, donde primen la justicia, la equidad, la convivencia pacífica, el respeto por los derechos del otro y demás valores y principios propios de las culturas más avanzadas. Quienes han ostentado durante todos estos años el poder político y económico en Colombia, se han aprovechado de dicho poder para mantener el statu quo que les permite conservar su privilegiada posición, y para ello sin ningún recato moral o legal, se han valido de todo tipo de estrategias, que en muchos de los casos rayan en la ilegalidad.
Los males que le endilgan a la narco – cultura, han existido desde tiempo atrás y, como se expresó anteriormente, han sido producto del ejemplo de nuestros líderes, quienes a través del abuso del poder, la connivencia mutua entre gobernantes y empresarios, el uso de todas las formas de lucha, que también le han querido endilgar únicamente a la izquierda, el desconocimiento de los derechos de las minorías, la imposición de un único modelo económico y social, entre otros, han permitido que la injusticia, la inequidad, la exclusión y la violencia como único mecanismo para resolver nuestras diferencias, marquen nuestro rumbo como sociedad.
Al mirar con detenimiento, se observa que los grandes capos de la mafia en realidad copiaron de nuestras élites su modus operandi, y es por ello que impusieron el terror a base del abuso del poder que les otorgaba su gran capacidad económica y por ende armamentista; sin embargo, ello más que una causa y un estándar cultural, en realidad no era más que una consecuencia y una reproducción del actuar de la dirigencia política y económica del país. En resumidas cuentas, la llamada narco – cultura no es más que una réplica del abuso de poder que por siempre han ejercido en Colombia las élites políticas y económicas.
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