Caracas, 20 de julio.- Impoluto, con sombrero negro, a juego con su traje y corbata del mismo color, en contraste con su blanca camisa, el médico José Gregorio Hernández, que será beatificado por decreto papal 101 años después de su muerte, revive en las calles de Caracas para acabar con la COVID-19 en Venezuela.
Como si se tratase de una reencarnación, Jesús García, un artista de 33 años, se ha puesto en la piel del galeno y ha incorporado a su indumentaria un elemento imprescindible en estos tiempos: una mascarilla.
En medio de la pandemia, esta personificación recorre las calles de la capital para luchar contra el coronavirus con dos armas: ciencia y fe.
Así, con ademanes de santo doctor, la réplica viviente de José Gregorio, como le llaman cariñosamente sus creyentes paisanos, llama a los venezolanos a la consciencia para usar tapabocas y aplicar el distanciamiento social, justo cuando la COVID-19 empieza a desatarse en el país suramericano.
Esta iniciativa quiere aprovechar la imagen del venerado médico, conocida por todos los venezolanos y presente en cada rincón del país, que ha sido potenciada luego de que en junio, El Vaticano anunciase su beatificación para el primer trimestre de 2021.
CIENCIA
Hace más de un siglo, Hernández introdujo el microscopio en los laboratorios venezolanos, fue catedrático de Medicina y atendió a enfermos de la llamada gripe española. Hoy, en un plano metafísico, vuelve a Caracas para sumarse como una autoridad divina a las labores científicas que buscan contener el nuevo coronavirus.
«En aquella época o en esta, él hubiera hecho la misma labor», dice a Efe García, mientras toma un descanso en su periplo por las barriadas caraqueñas.
El artista insiste en la capacidad que tuvo su «alter ego» para creer en los milagros, al haber sido un estudioso de la religión, sin dejar de tomar las medidas terrenales para sanar a los enfermos y cuidar la salud.
«Así como el doctor José Gregorio logró mezclar la religión con la ciencia, entonces es como casarla. Vamos a tener fe pero también vamos a apoyar a los doctores, a la ciencia, para que logren erradicar este virus de una vez por todas», sostiene.
El joven, bailarín de una compañía estatal, asegura que su objetivo es instar a los venezolanos a «tomar conciencia de la prevención» y «no solamente esperar un milagro».
Para lograr este cometido, resiste el sol caribeño mientras pregona el correcto uso de la mascarilla o la importancia de quedarse en casa por estos días.
FE
El hombre de traje negro sigue su marcha. Los caraqueños, unos pocos escépticos y la mayoría entusiastas, lo siguen con la mirada o lo escuchan con atención.
«Gracias a él yo estoy aquí», relata convencida Yusma Hernández, minutos después de encontrarse con su salvador.
La comerciante de 50 años cuenta que cuando era una niña sufrió una meningitis y quemaduras de primer grado por lo que los médicos la habían «desahuciado». «Y me salvó el doctor José Gregorio Hernández (…) mi papá le pidió con mucha fe al doctor», agrega.
Testimonios similares se pueden encontrar en cada poblado de Venezuela y se pueden apreciar condensados en las miles de placas de agradecimiento «por los favores concedidos», que hoy tapizan el santuario del doctor en su natal Isnotú, ubicada en el estado Trujillo (oeste).
También emocionado por la artística «aparición» y evocando la última visita que hizo al santuario de José Gregorio, el comisario Luis Bruzual considera que «se habían demorado mucho en beatificarlo».
El hombre de 51 años ve «muchísimo mejor» que su imagen vaya a llegar a los altares católicos y que se hagan estos recorridos para que «la juventud de ahora que no tienen ese conocimiento sobre el santo» se familiaricen con él.
MILAGRO
Ana María Martínez jura que José Gregorio curó el hígado de su hijo luego de un trágico accidente, Rafael Grismán tiene una imagen de medio metro del médico en casa a la que le reza cuando está enfermo y Yony Bolívar celebra que, gracias a su fe en el doctor, recuperó la movilidad que había perdido en parte de su cuerpo.
En distintos puntos de Caracas, caminando a un lado o sentándose junto a ellos, ese salvador, al que le deben tanto, se les apareció para pedirles que se laven frecuentemente las manos, que no se toquen la cara, para decirles que es mejor guardar distancia y que la mascarilla debe cubrir la nariz y la boca.
Estas recomendaciones, que la Organización Mundial de la Salud lleva meses repitiendo, son recibidas como maná por estos creyentes que, gracias a la fe, son ahora unos aliados para cortar las cadenas de transmisión de la COVID-19.
Sin embargo, este aparente milagro puede que haya llegado tarde o que sea insuficiente para detener la voracidad de una pandemia que hasta ahora había estado latente en Venezuela y que amenaza con seguir multiplicándose en contagios y muertes.
Héctor Pereira
EFE