Londres, 21 de julio de 2025.- Puede que Westminster sea el Parlamento más famoso del mundo, pero se cae a pedazos. Ratones, amianto, humedades, riesgo de incendio… la lista de achaques no deja de crecer mientras los responsables de la institución barajan las opciones para su reforma, que debería de votarse este año.

El reto es de enjundia: cómo darle la vuelta de pies a la cabeza al Palacio de Westminster, hogar del Big Ben, sin que la actividad política se vea afectada en exceso.

Conviene recordar aquí que, a diferencia de tantos Legislativos en el mundo, el británico es realmente la piedra angular de la política del país. La soberanía en el Reino Unido reside en el Parlamento, y sus bulliciosos pasillos testimonian que dentro se cuece algo más que cruces de declaraciones y acusaciones partidistas.

Sobre la mesa de los diputados y de los lores hay tres opciones para la reforma, planteadas por una comisión en un plan estratégico que cuya votación se prevé para este año.

La primera, bajo el nombre de ‘Desalojo total’, conllevaría el traslado de la Cámara de los Comunes (baja) al cercano edificio gubernamental de Richmond House entre 8 y 10 años, y de la Cámara de los Lores (alta) al centro de conferencias Queen Elizabeth II durante 11 años.

Esta alternativa cuenta, según el informe, con la ventaja de que presentaría menores riesgos para la salud y la seguridad de los ocupantes de Westminster, así como una mayor eficiencia en la ejecución. Pero una década es una eternidad, y aún más en política.

A medio camino estaría la ‘Presencia continua’, que mantendría a los diputados en el Palacio pero llevaría a los lores al centro Queen Elizabeth II durante 17 años.

Se trataría de un proceso más complejo, pues las obras serían parciales y rotatorias, y además presentaría más riesgos para la seguridad y la salud.

Como opción conservadora queda el plan de ‘Mantenimiento y mejora progresivos’, que no requeriría el desalojo del palacio y permitiría un mayor control parlamentario del proceso, aunque ralentizaría la renovación y sus beneficios serían menores.

«Una de las grandes dificultades es que no se puede parar el trabajo durante las obras. Es muy diferente construir algo desde cero que renovar un edificio ya existente y que es fundamental para la vida del país», explica a EFE un portavoz del Parlamento en una visita exclusiva por las tripas del palacio.

Lustroso por fuera, avejentado por dentro

El Parlamento del Reino Unido se reúne en Westminster, a orillas del río Támesis, desde el siglo XIII, aunque el emplazamiento ya fue utilizado como iglesia, abadía benedictina y palacio real en épocas anteriores.

En 1834 un incendio arrasó con las dos cámaras parlamentarias y apenas dejó indemne la parte más antigua del palacio, el Westminster Hall (siglo XI). Su reconstrucción neogótica lo convirtió de inmediato en el Parlamento más reconocible, hasta ser incluido como Patrimonio Mundial de la Unesco en 1987.

Pero su lustre, que a tantos turistas atrae cada año, se desvanece a medida que uno se interna por el palacio, recorre sus cinco kilómetros de pasillos mal ventilados y pisa una moqueta que ha conocido vidas mejores.

El palacio está catalogado como «seguro para la vida», pues se podría salvar a todo el mundo en caso de incendio, pero no como «edificio seguro», pues su estructura ardería.

Asentado sobre un terreno cenagoso -a Westminster Hall se accedía durante siglos en barca-, los sótanos del edificio son más conocidos como los «pasillos del submarino» por las arcaicas tuberías que los recorren para garantizar la calefacción central.

Hay tres calderas, una de ellas de reserva. Pero cuanto más se aleja uno de la sala de calderas, peor funciona la calefacción, como sucede en la galería de prensa, donde son habituales las quejas de los periodistas por las temperaturas en invierno.

El listado de defectos del palacio es extenso. Se han identificado hasta 2.500 puntos con amianto, que en principio no suponen un riesgo para la salud mientras se mantenga estable, apuntan desde el parlamento.

También habrá que darle un repaso a los sistemas de ventilación. Cuando se reconstruyó el palacio, se crearon una especie de ‘chimeneas’ que iban del sótano hasta las torres con la idea de que renovasen el aire a su paso pero también por la falsa creencia de que el cólera se propagaba por vía aérea y no por el agua.

La realidad es que, tal como está, es una forma infalible de hacer que un fuego se propague con facilidad por sus más de 1.100 habitaciones.

El alcantarillado también supone un quebradero de cabeza después de que el mecanismo eléctrico para bombear las aguas residuales a la red de Londres se estropease hace seis años y tuviese que ser reemplazado por un sistema de vapor construido… en 1888.

Y las personas discapacitadas afrontan un reto mayúsculo para moverse, ya que solo el 12 % del espacio está libre de escalones, por lo que se aspira a que ese porcentaje alcance como mínimo el 60 %.

Este año el Parlamento deberá pronunciarse para acometer una reforma tan necesaria como postergada. No en vano, la institución se deja ya 1,45 millones de libras (1,67 millones de euros) a la semana en reparaciones y mantenimiento.

Enrique Rubio

EFE

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