Lima, 17 junio.- La crispada coyuntura electoral que vive Perú sacó a flote un sentimiento latente en su sociedad: el racismo, una herencia colonial que se ha expresado sin filtros y usado como estrategia para infravalorar el voto indígena y campesino, donde arrasó el virtual presidente electo, Pedro Castillo.
«Gane o no gane Castillo deberíamos poner a sus votantes en campos de concentración», «toca volver a quemar el Amazonas», «que vuelvan las esterilizaciones», dicen algunos de los innumerables mensajes que colmaron de discriminación la recta final del proceso electoral peruano.
Si bien este tipo de manifestaciones no son insólitas en el Perú, la fractura social que suscitó el polarizado balotaje del pasado 6 de junio desató una campaña de odio contra los votantes de Castillo, por parte de un sector social blanco y de clase alta que ve en la victoria del maestro rural el apocalipsis para sus privilegios.
Así lo expresó a Efe la activista indígena Tarcila Rivera, presidenta del Centro de Culturas Indígenas del Perú (Chirapaq), quien lamentó que esa «pelea por el poder» encauce a algunos a «perder toda cordura, toda noción de derechos y respeto».
«En este contexto, donde por primera vez participa un candidato no apoyado por la derecha, el racismo es utilizado como una estrategia para descalificar el voto rural que, en el imaginario social, vale menos que el voto extranjero o limeño», completó a Efe Marco Lovón, estudioso del uso racista del lenguaje en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
METRALLETA DE INSULTOS
Las redes sociales han sido el entorno más usado para descargar la metralleta de insultos que tildan de ignorantes a los electores de Castillo e incitan al «genocidio» de las comunidades rurales que votaron contra el continuismo económico de la candidata derechista Keiko Fujimori.
El pasado sábado, cuando el recuento ya daba un triunfo casi irreversible a Castillo, se hizo viral una conversación en la que sus participantes, todos hombres blancos de clase alta y entorno social privilegiado llamaban a la «destrucción» de las regiones andinas donde el candidato obtuvo una votación abrumadora.
«En esos lugares voy a tirar mi basura al piso, escupir en la calle, violar a las mujeres, pegarle a sus niños, esterilizar a todos. Castillo es un cholo de mierda y sus votantes son alpacas que no saben por qué votan, ni leer deben saber», escribió uno de ellos.
Más sutil, el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, convertido en un firme aliado de Fujimori contra Castillo llegó a afirmar que con el maestro habrá una «catástrofe», algo «evidente para una inmensa mayoría de peruanos, sobre todo los peruanos de las ciudades, que están más informados que el resto».
Aunque ganó intensidad en los últimos días, esta campaña de desprecio -repudiada entre otros por Amnistía Internacional- arrancó en abril, tras la sorpresiva victoria de Perú Libre en la primera vuelta electoral y que dejó en evidencia el abismo que divide Lima de la población rural y pobre del país, históricamente relegada por las élites capitalinas.
CLASISMO DEL ‘ESTABLISHMENT’
Para Lovón, estos ejemplos demuestran no solo el auge del «ciberodio» racial en Perú si no también cómo viene cargado de otro legado colonial: el clasismo.
Este, según el lingüista, se hace patente en el uso recurrente de adjetivos racializados y de uso despectivo como «cholo» (mestizo) o «serrano» (natural de la Sierra), espetados por élites urbanas que suelen vincular los estratos sociales rurales y pobres con la falta de educación.
«Desde el inicio de la campaña se ha dicho que son gente que no sabe escribir, que no debería votar, que no representa al país», criticó Lovo.
El docente recordó que en el Perú, donde el 5,6 % de la población es iletrada -un porcentaje que casi se triplica en las zonas rurales (14,5 %)-, los analfabetos, en su mayoría indígenas, tuvieron restringido su voto desde 1896 hasta 1979, cuando el país andino se convirtió en el penúltimo de la región en reconocer su sufragio, solo por detrás de Brasil.
«En los últimos años, (los indígenas) hemos logrado reconocimientos y lo triste ha sido comprobar que todos estos esfuerzos solo son útiles mientras no afecten al ‘establishment'», declaró Rivera, quien tachó de «indignante» y «terrible» la perpetuación de «la mentalidad totalmente colonizada» de algunos de sus conciudadanos.
OFENSIVA JUDICIAL
Para la presidenta de Chirapaq, esta campaña racista se sella con el intento de Fujimori de anular unos 200.000 votos, la mayoría de zonas rurales favorables a su rival, aduciendo sin pruebas la existencia de un «fraude en mesa sistemático».
«En la serranía han llenado las ánforas a su antojo», comentó el abogado fujimorista Julio César Castiglioni para justificar la ofensiva judicial, que está siendo rechazada en todos sus extremos por los jurados electorales por llegar fuera de plazo y carecer de pruebas consistentes.
Frente a esta maniobra, los líderes de comunidades campesinas e indígenas se declararon en vigilancia permanente y amenazaron con movilizaciones sociales para hacer respetar sus papeletas.
«No nos vamos a quedar callados», aseveró Rivera, quien exhortó a las autoridades peruanas a impulsar de forma urgente un «plan educativo intercultural» porque, como dijo Lovón, «ya es el tiempo para incluir un combate social contra el racismo» en el Perú.
Carla Samon Ros