São Paulo, 18 sep – Manaos, la mayor ciudad de la Amazonía brasileña, atraviesa por segundo año consecutivo una sequía severa, reflejada en la constante disminución del caudal del río Negro y en la amenaza de los incendios que se multiplican en la región.
El Negro, uno de los principales afluentes del Amazonas, registró este miércoles 15,5 metros a su paso por Manaos, 3,8 metros menos que en el mismo día del año pasado.
De seguir a este ritmo, un descenso diario de unos 24 centímetros, el río batirá en un par de semanas el mínimo histórico alcanzado a finales de octubre del 2023, cuando el nivel se situó en 12,7 metros.
En el lago Puraquequara, en la zona metropolitana de Manaos, Isaque Rodrigues, vendedor de 57 años, está cavando un pozo en un barrizal que hasta hace poco estaba cubierto de agua.
Según Rodrigues, si se cava lo suficientemente profundo el líquido turbio desaparece y ya sale agua mineral, un bien preciado para comunidades que muchas veces no cuentan con pozos de agua potable y que extraen el líquido directamente de los ríos y lagos.
El vendedor vive en una casa de madera flotante que ha tenido que trasladar a una área más profunda del lago para que no quede encallada.
Es un traslado que hace todos los años durante la temporada seca, pero que en los últimos dos ha tenido que adelantar en más de un mes debido a la llegada temprana de la sequía y a su severidad.
«Antes mi vida no era así… La sequía llega cada vez más temprano y es más fuerte. Probablemente sea igual el próximo año», afirma a EFE.
El Ayuntamiento de Manaos prohibió este martes el baño en una turística playa de la ciudad debido a la disminución del Negro y empezó a distribuir botellas de agua en algunas comunidades ribereñas con problemas de suministro hídrico.
La cuenca amazónica sufre la peor sequía en 45 años, con el doble de incendios en lo que va de año que en el mismo periodo de 2023, en su práctica totalidad provocados por el hombre según el Gobierno de Brasil.
Hasta ahora, se han quemado 96.000 kilómetros cuadrados de la Amazonía, un 2,3 % del ecosistema.
EFE