Londres, 27 mar– La vida se hace hueco en el distrito londinense de Newham como la hierba que asoma entre las grietas de sus pasajes, poco acostumbrados aún al bullicio tras convertirse meses atrás en epicentro de la pandemia en Inglaterra con la tasa más elevada de mortalidad por covid.
Ocho kilómetros separan la fantasmagórica City de Londres, donde los pasos retumban contra los rascacielos de oficinas vacías, y la exuberante Newham, al este y por encima del Támesis, donde nada parece revelar las heridas aún sangrantes que ha causado la pandemia.
Las arterias comerciales van recuperando el pulso y las colas de gente -escrupulosamente ordenadas, como manda la costumbre inglesa- rebrotan en paradas de autobús, entradas de supermercados y tímidos mercadillos de frutas.
Ya no hay terrazas de bares colmando las aceras, pero ahí siguen tozudamente abiertas las tiendas esenciales, inmunes al cerrojazo que rige en Inglaterra desde enero y a los otros dos confinamientos que cayeron durante el año pasado.
Billy se encoge de hombros cuando explica que la carnicería donde trabaja desde hace cuatro años, al este de Newham, ha conseguido mantener la persiana subida asumiendo una caída de ingresos y adaptándose a las medidas de protección frente a contagios, una tarea que le ha causado algún que otro quebradero de cabeza.
«Vienen ‘vigilantes de la covid’ a decirnos que cumplamos las directrices, pero tenemos poco espacio entre mostradores y no podemos separarlos más porque el ayuntamiento no nos deja», dice señalando unas bandejas de cordero y pollo dispuestas en mesas bajo un toldo a rayas, al resguardo del inclemente tiempo londinense.
Unos metros calle abajo, entre cazuelas, cubos y sillas de plástico, Abdul ayuda a su padre a cortar un hule a medida para una clienta, que vocifera para hacerse oír entre el gentío que copa la avenida a las cinco de la tarde.
Todavía quedan tres semanas para que reabran todas las tiendas, pero el joven asegura que el ambiente que se respira ya es casi como el que había antes de la pandemia: «cada día pasan por aquí unas 200 personas, y eso que aún estamos en confinamiento; de aquí a unos meses todo volverá a la normalidad».
Lo mismo piensa Billy, y también Jithendhar, un estudiante que llegó hace tres meses a Londres desde la India, donde cree que el coronavirus está mucho más desbocado que en su nuevo barrio británico.
«Aquí va mejorando todo con el paso de los días, me siento seguro y estoy feliz», asegura radiante el universitario, que aguarda con ansias el momento de recibir la primera dosis de la vacuna contra la covid, tal como ya han hecho un 23 % de sus vecinos en el distrito.
Newham, torre de Babel idiomática donde confluyen decenas de minorías étnicas de todos los credos y culturas, se sacude ahora el polvo para resurgir una vez más, con la resiliencia y obstinación que demanda vivir en una de las áreas londinenses más desfavorecidas.
Según datos del ayuntamiento del distrito, de más de 350.000 residentes, dos de cada diez niños viven en familias de bajos ingresos, mientras que un 16 % de los hogares sufren pobreza energética, seis puntos porcentuales más que la media inglesa.
Un 72,4 % de los residentes de Newham son negros, asiáticos o de minorías étnicas, colectivo que, en cambio, no llega a representar la mitad de la población de toda la ciudad de Londres.