Una gaita silba en la calurosa tarde en El Salado. Son los niños de la escuela de música del corregimiento que ensayan para acompañar este martes el acto de conmemoración de la masacre ocurrida hace ya dos décadas.
El pueblo está ubicado a 35 minutos por carretera desde el casco urbano del municipio del Carmen de Bolívar, pero a años luz de la inversión estatal y el progreso.
En El Salado, los recuerdos de los paramilitares atravesando las puertas a patadas disparando nunca se borraron, para los sobrevivientes de esos días de terror es mejor no hablar.
Sus habitantes esconden sus temores bajo un halo de dignidad. Les hastía que preguntones vengan a indagar por los detalles de un dolor que solo ellos, que lo vivieron, cargan a la espalda.
Que importa ya que aquella mañana aciaga del 18 de febrero del año 2000 a la señora Neivis Arrieta, con tres meses de embarazo, la hayan desnucado y luego empalado en un árbol seco ubicado frente a la iglesia del pueblo. Qué más da el recuerdo del ametrallamiento de Ornedis Cohen, Edgar Cohen, Eliseo Torres, Eduardo Torres y Euclides Torres Zabala. Para qué sirve recordar el crimen de Edith Cárdenas Ponce frente a toda la comunidad o el de Víctor Urueta, un campesino solitario con problemas mentales a quien los paramilitares mataron a golpes porque no podía hablar.
¿Para qué detalles de los 60 crímenes atroces perpetrados dentro del pueblo y en veredas vecinas?
Acá, en este pueblo olvidado, rememorar trae dolor, rabia. Los asesinos consiguieron perpetuar el dolor porque los sobrevivientes fueron testigos de las más brutales formas de tortura: violaciones, personas ahorcadas y empalamientos.
“Los paramilitares cercaron el pueblo apoyados por helicópteros artillados y el avión fantasma del Ejército. Esta es una masacre que se hizo con la complicidad del Estado, pero ningún gobierno lo ha reconocido», señala Otilio Buelvas Romero, de 70 años, sobreviviente y participante de un taller sobre el estado emocional de la comunidad, liderado a inicios de este mes la Unidad para la Atención de la Víctimas, en la Biblioteca del pueblo.
Desde la Loma del Copé, el cerro más representativo, se observa un pueblo gris, triste, con una población que sigue de luto.
Calles polvorientas por donde nunca pasó la inversión del estado. Casas que alguna vez fueron hogares felices, hoy son ruinas. La mayoría de familias nunca volvieron.
De 7 mil habitantes en la década de los 90, hoy 1.200 personas luchan porque El Salado no desaparezca.
Borrosa, bajo la canícula, aparece olvidada la iglesia del pueblo, como hace 20 años con sus puertas color café, cerradas, testigo silente de la masacre de inocentes, señalados de ser auxiliadores de los frentes 35 y 37 de las Farc, el otro actor armado que también sembraba el terror en la región.
Cae la noche, y ese común denominador festivo y de derroche de los pueblos caribeños no se vive en El Salado. No se escuchan las plegarias poéticas de un vallenato o una salsa feliz retumbando en alguna cantina. En el Salado no abren cantinas. Un viejo billar que los fines de semana es el punto de encuentro de los varones para tomar cerveza.
De todas las intervenciones que ha tenido el pueblo, hay pocas de las que se sienten orgullosos.
El museo de la memoria del Salado, el cual sería construido en el mismo predio donde hoy se encuentra el deteriorado monumento a las víctimas, es una de las mayores frustraciones de los salaeros.
“Esto era lo primero que se tenía que haber hecho, el mundo tiene que saber lo que pasó en los Montes de María, para que no se repita en ninguna parte. Por eso decimos que no ha habido justicia. Que el mundo conozca la verdad y ese centro es urgente para que allí vaya toda la memoria del Salado y sus alrededores. El Salado no puede seguir viviendo un duelo silencioso”, explica Neyda Narváez, sobreviviente y líder de la región.
Este proyecto del cual incluso la comunidad tienen los diseños, es una de las grandes promesas incumplidas.
“¿Cómo es posible que hoy tengamos un director del Centro de Memoria Histórica que dice que acá no hubo conflicto? ¿Ese señor con qué va a tapar algo así? Toda la región de los Montes de María fue azotada por el conflicto, y tenemos historia para contar, porque esto está vivo”, añade la líder salaera, que rechaza las amenazas de que es víctima otra líder local: Yirley Velazco y su familias que desde hace dos años están en la mira de los violentos.
Todavía falta mucho
Los 19 kilómetros de carretera que separan al Carmen de Bolívar de El Salado están pavimentados, no obstante el progreso aún no llega al pueblo.
El monumento a las víctimas, el cual fue construido frente a la cancha de microfútbol, hoy está en ruinas.
Las placas con los nombres de las 32 personas asesinadas en plaza pública se cayeron y la maleza invadió el monumento.
La Institución Educativa técnica Agropecuaria el Salado, que tiene 430 estudiantes, está conformada por cinco sedes, una de la cuales tiene bachillerato. “El colegio necesita con urgencia intervención en infraestructura: baños de mejor calidad, adecuar el comedor estudiantil y mejorar el transporte escolar”, recuerda el profesor Javid Torres.
En su totalidad el pueblo carece de vías pavimentadas, salvo algunos callejones que conducen a la nueva cancha sintética de futbol. El Salado es una nube de polvo en verano y un lodazal en invierno.
Hay agua, pero la comunidad debe hervirla y recurrir a todo tipo de menjurjes caseros para hacerla apta para el consumo humano.
Entre las medidas de reparación colectiva está el alcantarillado del pueblo; que pese a que fue construido, ya colapsó y produce olores fétidos en gran parte de la población. Los niños de la sede de primaria del colegio son los más afectados con los olores.
El pueblo tiene alumbrado público pero enfrenta, como todo el caribe colombiano, el mal servicio de Electricaribe.
La población cuenta con puesto de salud, pero la comunidad pide la presencia de un médico permanente, porque la mayor parte del tiempo solo hay una enfermera. El centro cuenta con ambulancia propia.
La Armada Nacional y la Policía tienen presencia en el pueblo. Los hombres de la Armada permanecen en el cerro tutelar de la población y la policía, en una casa en arriendo.
Manuel Chamorro, ‘mañe’ rodeado de gallos, su pasión. Ya son 66 años rompiendo el barbecho a punta de machete para ganarse la vida. Sobrevivió a la matanza, pero encontró a su padre asesinado a puñal en un camino.
De su rostro golpeado por el sol y sus ojos cansados brota el recuerdo de lo que fue El salado. “Antes de las masacres El Salado era otra cosa, vivíamos prósperos. Había una cooperativa con 100 mujeres que hacían tabaco, había trabajo para todos y en la campo también se vivía bien la gente tenía pollos, cerdos y vacas. La plata se movía”, dice ‘mañe’, hoy presidente de la Junta de Acción Comunal del pueblo y quien anhela los tiempos en que se hacían corralejas y fiestones.
Mañe anhela Cuando las dos tabacaleras que sacaron corriendo lo violentos eran garantía de trabajo, cuando El Salado aspiraba a ser cabecera municipal y era la capital tabacalera del Caribe.
El gran orgullo de la población es la casa de la cultura y su gran biblioteca, inauguradas en el año 2012, pero su bibliotecaria Mile Medina Cárdenas está trabajando gratis porque aún no firman el contrato para este año.
“No puedo dejar de abrir la biblioteca por nada, este es el corazón de los niños y la esperanza del pueblo”, dice Mile.
Con lo otro que sacan pecho en el Salado es con la cancha sintética de fútbol que fue inaugurada en el año 2016 y que convoca a los jóvenes todas las noches.
Para mostrar al mundo también está Barrio Nuevo, un conjunto residencial con 100 viviendas de interés social, que fue inaugurado en el 2017.
Las casas, con sala – comedor, dos habitaciones y un quiosco en la parte trasera hecho en palma- son un homenaje a la cultura Caribe.
La Escuela de Música de El Salado también hace parte del rostro amable de la población con un grupo de 50 niños que mantienen vivas las tradiciones de la región con gaitas y tamboras.
Carlos Torres, salaero, sobreviviente de la masacre y hoy alcalde del Carmen de Bolívar, hace un llamado al Gobierno Nacional y a la empresa privada.
“Ayúdenos a salir adelante, a tecnificar el campo, hoy en El Salado no existe un solo proyecto productivo o de tecnificación para mostrar, acá han entrado una docena de supuestas ONG que se llenaron los bolsillos con el dolor de la gente, pero lo que dejaron fue al pueblo dividido”, señala el mandatario salaero.
Tomado de El Tiempo