Leópolis (Ucrania), 31 mar – La familia de Oleksiy Prytula y su mujer Yulia es una de las muchas cuyas vidas cambiaron para siempre por la invasión rusa después de que el primero, que se alistó voluntario al Ejército ucraniano, perdiera ambas piernas hace medio año.
«Nuestra hija Solomia no podía explicarse por qué un país tan grande como Rusia nos querría atacar: ‘¿no tienen suficiente tierra?», relata Yulia con voz temblorosa cuando recuerda los primeros días de la invasión.
Cuenta a EFE que siempre han sido sinceros con su hija de ocho años. Poco después de que las primeras explosiones sacudieran su ciudad, Odesa, la madre de Solomia le dijo a la pequeña que no sabía qué ocurriría después: «Le pedí que hiciera como le decía, que se echara al suelo cuando comenzara el ataque».
Cuando, meses más tarde, Solomia supo que su padre, un veterinario de 41 años convertido en soldado, perdió ambas piernas en el frente, se enfadó. «¿Por qué le dejaste ir? Katya y Dasha todavía tienen a sus padres con ellos», le gritó a su madre.
Después la pequeña se disculpó: «Mi padre me está protegiendo a mí y a todos esos niños».
Yulia cuenta esto a EFE mientras se dispone a salir al centro de rehabilitación cerca de Leópolis donde su marido, Oleksiy, acaba de ser trasladado. Después de seis largos meses de recuperación las cosas empiezan por fin a ir más rápido, cuenta él mismo.
Resultó herido cerca de Lyman (este) el 30 de septiembre. Antes de eso tuvo que recibir un duro entrenamiento físico y le enviaron donde más se le necesitaba, al límite mismo del frente. Sus posiciones eran objetivo de todo tipo de armamento pesado ruso y los drones sobrevolaban para dirigir el fuego.
«Daba mucho miedo, pero lo superé», recuerda.
Después de que una bomba explotara junto a él mientras ayudaba a evacuar a soldados heridos se dio cuenta inmediatamente de que su herida era muy grave.
Lo primero que hizo Oleksiy después de que varios compañeros le llevaran al hospital del frente fue llamar a Yulia y decirle la verdad.
Ella lo recuerda como si fuera ayer. «Le dije que lo principal era que estaba vivo. Pero lo repitió cinco veces como si tuviera miedo de que no entendiera que ya no tenía piernas».
Yulia fue a ver a su marido tan pronto como pudo. Desde entonces ha permanecido junto a él, viajando cada día a los hospitales donde los médicos luchaban por conservarle con vida.
«No sé cómo podría haberlo superado si no fuera por ella», dice Oleksiy.
El dolor que sintió durante el primer mes a menudo era insoportable y no podía dejar de tomar analgésicos.
«Yo misma me llamaba animadora», recuerda Yulia, que intentaba mantener ocupada la cabeza con cualquier cosa. Hablaba, cantaba y ponía su atención en todo lo que sucedía a su alrededor.
Lo peor está, ojalá, detrás, ahora que Oleksiy está comenzando la rehabilitación y pronto comenzará a ver las opciones de prótesis disponibles.
«Si el Ejército me necesita estoy listo para servirle de la manera que pueda. Si no, voy a seguir haciendo lo que sé hacer bien», dice Oleksiy sobre el futuro. Ya ha comenzado a pasar consulta a distancia.
No se siente deprimido y solo lamenta que haya podido hacer «tan poco» cuando estuvo en el frente. «Esto es lo que piensan muchos de los heridos», afirma mientras subraya que esta guerra solo puede acabar con la victoria de Ucrania.
Oleksiy dice que era perfectamente consciente de que podría morir fácilmente pero insiste en que no podía estar sin hacer nada mientras Rusia amenazaba a su país.
«Algunos soldados perdieron sus brazos o sus ojos. Mi situación no es tan mala», agrega.
Yulia tiene claro que van a tener que afrontar desafíos todos los días en un país que está en guerra y con pocas oportunidades para los discapacitados.
«Es difícil y va a ser todavía más difícil. Pero somos ucranianos. No vamos a abandonar».(EFE).
Por Rostyslav Averchuk
