Desde hace unos cuantos meses viene agitándose el panorama político de la nación, como consecuencia de la proximidad de las elecciones presidenciales de 2018. Nunca antes en la historia republicana las elecciones presidenciales habían estado marcadas por una serie de sucesos históricos como los que se han vivido en el país durante el último quinquenio, asimismo, nunca antes se habían presentado unos comicios donde se vieran enfrentadas tantas corrientes ideológicas, incluso algunas que sobrepasan el matiz político. Hasta el momento han entrado en disputa partidos o movimientos designados como de extrema derecha y de extrema izquierda; de centro derecha, centro izquierda, centro, progresistas, conservadores, liberales, entre otros, aunque en algunos casos su ideario no corresponda a la denominación que ellos mismos se asignan.
Sin duda, temas como el Acuerdo de Paz con las hoy desarmadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el proceso que se adelanta con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la llamada «ideología de género», los inconmensurables niveles de corrupción y la insatisfacción generalizada ante la nula garantía de los derechos fundamentales de los ciudadanos, entre otros, marcarán el derrotero de la agenda política del país en las próximas elecciones presidenciales.
De otro lado, toda esa gama variopinta de corrientes políticas podrían condensarse en dos grandes vertientes, una, consciente de los beneficios que los procesos de paz le representan al país, y otra, que considera excesivas las concesiones a los grupos alzados en armas, y que por lo tanto, han manifestado su intención incluso, en caso de lograr la victoria en el 2018, de «hacer trizas» los acuerdos firmados, preocupante afirmación para quienes creemos que la disminución de la intensidad del conflicto armado que hemos soportado durante tantos años ha traído consigo, por lo menos, una ventaja irrefutable, y es la cantidad de seres humanos, en su gran mayoría pobres, que se han salvado de morir en esa orgía interminable de sangre.
Preocupa sobremanera que como sociedad no seamos capaces de ponernos de acuerdo ni siquiera en un tema tan trascendental como el de la paz, sin embargo, el acompañamiento y el apoyo de la comunidad internacional, así como los avances logrados hasta la fecha, hacen pensar que para los opositores al proceso va a ser casi imposible dar al traste con el mismo. No obstante, lo más preocupante frente a las próximas elecciones es el surgimiento de una corriente política que sustenta su ideario, valores y principios, en las creencias religiosas de quienes la conforman y es por ello que la arcaica relación Estado-Iglesia podría resurgir con las aciagas consecuencias de la radicalización que ello genera, pues para nadie es un misterio que el extremismo religioso es tan funesto como cualquier otro, más aún cuando se actúa con la firme convicción de defender la «verdad Divina».
Es de resaltar, que dicha corriente político-religiosa, por llamarla de alguna manera, tuvo una gran incidencia en el resultado adverso del plebiscito que buscaba el apoyo popular al Acuerdo de Paz, ya que los pastores de una gran cantidad de iglesias cristianas tergiversaron el contenido del acuerdo y llevaron a confusión a sus feligreses, haciéndoles creer que este imponía la denominada «ideología de género». Nada más alejado de la realidad, ya que en el documento citado no se menciona; además, de haberse presentado alguna referencia a dicho término, no tendría por qué escandalizarnos la apertura social y política a una realidad incontrastable, sobre todo en una sociedad que se precia de ser demócrata y respetuosa de los derechos de las minorías.
De otro lado, no se entiende cómo algunos políticos, fervientes seguidores de la iglesia católica, deciden realizar una alianza con las iglesias cristianas si hace apenas unas décadas, cuando comenzó la proliferación de estas congregaciones, los sacerdotes católicos pregonaban desde los púlpitos, que los pastores eran falsos profetas enviados por Satanás para llevar a la humanidad a la perdición. Se hace inexplicable cómo ahora resultan católicos y cristianos unidos en una cruzada en contra de otro supuesto demonio. Acorde con lo anterior, lo más preocupante es que la coalición político-religiosa en mención, va en contravía de la verdadera doctrina cristiana, y solamente estimula el odio, la exclusión y la discriminación, verdaderos males de la sociedad.
Por todo lo anterior, es que se vuelve preocupante la continuidad de esa asociación con fines electorales, ya que su única argumentación estará basada en la mentira, la desinformación y la manipulación de sus prosélitos, los cuales no actúan con base en la razón sino en la obediencia ciega a una doctrina, independientemente de los criterios éticos con que sus líderes actúan, los cuales, como ya se ha demostrado, están regidos por el oportunismo, la mentira, la imposición de dogmas indemostrables y el desprecio absoluto por todo aquel que no comparta sus ideales de odio, venganza y rencor.
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