En los barrios de la periferia, la cuarentena es por “raticos”

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La carrera 68, el corazón del barrio Castilla, late con arritmia. Una fila de hombres y mujeres de todas las edades, escudados detrás de un tapabocas, hacen largas filas, pero solo nueve de los más de 53 locales comerciales que hay entre las calles 96 y 97 están abiertos. Es el primer día de abril y el día 12 de la cuarentena, y de no ser por tantas puertas cerradas, cualquiera diría que es un día como cualquier otro.

“¿Usted ha visto las películas de la gente que sobrevive al fin del mundo? ¿No? Pues aquí ya tiene una”, dice Óscar Noreña, un pensionado que celebra su cumpleaños número 64 haciendo una fila en las afueras del banco y “respirando un aire diferente a la casa”.

Pero no es que haya salido en plan turista. Desde hacía una semana estaba contando los días para que empezara abril y le llegara el dinero de la pensión. “En la casa estamos todos, el día entero y la comida se acaba más rápido. Ojalá los servicios (públicos) no suban mucho, porque no va a haber con qué pagar tanto. Es que el rancho es muy bueno, pero no cuando uno está pelao”, dice el hombre que ocupa el puesto 45 en una fila de 68 personas.

Es tanta la gente en la calle que no pasa mucho tiempo hasta que llegan una patrulla de la Policía y un grupo de agentes del Escuadrón Móvil Antidisturbios. La gente se asusta y en voz baja discute la posibilidad de que los arresten por no cumplir la orden de aislamiento.

Ante el nerviosismo, un patrullero se para en la mitad de la acera y empieza a hablar. Su solapa dice que se llama Wilson Gómez. “Señores, les pedimos que mantengan la calma y guarden por lo menos un metro de espacio con el de adelante de la fila. No sabemos si el coronavirus se va a extender, y ya estamos en fase de mitigación. Terminen sus diligencias y se van a la casa, por favor”, les dice.

Todos asienten y siguen su espera en un silencio que solo es interrumpido por el sonido de algunas gotas de lluvia y la escoba de León Pérez, empleado de Emvarias que frena sus labores para contestar el celular. Cuando cuelga se ríe nervioso, no sabe si la noticia que le dieron es buena o mala:

“Me dijeron que me van a mandar a vacaciones. A muchos compañeros, sobre todo a los que trabajan en el Centro, los mandaron para la casa. Y uno entiende. Es que sí ha bajado mucho esto: yo diario llenaba 15 o 20 bolsas con basura, y ya con los negocios cerrados, apenas lleno dos”, le cuenta a Gabriel López, un empleado de la construcción que mira la ciudad desde su balcón -como casi todos los vecinos-.

Gabriel le dice que aproveche que aún le pagan y le cuenta que a él hace dos semanas se le terminó el trabajo y aún no le han consignado el salario. Tuvo que prestar plata con su papá, pero no sabe qué pasará si se extiende la cuarentena, porque la familia vive del arriendo de un local donde funciona una licorera y el arrendatario ya les dijo que no tenía para pagar porque el negocio no está dando plata.

Comer o aislarse
Unas cuadras más arriba, ya en el sector de Picacho, el panorama cambia. Hay menos gente en las calles, aunque muchas más cabezas asomadas en los balcones. Por la calle solo pasan algunas motos y camiones abastecedores de pan y cerveza. En una esquina Orlando de Jesús Gómez estaciona su carro de madera. En él lleva seis canecas metálicas, una de ellas con mazamorra recién preparada. “Yo había estado cumpliendo la cuarentena pero no hay plata y alguien tiene que llevarla a la casa. Entonces salí hoy a vender. Me ha ido bien, ya casi se va todo”, dice el hombre de 54 años, que lleva 17 años en el “negocio”.

Cuenta que se compró un tapabocas por recomendación de un policía que le dijo que se cuidara y se regresara a la casa cuando terminara la venta, porque si no le pondrían un comparendo. “Yo le hice caso. Ahora llego a bañarme y a echarle alcohol a la plata que conseguí, porque esos billetes pasan por las manos de todo el mundo”, comenta.

Al otro lado del río, en una calle de Aranjuez, Michael -sin apellido, dice- esgrime los mismos argumentos para justificar porqué, pese a los decretos del Gobierno Nacional, sigue saliendo todos los días a vender mangos, piñas y papayas por toda la zona nororiental: “Prefiero que me mate el virus a morirme de hambre. Pero vea, yo me cuido: hoy compré un tapabocas nuevo y quería otros guantes, pero no había en ninguna farmacia”.

En su carreta reluce un gel antibacterial sin marca. Lo compró unas cuadras arriba en el negocio más boyante del barrio, ubicado en el cruce de la calle 92 con carrera 49, liderado por Gustavo Orozco a quien lo acompañan dos hombres más.

Cuenta que desde que comenzó la epidemia él y un colectivo llamado “Grupo de amigos la arepita” montó un negocio del que ya viven 30 familias: “En el barrio hay químicos, ellos están haciendo el alcohol y el gel. Las señoras cosen los tapabocas y todo lo vendemos aquí. Una parte de las ganancias las dejamos para comprar mercados y dárselos a la gente del barrio que está sin trabajo”, dice.

Al preguntarle por registros, reconoce que no tienen, pero dice que tampoco ha tenido problemas con las autoridades. “Ayer fueron los mismos policías los que nos compraron lo que teníamos porque ellos pasan más tiempo en la calle y también les da miedo contagiarse”.

Por la misma calle pasan varias señoras abrazando una bolsa transparente con el logo de la alcaldía de Medellín. Pedro Antonio Agualimpia, rector del colegio Monseñor Cristóbal Toro, explica que son los paquetes alimentarios del PAE. “Es bueno porque los niños van a tener para comer. Pero me va a tocar llamar a la Policía porque cité a las mamás por horas y llegaron todas a la vez”, dijo.

Luz Mary Jaramillo, quien se vino con su esposo y su hija a reclamar el kit, espera afuera con otras 205 personas. Al preguntarle por la prohibición de salir, se ríe y dice tajante: “la cuarentena es por raticos, los raticos en los que hay comida”.

Los comparendos siguen al alza

  • La zona nororiental es la que más comparendos acumula: 1.655 según la Policía Metropolitana.
  • Le sigue la zona centro de la ciudad, que incluye los sectores de Buenos Aires y Villa Hermosa, con 1.012 comparendos.
  • En la zona noroccidental se han impuesto 724 sanciones.
  • En la zona suroccidental, que incluye a San Javier y Laureles, van 546 sancionados.
  • En el sur (Poblado, Belén y Guayabal) los comparendos son 582.
  • En total, en el Valle de Aburrá, 5.960 ciudadanos han sido sancionados por la Policía por incumplir el aislamiento.

Tomado de El Colombiano

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