Washington, 2 de julio.- Les robaron un lugar sagrado y tallaron en él los rostros de sus «colonizadores». Para miles de indígenas en Estados Unidos, el monte Rushmore es un «símbolo del supremacismo blanco» que promueve Donald Trump, y ahora esperan como un «insulto» la visita del presidente en pleno debate nacional sobre los monumentos y el racismo.
La famosa ladera de Dakota del Sur donde están esculpidos los rostros de cuatro presidentes estadounidenses, que cada año atrae a dos millones de turistas, recibirá este viernes a Trump para una fiesta patriótica animada por fuegos artificiales y aviones de combate con motivo del Día de la Independencia estadounidense.
Su visita llega en medio de un proceso de reflexión en EE.UU. sobre el historial racista de muchos de los estadistas y generales homenajeados en monumentos y estatuas, y ese movimiento ha arrojado luz sobre una herida que los nativos americanos de la zona tienen abierta desde hace más de un siglo.
«UN SÍMBOLO DE SUPREMACISMO BLANCO»
«El monte Rushmore es un símbolo de injusticia, de desigualdad racial y de supremacismo blanco en Estados Unidos», dijo Nick Tilsen, un miembro de la tribu Oglala Lakota y activista del colectivo indígena NDN, en una entrevista con Efe.
«Se talló en las tierras sagradas del pueblo Lakota con las caras de cuatro hombres blancos que eran colonizadores de los indígenas, que crearon políticas terribles que siguen afectando a los indígenas hoy. Y que el presidente de Estados Unidos venga aquí a buscar votos (…) es un insulto enorme», añadió.
Para una decena de tribus indígenas de las Grandes Llanuras de EE.UU., las Colinas Negras -donde está ubicado el monte Rushmore- son un lugar «profundamente sagrado» que consideran el «corazón de la Tierra», explicó a Efe una antropóloga de la Universidad Estatal de Iowa, Christina Gish Hill.
UNA TIERRA ROBADA Y «PROFANADA»
Aunque las Colinas Negras pertenecían a la nación sioux según un tratado de 1868, el Gobierno se las arrebató durante la fiebre del oro del siglo XIX y nunca las devolvió. El Tribunal Supremo dio la razón a los indígenas en 1980 y obligó a EE.UU. a pagarles más de 1.300 millones de dólares, pero las tribus no lo han aceptado.
«No queremos el dinero, queremos nuestra tierra», resumió Madonna Thunder Hawk, una líder indígena Lakota de 80 años, para Efe.
Esa tierra quedó «profanada», según las tribus, entre 1927 y 1941, cuando los taladros y la dinamita perfilaron en una de sus laderas de granito las caras de los expresidentes estadounidenses George Washington (1789-1797), Thomas Jefferson (1801-1809), Abraham Lincoln (1861-1865) y Theodore Roosevelt (1901-1909).
CUATRO PRESIDENTES, CUATRO POLÉMICAS
Todos ellos representan algo ofensivo para los indígenas: Washington y Jefferson esclavizaron a decenas de afroamericanos mientras que Roosevelt intentó evangelizar a muchas tribus y afirmó que «el único indio bueno es un indio muerto»; pero el peor para muchos es Lincoln, el presidente que abolió la esclavitud.
«Abraham Lincoln era un asesino en masa de personas indígenas», sentenció Tilsen, al recordar que ese mandatario ordenó la que se considera la mayor ejecución masiva de la historia de EE.UU., el ahorcamiento de 38 nativos americanos en Minesota en 1862.
El colmo, para Tilsen, es que el arquitecto del monte Rushmore, Gutzon Borglum, estuvo afiliado al grupo supremacista blanco Ku Klux Klan (KKK) antes de trabajar en ese proyecto.
Los indígenas llevan décadas protestando contra lo que representa el monte Rushmore -Madonna Thunder Hawk incluso lo ocupó en 1970-, pero el debate sobre los monumentos a raíz del movimiento «Black Lives Matter» (BLM, «Las vidas negras importan») y la visita presidencial les han proporcionado un megáfono más potente.
¿RETIRAR EL MONUMENTO O DEJARLO?
El presidente de los Oglala Sioux, Julian Bear Runner, pidió la semana pasada que se «retiren» las esculturas de los presidentes de las Colinas Negras; y el jefe de la tribu Cheyenne River Sioux, Harold Frazier, se ofreció a quitar el monumento «sin coste alguno para el Gobierno estadounidense».
Esas declaraciones suscitaron un fuerte rechazo de la gobernadora de Dakota del Sur, la republicana Kristi Noem, quien ha prometido hacer «todo lo posible» para mantener en pie el monte Rushmore.
Las tribus que veneran las Colinas Negras están divididas sobre qué hacer con el monumento, según Hill, una antropóloga que hace dos años entrevistó a decenas de indígenas Cheyenne y Arapaho para estudiar qué opinan sobre el monte Rushmore.
«A todo el mundo le gustaría que no existiera. Pero mucha gente cree que no pueden volarlo por los aires. No quieren más destrucción en un lugar sagrado», apuntó Hill.
«ESA ES LA HISTORIA DE ESTE PAÍS»
Es justo lo que siente Madonna Thunder Hawk, quien cree que, siendo «realista», es mejor «no esconder» el monte Rushmore: «Que se quede ahí para que el mundo vea lo que de verdad es este país».
Su hija Marcella Gilbert, de 59 años, coincide: «¿Por qué no dejarlo ahí para que se vea la historia de estos esclavistas, de estos asesinos de indígenas, todos hombres blancos, todos ladrones de tierras? Esa es la historia de este país».
Pero al contrario de algunos de los indígenas que entrevistó Hill, estas dos activistas no tienen esperanzas de educar a los turistas que visitan el monte Rushmore: «Es un patio de recreo para adultos. No vienen para aprender nada, vienen para glorificar a sus héroes», zanjó Thunder Hawk.
ENTRE EL DOLOR Y LA ESPERANZA
El periodista y escritor Tom Griffith, un férreo defensor del monte Rushmore, cree que el monumento «simboliza lo mejor del país» y que «derribarlo o demonizar a los líderes del pasado no tiene ningún objetivo» lógico, aseguró a Efe.
Para Hill, el problema es que ese enfoque «honorífico de la historia no solo deja fuera a mucha gente o la borra», sino que «cuenta su lado de la historia de una forma realmente injusta», y «perpetúa estereotipos que tienen un impacto real en las vidas de la gente hoy en día».
Mientras que Thunder Hawk y Gilbert tienen pocas esperanzas de que EE.UU. devuelva alguna vez las Colinas Negras a la nación sioux, a Tilsen le llena de optimismo el examen de conciencia en el país.
«Estamos en la hora de la verdad, estamos en pleno desmantelamiento del supremacismo blanco en este país. Y tenemos una oportunidad única y poderosa de volver a imaginar, de forma radical, lo que significa el futuro», concluyó Tilsen.
Lucía Leal
EFE