En video | Huyendo del coronavirus en el lago

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Listvianka (Rusia), 1 abril de 2021.- El cierre de las fronteras y la relajación de las medidas sanitarias han convertido al lago Baikal en un lugar de peregrinación entre los rusos durante los últimos meses de pandemia. En el hielo del lago siberiano no hay hueco para mascarillas ni para los botes de desinfectante para las manos.

«Todos vienen al Baikal huyendo de la covid-19», comentó a Efe la recepcionista de un hotel en la pintoresca localidad de Listvianka, que se encuentra a orillas del lago más profundo (1.642 metros) del planeta.

Un año sin viajar al extranjero está acabando con la paciencia de los rusos, que han optado por desplazarse varios miles de kilómetros desde las principales ciudades de la Rusia europea al mismísimo corazón de Siberia.

El flujo de turistas rusos al Baikal ha aumentado un 45 % en relación con el invierno pasado, según informó a Efe la agencia turística Tu-Tu Baikal.

FIEBRE INVERNAL

El cierre de las fronteras y la relajación de las medidas sanitarias han convertido al lago Baikal 
en un lugar de peregrinación entre los rusos durante los últimos meses de pandemia. EFE/ Ignacio Ortega

«Los rusos están cansados de estar en casa. Europa está cerrada, Asia también, pero el Baikal está abierto», dijo a Efe Timoféi, uno de sus guías.

La fiebre del Baikal golpeó con especial virulencia a los rusos durante los largos meses de invierno. Y es que cuando toda la superficie del lago está helada -más de 30.000 kilómetros cuadrados- es un lugar único en la Tierra.

«Gracias a la pandemia se ha desarrollado el turismo ruso. Pero el Baikal es bonito en cualquier estación del año. El que viene, repite. El Baikal hay que verlo, al menos, dos veces. El que viene en invierno, ya quiere volver en verano», añadió Timoféi.

Dicen los veteranos del lugar que hay dos épocas para viajar al Baikal. En julio-agosto, cuando el agua del lago alcanza su mayor temperatura, y en febrero-marzo, cuando una gruesa capa de hielo cubre el lago.

Ahora, el grosor oscila entre un metro y metro y medio, más que suficiente para la circulación de coches y furgones, que eligen el hielo antes que el asfalto para ahorrar kilómetros y gasolina.

Otro aliciente para los turistas es la posibilidad de renunciar a las mascarillas durante la visita a un lago «sagrado» para los siberianos, especialmente para los budistas locales.

«No he visto una mascarilla en todo el día», señaló Yelena, una moscovita.

EL HIELO Y LAS REDES SOCIALES

La mayor atracción para los visitantes es andar por el resbaladizo lago. El traslúcido hielo permite ver formas inverosímiles. Un foto colgada en las redes sociales bien vale un resbalón.

El cierre de las fronteras y la relajación de las medidas sanitarias han convertido al lago Baikal 
en un lugar de peregrinación entre los rusos durante los últimos meses de pandemia. EFE/ Ignacio Ortega

«La demanda este invierno es enorme. Las formas geométricas del hielo se han convertido en el símbolo de Instagram. Los rusos que iban a esquiar a Europa, han cambiado las pistas por el Baikal. Algunos paquetes turísticos incluyen también acampadas en el lago», afirmó a Efe Vadim Mámontov, director de la agencia RussiaDiscovery.

Hay diversión para todos los gustos. Mientras los locales se ganan la vida con la pesca invernal, algunos visitantes se atreven a sumergirse en el agua helada, otros optan por patinar, los niños se lanzan por los toboganes fabricados con bloques de hielo y también se organizan maratones sobre el lago para los corredores ávidos de nuevas sensaciones.

Si uno quiere desplazarse, el medio de locomoción más rápido -hasta 100 kilómetros por hora- y seguro es el Jibus, una lancha con flotador que se desliza sobre el hielo y, en caso de necesidad, sobre el agua.

También se oyen los aullidos desesperados de los perros husky deseando tirar de los trineos, que pueden superar los 20 kilómetros por hora. El paseo cuesta unos 12 euros.

Los más valientes van sobre dos ruedas. Las bicicletas con clavos se han puesto de moda en el Baikal. Hay competiciones para ver quien recorre los 636 kilómetros de longitud del lago en menos tiempo.

«Yo lo hice en nueve días», comenta Vladímir, oriundo de Iruktsk. Algunos ciclistas acampan en tiendas de campaña en medio del lago.

SIN CHINOS, UN ALIVIO

Antes de la pandemia, los chinos eran mayoría entre los visitantes extranjeros. Pero, pese a la caída de los ingresos, no son pocos los que se sienten aliviados por la ausencia de los vecinos del sur.

«Los chinos se creen que el lago es suyo», comentó a Efe un taxista local.

Varios hoteles construidos por compañías chinas están abandonados y las autoridades se plantean retirarles las licencias de construcción.

«Putin les ha quitado los permisos. Apenas gastan en los negocios locales, sólo van a hoteles chinos y a restaurante chinos», señaló indignado Mijaíl, que tiene una casa de descanso en Listvianka.

China también comenzó a construir una fábrica embotelladora de agua del Baikal, pero los residentes locales pusieron el grito en el cielo y el Kremlin suspendió el proyecto por motivos ecológicos.

Ignacio Ortega

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