*Por: José Guarnizo
A las 7 de la noche del viernes 2 de mayo de 2019, nueve meses después de que Iván Duque se posesionara como presidente, María Antonia Chaparro entró al pequeño cementerio de Tame, en Arauca, y se sentó sobre la hierba, al lado de la primera tumba que encontró. Ahí se quedó en silencio hasta las dos de la mañana esperando noticias de su hijo y de su hermano.
Los habían matado, eso ya lo sabía María Antonia. Horas antes se había acercado a la Sijín de la Policía pero allí no la dejaron entrar a reconocer los cuerpos. Apenas le mostraron las fotocopias de las cédulas de los muchachos. Eran ellos, todo parecía indicar.
Rodeada de muertos que no eran los suyos, María Antonia aguantó en el camposanto el lento paso de las horas. Añoraba que en la noche surgiera la silueta del sepulturero y que le confirmara que ya habían entregado los cadáveres de Eliécer Sánchez Chaparro, su hijo de 23 años y a quien los amigos del barrio llamaban Diomedes; y de José Albeiro Chaparro, su hermano de 26, conocido en la cuadra como Coco.
Ambos eran muy jóvenes y muy parecidos en su contextura física: flacos y de músculos fuertes. Más que tío y sobrino hubieran podido pasar por hermanos. Sentado en la sala de su casa, un vecino de María Antonia llamado Óscar Evelio Suárez habría luego de recordar a Eliécer como un muchacho recochero, alegre, bueno para echar pala cuando de cargar volquetas con arena se trataba. Medía 1,61 metros y le decían Diomedes porque tenía un ojo apagado, así como el cantante de vallenato.
Había estado en el Ejército prestando servicio militar pero en 2018 pidió la baja argumentando que no le gustaban las armas, dice María Antonia. El distrito accedió a su salida con un documento que certificaba que provenía de una familia desplazada por la violencia. No era raro verlo jugando fútbol en las canchas del barrio. Era un gambeteador, cuentan, y tenía tatuado en el brazo derecho el escudo del Atlético Nacional.
José Albeiro, tío de Eliécer y hermano de María Antonia, era el cuba de la familia. Así les dicen en la región al menor de todos los de una misma parentela: 1,70 de estatura, mandíbula cuadrada, ojos claros, orejas grandes. Toda la vida lo llamaron Coco porque nació con la cabeza pelada y así se quedó por varios años. También había prestado servicio militar en el Ejército y se retiró por un accidente que tuvo en la columna. Por esa razón tenía demandado al Estado. Bachiller del colegio Froilán Farías de Tame, vivió un tiempo en Puerto Gaitán, Meta; y más tarde en Bogotá, donde trabajó en una cantera. Hacía un par de años había regresado a Tame.
María Antonia tuvo que devolverse del cementerio para la casa sin saber nada de los cuerpos. Era el fin de un día largo, de muchas lágrimas y confusión: muy temprano, bordeando las seis de la mañana, había recibido la primera llamada de Martha, su hermana. Ella le contó, muy agitada, que en la radio mencionaron a unos muchachos de apellido Chaparro como “dados de baja” por el Ejército. Primero los los relacionaron con los alias de El Veneco y El Loco, y luego con los de Coco y Diomedes. María Antonia, que estaba sirviendo tintos en la cafetería en la que trabajaba, le pidió permiso al patrón y se fue para el Batallón de Ingenieros Navas Pardo, del Ejército, que queda ahí mismo en Tame. No le dijeron nada. Desesperada, luego fue a dar a la Sijín y más tarde al cementerio.
El día anterior, como a las 5:30 de la tarde según recuerdan sus familiares, Eliécer y José Albeiro habían salido de la casa en la que vivían: un barrio popular de Tame, de calles destapadas y perros andariegos a los que se les ven los huesos. Se montaron juntos en la moto y emprendieron viaje rumbo a la vereda La Holanda, a una hora del pueblo, allí donde otra hermana de María Antonia llamada Margarita tiene una parcela. Nunca llegaron a la finca.
Tuvieron que pasar dos días para que Medicina Legal entregara a la funeraria los cuerpos de José Albeiro y de Eliécer. Ya era el sábado 4 de mayo de 2019, a las 11:30 de la mañana.
—Los entregaron todos tajiados, no los podían ni arreglar. No los pudimos ver, ya olían mal—recuerda María Antonia—.
—Nosotros no los vimos. El señor de la funeraria fue el que nos contó que los cuerpos estaban tajiados. A mi sobrino (Eliécer) dijeron que le iban a poner un trapito en la cara, porque la tenía muy desfigurada. Pero que iban a tratar de que no quedara tan cambiado —cuenta Martha, hermana de María Antonia.
Ese mismo día, el coronel Arnulfo Traslaviña, comandante de la Fuerza de Tarea Quirón, de Arauca, dio una declaración a su equipo de prensa. Habló de tres “delincuentes dados de baja en un combate”. Dijo que se trataba de un resultado operacional que había tenido lugar en un caserío conocido como Betoyes, en toda la vía principal pavimentada que une a Tame con Arauca, la capital.
Muy cerca al punto exacto de donde se supone ocurrieron los hechos, suelen pasearse carrotanques del Ejército y tropa vigilante. De hecho, a pocos metros hay un retén con barricadas y soldados que se turnan como centinelas, y que podrían detener a cualquier vehículo si así lo quisieran. No se trataba de un paraje selvático o enmarañado. El lugar donde fueron baleados Eliécer y José Albeiro está a cinco minutos de Tame, justo al lado de la carretera.
El oficial aseguró en la entrevista —que quedó grabada en video— que los soldados habían llegado hasta ese lugar por información de unos ciudadanos que alertaron sobre el cobro de una extorsión.
—Se planea esta operación y se ejecuta, teniendo como resultado un combate de encuentro, en horas de la tarde y producto de este combate se presentan tres muertos, con sus respectivos armamentos, sus granadas de mano, dos motocicletas, este es el resultado del esfuerzo de nuestros soldados por mantener la seguridad de las principales vías del departamento —dijo en cámara el oficial—.
—¿Se conoce a qué grupo pertenecían estas tres personas? —preguntó la comunicadora del equipo de prensa del coronel—.
—Sí, señora. Pertenecen al grupo armado residual, extintas Farc, son miembros activos de esta organización y por este motivo los estamos atacando permanentemente, con el fin diezmar su capacidad delictiva—dijo—.
Un detalle importante en esta historia es el contenido del boletín de prensa que divulgó la XVIII División del Ejército. Allí dice que los tres “sujetos tenían en su poder material de guerra con el que atacaron sin éxito a las unidades militares que los sorprendieron mientras recibían dinero producto de una extorsión”.
Y agregan: “el combate de encuentro se registró cuando las tropas de la Décima Octava Brigada realizaban patrullajes de seguridad vial en el sector por el cual transitaban los individuos en dos motocicletas, quienes al percatarse de la presencia de las tropas abrieron fuego. Se trata de quienes eran conocidos con los alias de Diomedes, Pechuga y Coco, de 23, 25 y 27 años de edad, respectivamente, naturales de Tame, que según información de inteligencia se encargaban de la coordinación de sicariato y extorsión a comerciantes, transportadores y hacendados de la región”.
Líneas más adelante dicen: “en el prontuario delictivo se les atribuye a alias Pechuga y Coco la participación en el lanzamiento de explosivos al cantón militar de Tame, homicidios selectivos, la activación de motocicleta con explosivos en contra de la Policía Nacional en el municipio tameño y el hurto de vehículos con fines de adecuación para acciones terroristas, entre otros”.
La Sijín de la Policía fue la encargada de llevar a cabo los actos urgentes. Según ese reporte, en el “lugar del combate” encontraron dos pistolas calibre 9 milímetros, dos granadas de fragmentación IM 26 y 20 cartuchos para armas de fuego y fogueo que, según el reporte, pertenecían a los hombres que terminaron muertos. Este detalle es relevante: con fogueo se refieren a una réplica de arma que no sirve con munición real o de fuego, ya que no permite disparos de cartuchos con proyectil; es decir, que no es letal ni hace daño, a lo sumo produce ruido.
El Ejército presentó como material para la prensa un video y fotografías en los que se ven dos motocicletas, una roja y una negra. Sobre una mesa, exhibieron las dos pistolas con algunos cartuchos, dos proveedores y dos granadas forradas en plástico. En frente, tres cuerpos cubiertos con sábanas blancas.
Traslaviña también habló en una emisora de Arauca que se llama Meridiano 70 e hizo énfasis en que miembros de los grupos armados ilegales que suelen extorsionar en la carretera cometen estos actos llevándose los carros de las víctimas hacia las trochas. Esto obedecería a que se trata de una vía vigilada y expuesta.
—Como usted sabe, esta zona ha sido históricamente afectada por los bandidos, una modalidad de que salen, interceptan los vehículos, despojan de propiedades a los viajeros, en ocasiones introducen a los vehículos por trochas. Nos llamó mucho la atención ese sector, ayer afortunadamente se presenta este enfrentamiento con ellos y fueron dados de baja tres delincuentes que pertenecen a este grupo, es una buena noticia para todo el pueblo araucano. Estamos compartiendo esta noticia con todos ustedes, aquí sigue el Ejército pendiente—dijo—.
Lo que se pregunta María Antonia es si Eliécer y José Albeiro, que iban juntos en la moto —uno manejando y otro de parrillero— realmente hubieran tenido el arrojo y el poder de maniobra como para dispararles a unos soldados en una vía principal que suele estar militarizada y en la que pasan carrotanques. Y más con balas de salva. ¿Era posible eso?
En la familia de los muertos aseguran que ellos no cargaban armas y que, ni por locos que estuvieran, se iban a enfrentar a bala con un destacamento militar, cuyos soldados, valga decir, están dotados con fusiles Galil de largo alcance y munición 5,56, esa misma que puede llegar a trozar un árbol. No hay aparentemente una proporcionalidad para un combate, salvo que Eliécer y José Albeiro fueran suicidas.
No quiere decir que en dicha carretera no se presenten ataques contra la fuerza pública. El ELN suele actuar en esa vía con actos terroristas calculados: atraviesan volquetas en la noche cargadas de explosivos o dejan artefactos que detonan luego controladamente. En enero de este año, esa guerrilla hostigó la subestación de policía en el centro poblado de Betoyes con ráfagas de fusil y granadas MGL 40. Días antes habían lanzado cilindros bomba contra un cantón militar en Tame. En Arauca la guerra es densa y no se suele dar con balas de salva.
Un mes después de la muerte de Eliécer y José Albeiro, visité el punto exacto donde encontraron sus cuerpos. En el tallo de un árbol solitario que está casi a la orilla del asfalto, se veían dos orificios de bala. Me llamó la atención que los disparos de los soldados hubiesen llegado hasta ese tronco en medio de un combate. En el lugar, los familiares de Eliécer y José Albeiro encontraron el casco de uno de ellos con orificios de bala.
Parado frente al árbol, un joven de la familia de los fallecidos me dijo:
—Mire que los tiros vienen es así. De allá al borde de la carretera. Mire los tiros en el árbol. Si hubiera sido un enfrentamiento, hubiera sido a campo abierto. Yo tengo el casco guardado en la casa. La moto quedó en la carretera ahí botada. Cómo va a haber un combate en una moto. Eso es ilógico, ¿un combate en una moto? Yo tengo la tarjeta de la moto, la tengo en la casa. Ellos venían solos. En los hechos dicen que había otro muerto, pero ni idea quién era.
—¿Qué piensa de la versión del Ejército según la cual ellos pertenecían a una disidencia de las Farc?
—Incluso en el caserío donde ellos trabajaban la gente los conoce. Ellos se lo pasaban conmigo trabajando en las volquetas, ahí cerquita del pueblo, si ustedes necesitan firmas, de finqueros, de todas las personas que los conocían, ellos pueden dar fe.
—¿Usted cree que hubo una ejecución extrajudicial?
—Es un falso positivo. Ellos venían en este sentido (y levanta un dedo para dibujar una flecha imaginaria en el aire), y la moto quedó allá. ¿Los pararon y los hicieron bajar y los mataron ahí? En este árbol se ven los tiros, son del Ejército, aquí pasó que venían los muchachos y los mataron en este lado. Eso no fue un combate. Aquí ya creció el pasto pero esto era limpiecitico, no hay selva, no hay dónde esconderse, los muchachos resultaron muertos acá; hay una versión de una señora que nos dijo que habían sonado unos disparos como de gracia. Betoyes está a cinco minutos de Tame. La mayoría de la gente los conocía, donde llegaban pegaban porque eran muy trabajadores, la mayoría de gente los conocía a ellos—dice—.
A diferencia de lo que decía el boletín de prensa de la Fuerza de Tarea Quirón, José Albeiro no registraba antecedentes penales ni requerimientos judiciales según las bases de datos de la Policía Nacional. ¿De dónde salió la información según la cual el supuesto alias Coco había participado en un ataque a una base militar y asesinatos selectivos? Tampoco Eliécer tenía antecedentes. Su necropsia indica que recibió tres disparos, uno de ellos en el pómulo izquierdo, otro en el antebrazo izquierdo y uno más abajo del hombro. Todos de frente. De entrada los impactos no indicarían que Eliécer hubiese salido corriendo para salvaguardarse de las balas.
El caso de José Albeiro fue más cruento. Su necropsia denota la presencia de siete orificios de entrada de proyectil: tres en la parte delantera del muslo, dos en la parte de adelante del tórax, uno más en el abdomen y otro en una pierna. Todos fueron frontales, excepto el último mencionado. Ese disparo entró al cuerpo de José Albeiro por la “fosa poplítea izquierda inferior”, esto es, la parte trasera de la rodilla.
Apenas sepultó a su hijo y a su hermano, María Antonia fue hasta la Personería de Tame a poner la denuncia. Tenía tanto miedo que incluso pensó en ir a retirar su declaración, no fuera que alguien tomara represalias. En Tame, que es un pueblo de 52.000 habitantes, todo se termina sabiendo, las noticias se propagan rápidamente de boca en boca. Y militares hay muchos, en cada esquina, casi. Sin embargo, cuando María Antonia fue a retractarse de la denuncia la oficina estaba cerrada y entonces dejó así el asunto. Luego varios familiares se armaron de valor y contaron su versión de los hechos en la Fiscalía.
El 20 de junio del año pasado llamé al general Helder Giraldo, comandante de la Octava División del Ejército. Me dijo que hablara con el coronel Traslaviña, comandante de la Fuerza de Tarea Quirón, quien dio parte del operativo. Este último prefirió no hablar del tema: “esperemos que las autoridades competentes se pronuncien, es lo mejor”, me escribió por Whatsapp. El Ejército anunció por aquellos días una investigación disciplinaria interna, así lo registró una nota periodística de Blu Radio: “La Fuerza de Tarea Quirón confirmó que se dio apertura a una indagación disciplinaria para esclarecer la muerte de dos supuestos disidentes en Tame”.
La vida de María Antonia comenzó a tornarse difícil, sumado a lo que implica el duelo de perder a un hijo y un hermano. Se quedó sin trabajo y adquirió una deuda con una amiga por los gastos funerarios de Eliécer, un dinero que, hasta febrero de este año, aún no había logrado pagar. Firmó una letra por 3 millones de pesos, que fue pagando de a 20.000, de a 50.000, cuando podía. A comienzos de este año, María Antonia estaba desesperada, no sabía cómo lidiar con el peso de la deuda. El caso de José Albeiro y Eliécer estaba lejos de resolverse y el dinero escaseaba. Con la aparición de la pandemia llegó el encierro, la preocupación, la sin salida.
¿Hay garantías para la investigación?
Conté unos diez policías con cascos, chalecos antibalas y armas de largo alcance. Me abordaron en el parque principal de Tame en junio del año pasado. Uno de ellos me requisó. Sin saber que me estaban siguiendo y observando, me había distraído mirando la enorme escultura que está en el centro del cuadrilátero y que fue dedicada al nacimiento del Ejército.
Es una mole de más de siete metros de la que sobresalen las estatuas de un Simón Bolívar y un Francisco de Paula Santander dándose la mano. Detrás aparece la figura del fraile Ignacio Mariño Torres; está también una mujer que simboliza a las Juanas; hay un jinete con su caballo, lanceros y animales. Es una obra monumental y propagandística de la que han llamado en Colombia la gesta libertadora. Ni siquiera Bogotá, la capital del país, tiene una efigie de ese tamaño en su plaza principal. La escultura es como una pequeña Babel en medio de un escenario árido en el que cualquier extraño es visto con desconfianza.
Uno de los policías me pidió que le mostrara la cédula y me preguntó qué estaba haciendo en el pueblo caminando con un fotógrafo y un joven que nos estaba sirviendo de guía. Luego me ordenó que sacara el celular para revisar el Imei y verificar el número de identificación del aparato.
Me guardé el derecho de no decir qué labores de reportería estaba adelantando en la zona. Uno de los agentes aseguró que el celular del joven que me acompañaba estaba reportado como robado. El chico argumentó que el teléfono estaba dañado y que alguien se lo había vendido a buen precio pensando después en mandarlo a arreglar. Era evidente que se trataba de un celular viejo, con la pantalla destrozada.
Fue entonces cuando el policía me dijo que teníamos que acompañarlo a la sede de la Sijín, la misma unidad que había llevado a cabo los levantamientos de cadáveres y actos urgentes de Eliécer y José Albeiro. Lo recuerdo como un hecho bochornoso: el muchacho guía, el fotógrafo y yo comenzamos a caminar rodeados y escoltados por policías armados como para una guerra, como si se tratara de un operativo de alto nivel contra el narcotráfico o la guerrilla. Desde las ventanas algunos se asomaban; otros prefirieron ignorar la escena. Eso sí, no se escuchaban sino nuestros pasos.
Una vez adentro de la sede la Sijín, les mostré a dos detectives vestidos de civil mi carné de periodista. Uno de ellos, sentado detrás de un escritorio, me insistió varias veces en que le dijera qué estaba haciendo exactamente en Tame. Al fotógrafo le pidió la tarjeta para verificar las imágenes. Le dije que no estábamos en la obligación de mostrarles ningún material, menos entregarlo.
—¿Pero qué están haciendo aquí, qué están investigando? —volvió a insistir—.
—Estamos ejerciendo libremente el periodismo, a eso nos dedicamos—le contesté—.
Nos retuvieron durante una hora antes de dejarnos ir. Al joven del celular le pusieron un comparendo. Salir de la Sijín después de haber desfilado con los policías por pleno parque principal como si hubiésemos estado capturados, me hizo pensar en la poca capacidad de maniobra que puede tener un campesino que interpone una denuncia en contra de alguna autoridad: el pueblo vive militarizado, el Ejército y la Policía, que trabajan en llave, controlan hasta la movida de una hormiga. La tensión es alta, las disidencias de las Farc y el ELN tampoco dan tregua. Cualquiera es sospechoso de algo.
Meses después de haberme ido del pueblo supe que la Sijín hizo un allanamiento a la casa de María Antonia: revolcaron los cuartos, la sala, fueron hasta el patio donde revolotean los pollos criollos que su hermana Martha engorda para vender. No encontraron nada. Una abogada de Bogotá tomó el caso como apoderada de la familia de Eliécer y José Albeiro. Cuando fue a la Fiscalía de Tame a preguntar por el proceso, se encontró con un funcionario hostil que no la quiso dejar ver ni una hoja de la carpeta. Ese mismo fiscal aseguró que estaba reuniendo pruebas para investigar el caso y confesó que días atrás habían ido unos militares a escarbar en el expediente.
La abogada solicitó a la Fiscalía General de la Nación que trasladaran el proceso de la indagación de la muerte de Eliécer y José Albeiro de Tame a Bogotá, señalando falta de garantías y cuestionando un presunto hostigamiento de la Sijín hacia los familiares de los fallecidos. En noviembre del año pasado, el fiscal general encargado, Fabio Espitia, emitió una resolución por medio de la cual dio traslado del proceso a la Dirección Especializada contra las Violaciones a los Derechos Humanos en Bogotá. En uno de los párrafos del documento dice: “estudiados los argumentos aducidos por la abogada, este despacho advierte que existen causas externas a la actuación que pueden afectar el ordinario desarrollo del proceso. Por consiguiente y en aras de la eficacia de la administración de justicia se dispondrá de la variación de asignación de la indagación”.
El caso estuvo a punto de morir sepultado bajo el polvo en un estante de la Fiscalía de Tame. Aún con el traslado, la investigación no se ha movido lo suficiente. Hay testimonios que no han sido consultados y varias preguntas que el Ejército no ha contestado. ¿Quiénes fueron los soldados que participaron del operativo aquel 2 de mayo de 2019? Uno de los nervios del asunto está en establecer, más allá de toda duda razonable, qué pasó entre las 5:30 de la tarde, hora en la que los familiares de Eliécer y José Albeiro cuentan que ellos salieron de la casa, y las 5:50, momento en que según la necropsia se produjo el fallecimiento de ambos. Ninguno de ellos estaba vestido con prendas militares. Según las necropsias, José Albeiro estaba vestido con una camiseta negra, jean negro y botas cafés. Eliécer llevaba una camiseta café, jean azul y botas amarillas.
—¿Hubo algún testigo de los hechos además de los militares?
—La gente dice que cuando los mataron, sellaron allá y acá y no dejaron pasar a nadie. Ellos quedaron cerquita del pavimento, botados—cuenta un familiar de los jóvenes.
—¿Alguien pasó y los vio vivos?
—Una persona nos dijo: ‘yo escuché varios tiros’ y a lo último cuenta que sonó un, ¡pa, pa, pa! Como unos disparos finales.
Otra arista fundamental de la investigación está en reconstruir quiénes eran José Albeiro y Eliécer: ¿de dónde sacó el Ejército aquel prontuario que aún no han logrado justificar? Ese 2 de mayo, hacia las dos de la tarde, José Albeiro se había ido a bañar a una quebrada, junto con su hermana Martha y los niños de la casa. La tarde se aventuraba calurosa. Según el dueño de una volqueta, Eliécer y José Albeiro mucho más temprano en la mañana le habían ayudado a cargar un viaje de arena. Otros testigos consultados aseguran que los muertos solían trabajar en plataneras, sembrando, echando pica, pala, lo que saliera.
—Es una injusticia. Anduvieron conmigo trabajando en el carro y nunca tuvieron problemas de que los pararan. El día que los mataron, yo iba para Saravena cargado, y los muchachos me ayudaron con dos volquetas de arena en la mañana—dice el hombre.
A mediados de junio, después de haber salido de la Sijín, visité a María Antonia. Recuerdo haberla visto cruzar la sala de la casa de su hermana rumbo al patio para poder hablar con mayor tranquilidad. Arrimó un butaco y se sentó frente a la cámara con una mirada triste, angustiante, como si llevara una vida purgativa. El ruido de los pollos que revoloteaban por los corrales no dejaba que se escuchara con tanta nitidez su relato. El sopor era pesado y se sentía en las paredes calientes de ladrillos al descubierto. Afuera se veían unos platanales, mucho más allá se lograba percibir ese calor seco que hace que Tame parezca un eterno cuarto rodeado de leños encendidos.
—Mire doctor, yo lo único que quiero saber es por qué los mataron y cómo los mataron. No es como dice el Ejército que dice que fue un combate, no, esos son mentiras de ellos. Porque yo estoy segura de que ni mi hijo ni mi hermano pertenecían a ningún grupo de nada—dijo.
Tomado de Vorágine