“Estamos ante gobiernos débiles enfrentando asuntos complicados”

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Jesse B. Bump, profesor de la Escuela de Salud Pública de la U. de Harvard, dice que la pandemia nos va a recordar la importancia de la solidaridad. Las epidemias no se pueden derrotar a nivel individual. Tienen que ser un esfuerzo colectivo.

Jesse Bump ha sido un académico apasionado por estudiar la historia de la salud pública para entender cómo las sociedades priorizan sus acciones de la manera en que lo hacen. Durante años estudió la historia de las enfermedades diarreicas en niños y las razones por las cuales estas son prácticamente ignoradas en la agenda de la comunidad global, a pesar de que son una de las principales causas de muerte de la infancia en la mayoría de países de ingreso bajo.

Las decisiones sobre qué priorizar en materia de salud y cómo hacerlo se ven afectadas por factores económicos, políticos, culturales e históricos, lo que hace que para Jesse Bump la salud global sea un asunto de justicia social. Ahora que enfrentamos una pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2, que provoca la enfermedad Covid-19, Bump mira hacia el pasado de las epidemias para recordarnos que es en las crisis de salud pública en las que han nacido grandes innovaciones sociales.

Bump estudió astronomía e historia en el Amherst College. Luego completó una maestría en salud pública en la Universidad de Harvard y más tarde un doctorado en historia de la ciencia, medicina y tecnología de la Universidad Johns Hopkins. Hoy es director ejecutivo del Programa Takemi y profesor en la Escuela de Salud Pública en la Universidad de Harvard.

Una pandemia exige un liderazgo y una gobernanza global. ¿Cómo ha visto el rol de la Organización Mundial de la Salud?

Muchos historiadores coinciden en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) comenzó a gestarse en 1851. Ese año los franceses organizaron la primera de varias conferencias sanitarias internacionales. Se hacían cada 5 a 10 años. La OMS se formó sobre esa base. Estas conferencias se organizaron principalmente alrededor de la preocupación por las epidemias de cólera. En aquella época no se sabía cómo se transmitía, pero se sabía que era transmisible. La sociedad comenzó entonces a crear innovaciones institucionales, como los consejos de las ciudades para hacer frente a esos desafíos. Esas conferencias fueron la oportunidad para hablar y compartir ideas sobre el manejo de enfermedades. Es una organización con una estructura de gobierno que tiene la apariencia de una organización democrática, pero tiene beneficios especiales para algunos países.

¿Cómo se toman las decisiones en la OMS? ¿Quién la gobierna?

Es una buena pregunta con una respuesta decepcionante. La inequidad de recursos, de poder y dinero, se refleja en todas partes de nuestras sociedades. La OMS debería ser totalmente colaborativa, pero eso no es cierto. Miren a su vecino, Venezuela. Ahí hay una enorme crisis humanitaria, una de las más grandes del siglo, pero con poca atención por parte de la comunidad internacional y poca atención a las consecuencias sobre otros países. Ellos necesitan muchos servicios en salud, pero, ¿está la OMS liderando eso? La respuesta es que no lo están.

Claro. Esta vez vimos una respuesta de la OMS muy fuerte, porque hay países como China involucrados. Los problemas en su economía afectarían a todo el mundo. ¿Cómo influye el poder en esos asuntos de salud global?

Lo primero que diría es que la OMS es lo mejor que tenemos. No es perfecta y refleja la debilidad que le han provocado sistemáticamente sus Estados miembros. Por ejemplo, un 80 % de su presupuesto proviene de contribuciones, de donantes individuales, algunos países, organizaciones como la Gate Foundation. Esos donantes por lo general van y le dicen: te daremos fondos para que hagas lo que queremos que hagas. Es una negociación obviamente, pero asimétrica, porque depende de la asimetría del dinero. La OMS no tiene la autonomía para decirles a los países qué hacer, así como tampoco tiene la independencia económica para hacer lo que creen que debe hacer. No tiene miles de personas para ir a un lugar y tomar decisiones específicas de la manera que quisiera. La OMS es normalmente el líder, pero los países hacen lo que quieren.

Los ciudadanos se organizan a nivel comunitario, luego regional, ciudades y naciones. Forman gobiernos para manejar las amenazas a su salud. No es posible manejar una epidemia como individuo. Requiere una respuesta a nivel colectivo, de toda la sociedad, y eventualmente a nivel global. Siempre construyes con las capacidades que tienes.

Durante la epidemia de H1N1 en 2009, la OMS tenía un sistema de seis niveles en los que designaba a cada país dependiendo de la progresión de la enfermedad. Pero pasaron varias cosas. Los países sentían que ese sistema aumentaba la ansiedad frente a la enfermedad. La epidemia H1N1 afortunadamente mutó y se convirtió en una epidemia más suave, pero la OMS fue objeto de muchas críticas. Se revisó el sistema y ahora son los países los que hacen la declaración de su estado. Bajo el anterior sistema seguramente los expertos habrían declarado a China en epidemia mucho más rápido de lo que a ellos les habría gustado declararlo. Lo mismo ahora con el estado de pandemia. La OMS fue muy lenta, porque las normas de sus propios miembros le impedían hacerlo más rápido. Muchos países simplemente no querían reportar. Como ocurrió en Irán. Aunque en un punto era claro que estaba fuera de control, el gobierno insistía en que todo estaba bien.

¿Cómo ve el rol de entidades privadas en una crisis de salud pública global como esta? ¿Hemos visto a grandes empresas hacer anuncios de alianzas con gobiernos o prometiendo financiar vacunas?

En el contexto actual, el liderazgo del sector privado puede reflejar una ausencia de liderazgo del sector público. La Fundación Gates, por ejemplo, tiene mucho dinero. ¿Lo van a gastar de la manera adecuada? ¿Quién les da autoridad? ¿Quién participa en sus decisiones? Ellos actúan de manera autónoma. No quiere decir que sea malo per se, que esté mal. Pero si escogen mal lo pagarán los ciudadanos del mundo. Hacen lo que creen que es bueno. Lo ideal sería tener un gobierno que sabe lo que se debe hacer y consigue el dinero que necesita. La otra respuesta a esta pregunta es que estamos ante gobiernos débiles enfrentando asuntos complicados. Cuando no tenemos tiempo, recurrimos al liderazgo que esté disponible.

Cada país tiene un sistema de salud diferente. ¿Cuáles reaccionan mejor ante una epidemia? Un excandidato presidencial aquí en Colombia aseguraba que los sistemas públicos responden mejor a una pandemia.

Diría que la métrica es la fortaleza del sistema. Cada sistema, basado en aseguramiento o en un solo pagador, tiene fortalezas y debilidades desde su nacimiento. Cualquiera puede funcionar en estas circunstancias si es un buen sistema. No es que uno sea mejor que otro para enfermedades emergentes. Los fuertes pueden y los débiles no pueden.

Estamos hablando de una epidemia en que lavarse las manos es una estrategia importante, pero en muchos países millones no tienen acceso a acueductos. ¿De qué manera la inequidad ha cumplido un rol en las epidemias pasadas?

Así sea una epidemia como esta o una crisis financiera, los más afectados siempre son los más pobres. Cuando estás marginalizado no es solo en una categoría, es en la totalidad de la existencia. Lo que ves es lo mismo que ocurrió en el Titanic. Los pasajeros de segunda clase murieron a una tasa más alta que los de la primera clase.

Algo que ha generado miedo en mucha gente en nuestro país es ver escenas por televisión de países ricos como Italia o España sufriendo por el coronavirus. ¿Realmente cree que países con menos capacidades pueden salir mejor librados que esos?

¿Por qué esto está pasando en Italia, Japón o Francia? Porque no estaban listos. En la Universidad de Hong Kong, un grupo de investigadores venían monitoreando los periódicos de China y alertaron sobre la epidemia. Ellos identificaron el patrón y alertaron al resto del mundo. Los países, al igual que los individuos, funcionan con una visión a corto plazo. Es la naturaleza humana al nivel de la sociedad. ¿Tratan de ahorrar dinero? No. Tienen otras urgencias.

¿Cómo cree que esta pandemia nos hará repensar nuestros sistemas políticos, económicos y sociales? No deja de ser increíble que todo entre en crisis por un virus.

Esta es una de las oportunidades especiales para eso. Cuando las cosas van muy mal para mucha gente te permite pensar lo que hace mal la sociedad. El derecho a votar para las mujeres llegó después de la Primera Guerra Mundial. Las enfermedades infecciosas llevan a las sociedades a organizarse y comprometerse con la solidaridad. Muchas ideas modernas del Estado vienen del siglo XIX, en el que las epidemias eran muy comunes. El Estado moderno aún tiene problemas sin resolver que esto podría ayudar. Esta podría ser la oportunidad para pensar lo que puede hacer la solidaridad social. Por ejemplo, en muchos países, incluido Colombia, las enfermedades crónicas no transmisibles son una gran carga. Pero la sociedad las ha entendido como un asunto individual, y eso está mal, porque esas enfermedades dependen del ambiente nutricional, del comercio, no vienen de la naturaleza. Controlar la influencia de las corporaciones, las relaciones con la política, los hábitos de los ciudadanos. Pienso también en el cambio climático. Pienso que una de las víctimas del coronavirus serán las reuniones. Gastamos mucho dinero y tiempo atendiendo reuniones físicas. Ahora el distanciamiento social como una estrategia de manejo de la enfermedad nos está obligando a desarrollar nuevas capacidades. Esa es la parte buena y emocionante de esto, descubrir formas nuevas de organizar nuestras interacciones. El coronavirus nos hará repensar un montón de cosas, incluyendo la inequidad.

Ya habló sobre el rol de la política en una epidemia. ¿Y la economía? Vimos una profunda crisis esta semana.

Las crisis recientes, como la financiera de 2008, son problemas de política financiera que se pueden arreglar monitoreando esa política. Pero aquí puedes esperar efectos como disrupción de cadenas de alimentos, gente cayendo en la pobreza porque no puede ir a trabajar. La epidemia va a exponer las vulnerabilidades de las sociedades. Las alteraciones en el comercio serán graves si llega a tocar la alimentación o el suministro de medicinas esenciales. La gente puede esperar si no tiene un teléfono nuevo, pero no por comida y asuntos médicos. Cuando la crisis alcanza ese nivel, la gente lo percibe de otra manera, sus vidas ya no pueden continuar de la misma forma a la que están acostumbrados, las sociedades se contraen, no tienen dinero, no consiguen trabajo. Es lo contrario al desarrollo.

Hace un siglo experimentamos una pandemia de gripe que cobró millones de vidas. ¿Qué lección nos dejó y cuál nos negamos a aprender?

Esa epidemia la subestimamos y mató a unos 50 millones de personas. Tenía una mortalidad extraordinaria. Adicionalmente fue disruptiva por las personas que mató, mayoritariamente hombres jóvenes, gente empezando familias, al principio de carreras, mujeres en edad reproductiva, todos ellos el motor de la sociedad. No afectó tanto a los niños ni a los ancianos. De esa y otras epidemias aprendimos a mejorar como sociedad, implementamos códigos de construcción, regulaciones en la cadena de alimentos, implementamos acciones de vigilancia, códigos de higiene, recolección de basuras, todas esas fueron lecciones que aprendimos. Pero una de las más importantes que olvidamos, sobre todo los países ricos y la gente más adinerada en otros países, es que las enfermedades infecciosas son muy serias y se deben manejar a nivel colectivo, social, no del individuo. En Estados Unidos elegimos políticos a los que no les importa el manejo de la salud, de hecho, ahora somos una sociedad menos saludable. En Estados Unidos la expectativa de vida ha decaído por tres años seguidos, lo mismo ocurrió en otros países por las enfermedades crónicas no transmisibles. Olvidamos que necesitamos un entorno sano.

Esta epidemia, a diferencia de la de 1918, afecta más a los adultos mayores. ¿Qué implicaciones tendrá esto para la sociedad?

Los más vulnerables ante el coronavirus son los viejos, y entre ellos los hombres un poco más que mujeres, así como los que tienen enfermedades preexistentes. Por siglos la gente ha luchado para determinar el valor de la vida. No es posible decir definitivamente que una vida es más valiosa que otra. Pero las sociedades han valorado la vida de las personas mayores, y creen que deben recibir atención especial. Por eso tenemos sistemas en los que los jóvenes pagan por los viejos, como programas de seguridad social. Tenemos ideas como las pensiones. Tenemos respeto por ellos. La pérdida social que viene tras la muerte en esa población es que pierdes conocimiento, continuidad, conexiones, es tremendo.

Texto de Pablo Correa y Johnattan García Ruiz, investigador de Dejusticia y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes.

Tomado de El Espectador

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