Familiares no pueden ver quién está en el ataúd: Cementerios, también en la lucha contra el covid

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Era domingo y hacía un día soleado. Hacia el mediodía, llega un coche fúnebre al Parque Cementerio Fontibón, al occidente de Bogotá. Atrás, queda un cuadro desgarrador de una mujer y tres jóvenes que lo despiden entre lágrimas, mientras que el vehículo que contiene el féretro se dirige al horno crematorio.

En tiempos de pandemia, aquellos rituales como las oraciones, las elegías, la última mirada al rostro del ser amado y la música fúnebre han tenido que reducirse a lo mínimo ante el miedo al contagio de COVID-19 y las restricciones impuestas por el Gobierno Nacional.

El rito funerario se ha convertido en un problema logístico: tras la muerte de una persona, hay que llevar el cuerpo lo más pronto posible a la funeraria, con el menor contacto posible con otras personas para evitar contagios, y acto seguido, al cementerio para su cremación. Sin embargo, se hace lo posible para que los familiares puedan tener una despedida a través de una eucaristía o el rito propio de cada quien.

Doris Huérfano, gerente comercial del Parque Cementerio Fontibón en Bogotá, explica que, previo a la cremación de la persona que muere por COVID-19, el personal del lugar intenta brindar un acompañamiento a los dolientes, mediante una misa realizada con todos los protocolos de bioseguridad. Tan solo pueden estar 10 personas en la capilla, completamente separadas, y no pueden tener contacto con el cuerpo.

«Somos básicamente, la primera línea que nadie ve. Actualmente contamos con un complejo funerario que ha ido evolucionando para que las personas del sector logren tener una buena despedida del ser querido, pese a lo doloroso y complejo que es este suceso en la vida de todo ser humano. Cuando se da aviso del fallecimiento de una persona, acudimos a un gestor de familia para darles un poco de paz y tranquilidad en medio de un suceso traumático», explicó Huérfano.

La mayor impotencia y tristeza que se genera en los familiares es la de no poder ver a su familiar, así sea desde el ataúd, sino que directamente se llegue al horno crematorio y posteriormente, hacer una despedida a las cenizas del ser querido.

No obstante, existe otro miedo incluso mayor al del COVID-19: las amenazas de personas que viven en zonas aledañas al cementerio, y que ha desencadenado daños en las instalaciones del lugar.

«El pasado 20 de julio hubo una nube de humo. A raíz de esto, un grupo de individuos ingresaron y rompieron incluso objetos de la capilla, como el vitral donde estaba la figura de Jesucristo, las cruces, todo. Lo que no entienden muchas personas es que la razón por la que sale a veces el humo tan espeso y oscuro es porque prácticamente nos envían la persona con elementos como tubos, líquidos, órganos, prótesis y demás, lo que genera esa reacción inflamable al hacerse la incineración del cuerpo», expresó la gerente.

Debido al uso recurrente de los hornos crematorios en medio de la pandemia y el aumento en la demanda de cremaciones, Doris aseguró que no solo ella, sino también el personal que opera los hornos y maneja las honras fúnebres han sido amenazados de muerte, por lo que al parecer, ningún lugar parece seguro.

Aún así, han continuado la labor de preparar los cuerpos, trasladarlos al horno por medio de poleas para evitar el mayor contacto posible con el cuerpo, y posteriormente, cremarlo.

A pesar de lo compleja de la operación, el acompañamiento a los familiares lo es aún más, pues manejar el dolor ante la muerte en estos tiempos es mucho más difícil y traumático para los familiares,

«Los casos COVID han sido muy duros, porque ver a una persona gritar que le dejen ver a su papá una última vez sin poderlo hacer por órdenes del Ministerio de Salud, es complicado de manejar. Hay mucho desespero de los familiares porque ni siquiera saben si en efecto el cuerpo que les entregaron fue el del ser querido», narró Doris.

Otro de los problemas que también ha enfrentado es el del volumen de cuerpos para cremar, pues en los cementerios distritales, se está empezando a ver la sobreocupación, incluso, se ha tenido que poner cadáveres en los contenedores especiales para evitar un estado avanzado de descomposición.

«Mientras que una persona que murió por una enfermedad distinta al Covid se le ha practicado debidamente la tanatopraxia y queda limpio de objetos, el difunto Covid no tiene este paso, uno no sabe qué hay dentro. Pueden meterles aserrín, químicos, plásticos, y eso es nocivo para el horno, es una bomba», indicó.

Ese domingo, dos cuerpos fueron cremados, en medio del dolor de los familiares que perdieron a sus padres, tíos, amigos y compañeros,; y la incertidumbre sobre la veracidad de que el cuerpo sea del ser amado. Además, el temor de quienes quedan por haber adquirido el virus, genera una situación de caos y tragedia, con un porvenir incierto, y una herida en el alma difícil de borrar.

Tomado de La Opinión

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