Majdal Shams/ Jerusalén, 17 jul – La hermana de Madda Hamad nació en la ciudad siria de Majdal Shams, que abandonó cuando Israel ocupó gran parte de los Altos del Golán en la guerra de 1967. Se marchó a los suburbios de Damasco pero, este jueves, espera impaciente a que el Ejército israelí le permita volver al que fue su hogar, en medio del cruce multitudinario de población drusa en la divisoria a raíz de la violencia desatada en el sur de Siria.
«Tiene 75 años. Tiene cáncer. La puedes ver, ahí está», dice a EFE con voz temblorosa y visiblemente emocionado Hamad, que señala a su hermana. No se ven desde hace dos años, cuando se reunieron en Amán. «Espero que la dejen pasar para que pueda visitar a su familia aquí en Majdal Shams», añade sin perder la vista de su hermana, sonriente.
El trasvaso de población se produce de forma paralela a los violentos choques que se han producido esta semana en la ciudad de Al Sueida, en el sur de Siria, entre la minoría drusa, clanes beduinos y fuerzas del nuevo régimen sirio.
Desde el lunes, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos eleva hasta 370 los fallecidos por este estallido de violencia, que se encuentra ahora en un periodo de calma tras la mediación ayer estadounidense, árabe y turca. Las autoridades sirias todavía no han ofrecido un balance actualizado de víctimas.
Ya el martes, ante la inacción de las fuerzas israelíes, decenas de personas cruzaron de Israel a Siria en protesta por la violencia desatada contra los drusos al otro lado de la divisoria. El efecto llamada fue tal que ayer miércoles, la prensa israelí cifró en más de mil el número de personas que supuestamente cruzaron.
Este jueves, según pudo comprobar EFE, cientos de drusos se arremolinaban a la espera de abrazar a sus seres queridos y, cuando los soldados abrían las vallas irrumpían los aplausos en el lado israelí.
Unos 24.000 drusos viven en los Altos del Golán ocupados y en torno al 20 % posee la ciudadanía israelí. Aunque la ocupación despertó gran rechazo en esta comunidad siria, los jóvenes cada vez se sienten más israelíes y hasta cumplen con el servicio militar, que es obligatorio en Israel.
«Fue como un sueño»
«Mi hijo entró ayer a Hader (en Siria)», cuenta el druso Safadi Salim desde el lado israelí. «Le pregunté: ‘¿Cómo está la situación en Hader?’ y me dijo ‘no, no, yo me quiero quedar en Israel'», comenta entre risas.
La distancia es tan exigua que, quienes deciden cruzar, pueden dormir en la zona controlada por Israel e irse por la mañana, o a la inversa: llegar a pernoctar en Hader y a la mañana siguiente, regresar al lado israelí.
«Queremos abrir la frontera. Si el Ejército está allí, ¿por qué nosotros no podemos entrar a ver a nuestros padres, a nuestros familiares?», pide Salim.
Desde que el 8 de diciembre de 2024 cayó el régimen del presidente sirio Bachar al Asad, Israel expandió su ocupación llegando a controlar la zona desmilitarizada entre ambos países.
Israel aprovechó el brote de violencia para atacar a efectivos del nuevo gobierno sirio, además de bombardear ayer el Ministerio de Defensa y las inmediaciones del Palacio Presidencial en la capital, Damasco.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, advirtió hoy en un vídeomensaje de que no permitirá la presencia de tropas gubernamentales más allá del sur de Damasco, ni tampoco las masacres contra la minoría drusa en Siria.
Por su parte, el nuevo presidente sirio, Ahmed al Sharaa, anunció que dejará la seguridad del sur del país en manos de facciones locales y líderes religiosos a fin de restaurar la calma.
Una mujer, que no da su nombre, explica a EFE que lleva 23 años viviendo en Israel, pero que nació en Damasco. Hoy, celebra que su hermano ha llegado desde Siria: «No he vivido suficiente tiempo con él», se lamenta.
«Han pasado cosas alegres y otras tristes. Mis hermanos se casaron y no pude estar con ellos. Mis padres fallecieron y tampoco pude estar. Fue lo más difícil para mí y también la guerra», explica, «muchos de los nuestros murieron».
Ahora, junto a la alambrada de espino que divide los Altos del Golán, la mujer se muestra alegre: «Abrieron la frontera, e Israel nos ayudó a reunirnos con nuestras familias. Fue como un sueño».
Magda Gibelli y Paula Bernabéu
EFE