Los Planes (Panamá) 12 may- Mientras miles de migrantes prosiguen su viaje hacia Estados Unidos en decenas de autobuses desde un albergue en el norte de Panamá, unos pocos hacen el camino inverso para regresar a sus países, hartos de los continuos abusos.
Pasado el ajetreo de la mañana con una ola de migrantes que subían a los vehículos rumbo a la frontera con Costa Rica, unos pocos permanecen en el centro de recepción migratoria de Los Planes, gestionado por las autoridades panameñas, a la espera de que obtengan los permisos necesarios para tomar un vuelo.
«Uno ha pasado tantas cosas que busca llegar otra vez donde la familia (…) Lo que pido es que me den el salvoconducto para poder comprar mi boleto», explica a EFE el venezolano Yorgenis José Hernández, de 30 años y padre de tres hijas.
Hernández quiere regresar a Colombia donde vive parte de su familia, y afirma que incluso tiene el dinero suficiente para comprar el billete de avión, pero necesita formalizar toda la documentación para poder salir de Panamá y poner fin al viaje.
Algunos deciden abandonar la búsqueda del sueño americano tras mucho intentarlo, pero este joven venezolano asegura que llegó a cruzar la frontera estadounidense por Texas, donde recibió asilo político tras permanecer «22 días preso en inmigración».
«Me vine porque tuve muchas decepciones, me trataron muy mal de aquel lado y no me daban comida, no me dejaban bañar, nada, y decidí venirme. (…) Decidí marcharme porque me trataron muy mal los 22 días que duré y solo iba empezando (en el país), entonces ya agarré miedo, y ya, me voy mejor y me vine», sentencia Hernández.
«Pinches venezolanos qué hacen aquí», le decían los oficiales. «Me vine porque me trataron muy mal, no me gustó», repite.
Así que mientras otros intentaban cruzar la frontera a Estados Unidos, él la cruzó en sentido contrario hacia México, y todos los abusos que había sufrido hacia el norte, desaparecieron en su trayecto a Suramérica, tomando un autobús tras otro.
Hacia el norte «fue muy duro, todos esos países ponen a uno a pasar ronchas, que decimos nosotros, porque ni una agüita, nada le regalan a uno, y eso es caminar y caminar. Caminaba unos 60 km y nos devolvía migración para atrás, y otra vez a caminarlo», rememora, un viaje que incluyó un trayecto en México en los trenes conocidos como «La Bestia», tres días y medio subido, aguantando frío y hambre.
Los barracones de madera del albergue de Los Planes, que acogieron hace décadas a ingenieros y técnicos que construyeron una planta hidroeléctrica en esa zona montañosa y verde, tienen ahora a lo largo de sus pasillos a migrantes que desean partir cuanto antes para seguir su camino hacia Estados Unidos, o para regresar a casa.
El joven colombiano Jonathan Andrés Arrubla llora desconsolado. «Me dijeron que mi mamá enfermó. Me pienso regresar para Medellín, pero para salir de acá del país tengo que tener pasaporte, y no tengo (…) Tengo el pasaje, pero necesito que me colaboren para un permiso para yo salir de acá del país», lamenta.
PROGRAMA DE RETORNO VOLUNTARIO
Tanto Hernández como Arrubla se han acogido al programa de retorno voluntario asistido de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas, que les ofrece la opción de que regresen a su país de origen.
«Estos programas están creados para aquellas personas migrantes que se encuentran fuera de su propio país y que en algún momento no están en capacidad o deciden que no quieren continuar con su ruta migratoria», explica a EFE Jorge Andrés Gallo, Oficial Regional de Comunicaciones para Centroamérica, Norteamérica y el Caribe de la OIM.
El organismo de la ONU, que se une a otros como Unicef presentes en el albergue, ayuda a los migrantes que se acogen «voluntariamente a estos procesos» a tomar vuelos comerciales, «obviamente tras solucionar todos los requisitos legales para que la persona pueda regresar de manera regular y segura a su país», detalla.
En ocasiones también cubren el coste del pasaje «cuando exista disponibilidad presupuestal y la persona cumpla con los requisitos de legibilidad dependiendo de su nacionalidad, porque no hay programas de retorno voluntario asistido en todos los países, ni hacia todos los países», como es el caso de Haití por seguridad.
Precisamente, en el albergue, un joven haitiano permanece en el pasillo en silencio, con la mano en la cabeza, pensativo.
También el policía venezolano Johnny Sánchez quiere regresar a su país. Cobraba 16 dólares al mes y no alcanzaba para mantener a su familia, pero el trayecto hacia Estados Unidos ha sido demasiado y no merece la pena continuar y arriesgarse a perder la vida.
«Fue duro, la selva no es nada fuerte como Honduras hacia arriba», explica Sánchez, a salvo ya en el centro de las autoridades panameñas. Dice que lo peor fue Guatemala, donde incluso la policía fronteriza intentó abusar de una compañera que les acompañaba.
«Malo, malo, que querían abusar de ella incluso, le tocaron partes de su cuerpo para ver si tenía plata, y ella pues asustada les dio 100 dólares, y todo era plata, plata, plata (…) A mi hermano le golpearon por las costillas. A nosotros nos empujaron y eso, porque no teníamos dinero para darles», relató.
El también venezolano José Moisses González, de 22 años, lleva más de un año de viaje lejos de su familia. Se fue, dice, para ayudar a su abuela «con el medicamento», pero después de salir la mujer empeoró, «sentimental», echando de menos a su nieto mayor.
González llegó hasta Guatemala y desde allí inició el camino de vuelta, parando en Costa Rica en la recogida de café para comprar un teléfono con el que poder comunicarse con su familia. Ahora busca el modo de conseguir «la plata» para adquirir el pasaje de avión.
¿Por qué no decidió continuar? «Por la sencilla razón de que había muchos problemas como los secuestros, gente muerta por México y eso, y mejor antes de que me vayan a secuestrar, me regreso».
También, al igual que otros en el albergue, Sánchez tiene muy presente el reciente atropello de migrantes venezolanos en Texas, en el que murieron ocho personas. El joven saca el celular y muestra el momento del impacto del vehículo, dejando a muchos mutilados. (EFE).
Moncho Torres