El alpinista mexicano Héctor Ponce de León, quien subió el Kilimanjaro el pasado 30 de septiembre, aseguró este lunes que las experiencias de sus ascensos no son enseñanzas de vida porque su vida es la montaña.
«Eso de las enseñanzas de la montaña en la vida no aplica en mi caso porque no tengo vida fuera de la montaña; está mi esposa pero con ella tengo mi empresa de expediciones», aseguró en entrevista a Efe el deportista de 51 años.
El último día del pasado septiembre Ponce de León maldijo el calor y se preguntó qué hacía de aventurero al otro lado del mundo, pero al subir una loma en bicicleta descubrió la imagen limpia del Kilimanjaro y cambió su mal talante por agradecimiento.
«Fue el antes y el después de mi ascenso a la montaña más alta de África, llevaba 180 kilómetros de pedaleo desde que salió del puerto keniano de Mombasa, necesitaba un estímulo mental y ver el Kilimanjaro tan perfecto fue una inyección de energía», aseguró.
El mexicano ascendió desde el nivel del mar los 5.963 metros del Kilimanjaro luego de recorrer casi 300 kilómetros en bicicleta de Kenya a Tanzania, asiento de la montaña, y de subir 35 kilómetros por la parte oriental.
La idea del reto fue ascender desde el nivel del mar, lo cual le representó un alto grado de dificultad porque antes de empezar la subida debió trasladarse 300 kilómetros en bicicleta, algo duro para quien no es ciclista.
«Cuando faltaban 120 kilómetros para llegar empecé a tener dudas, había calor, sentía hambre y al llegar a las faltas, todavía me faltarían 35 kilómetros de subida; fue entonces que llegué a la punta de una loma y vi el Kilimanjaro sin una nube», cuenta al referirse al antes y el después de su travesía.
Ponce de León ha alcanzado la cima de siete de las 14 montañas de más de 8.000 metros, sin embargo este reto fue de una dificultad diferente porque no hizo los periodos de aclimatación que suelen hacer los montañistas cuando desafían poco a poco las grandes cumbres.
Ha sido una de las experiencias más duras del mexicano. Por cuestiones de seguridad no pudo empezar la travesía en bicicleta en las primeras horas de la madrugada y eso le significó llegar a las zonas de más calor cerca del mediodía.
«Salimos como a las cinco de la madrugada para no correr riesgos en la carretera de Mombasa, con gran tráfico, y no pasar de noche por un Parque Nacional con felinos grandes; salir tan tarde hizo que nos agarrara mucho calor donde más lo queríamos evitar, eso nos mermó», confiesa.
Ante la opinión pública Ponce de León es considerado un héroe deportivo que alcanzó la cima de las montañas G-1, G-2, Broad Peak, Cho Oyu, Everest, Makalu y Shisha Pangma, todas de más de 8.000 metros. Pocos saben que hace sus hazañas con un tobillo casi destrozado y tras entrenamientos regidos por el dolor.
«Tengo artrosis terminal del tobillo derecho. Ya no tengo cartílago y en cada paso que doy hay dolor. Los médicos sugieren inmovilizarlo, pero lo evito y de momento corro con bastones y aumento el cuidado a la hora de pisar», confiesa.
Después de entrenamientos de montaña con cambios de ritmo, largas sesiones en bicicleta y trabajo de gimnasio, el deportista alcanzó una forma deportiva que lo dejó listo para subir el Kilimanjaro desde cero en 22 horas. Los contratiempos, entre los que se incluyó una demora en la frontera con Kenia por temas de migración, incrementaron su tiempo hasta 31 horas y media.
«Ya no está nevado por el cambio climático. Antes de llegar a lo más alto llegas al borde del cráter; los últimos metros son bonitos. tengo varias imágenes y sensaciones fuertes», explica.
A pesar de llevar toda una vida dedicada al montañismo, en los momentos duros de sus ascensos, Ponce de León a veces se pregunta ¿qué hago aquí?, pero no puede evitar regresar a las grandes cumbres. Es el sentido de su vida.
«No me entusiasma la idea de poner mis restos en una montaña. Prefiero hacer cosas en lo que me queda de vida; en el 2020 no haré ascensos desde cero porque estoy quemado de tanta bicicleta. En mayo o junio pretendo hacer un proyecto de escalada pura», asegura.
EFE.