Indígenas colombianos lloran los muertos colaterales de un conflicto perenne

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Caldono/Bogotá (Colombia), 20 marzo de 2021.- Cuando enterraron a José Huberth Tumbo, el cielo se cerró de golpe y rompió a llover. Pareciera como si el clima le diera la razón al pueblo nasa, que rechaza la violencia que acabó con la vida de este joven indígena encontrado el pasado martes en Argelia, en el suroeste de Colombia.

José Huberth, un joven nasa de 21 años, quería ganar algo de plata para construirse una casa propia en el resguardo indígena de Pueblo Nuevo, en el departamento colombiano del Cauca. Por eso partió hace unas semanas a Argelia, a unas seis horas de allí, donde muchos jóvenes trabajan «raspando» coca o con cualquier otro jornal.

«Nosotros como somos pobres indígenas, mi hijo salió a trabajar», relata a Efe su padre, Gonzalo Tumbo, durante el entierro en Pueblo Nuevo. El joven acababa de terminar el servicio militar.

Su cuerpo fue encontrado junto al de otro joven, Luis Huberth Camayo, también del mismo municipio, el pasado martes, con disparos de fusil en la cabeza y esposados en el corregimiento de El Plateado, una aldea del convulso municipio de Argelia.

UNA TUMBA FUERA DEL CAMPOSANTO

Familiares encienden velas durante el sepelio de José Huberth Tumbo, el 19 de marzo de 2021 en el corregimiento de Pueblo Nuevo,
municipio de Caldono, Cauca (Colombia). EFE/ Ernesto Guzmán Jr

José Huberth reposa ahora en la ladera de un cerro, a pocos metros de la casa familiar, fuera del cementerio donde ya no queda espacio, y para sentirlo más cerca y evitar que su nombre caiga en el olvido, explica uno de los mayores de la comunidad, Mariano Peña.

A la «siembra», como denominan al entierro, acudieron más de un centenar de personas que primero velaron el féretro en la casa para luego salir en procesión, escoltados por los mayores y médicos tradicionales, que iban echando agua a su paso para armonizar un terreno manchado por la violencia.

El hermano de José Huberth Tumbo, callado y taciturno, recibía a los familiares y amigos que portando velas se acercaron al altar y al féretro del fallecido, para alumbrarle así el camino y su proceso de transformación. Los nasas no mueren, trascienden, según su cultura, que para estos actos fúnebres se mezcla con ritos católicos como la misa de rigor.

El último adiós fue en nasa yuwe, la lengua de este pueblo, antes de que el féretro descendiese a la tierra y el cielo se cerrase de golpe, ocultando el sol que acompañó la jornada y rompiendo a llover.

UN CHICO DISCIPLINADO Y ALEGRE

Quienes lo conocían, describen a José Huberth como un chico disciplinado, tenaz y alegre, que tenía sueños y quería conseguirlos. Cuando era más pequeño, caminaba cada día una hora para ir al colegio, desde su casa en la vereda (aldea) al municipio.

«Normalmente al colegio llegan 60 estudiantes y terminan el bachillerato 20 ó 25 máximo. Entonces el que él se haya graduado es un logro muy grande para nosotros los profesores», explica a Efe quien fuese su profesora de Ética y Valores, la monja Irene Velásquez.

«Lo que él empezaba, lo terminaba», insiste la monja durante el sepelio. Cuando acabó el bachillerato, se dedicó a las labores agrícolas propias de la zona, el café y la cabuya, pero, tras el servicio militar, decidió marcharse a probar suerte fuera del resguardo indígena, como tantos otros jóvenes.

ARGELIA, UN POLVORÍN POSCONFLICTO

Personas asisten al sepelio de José Huberth Tumbo, el 19 de marzo de 2021 en el corregimiento de Pueblo Nuevo,
municipio de Caldono, Cauca (Colombia). EFE/ Ernesto Guzmán Jr

No se sabe quién fue el que disparó a José Huberth y al otro joven nasa, ni a los otros dos que encontraron en los días posteriores en la misma zona de Argelia ni a Maye Cuenú Valencia, una mujer afro que procedía de Nariño. Los tres episodios sucedieron en apenas tres días, entre el 14 y el 16 de marzo.

Argelia, que hasta la firma del acuerdo de paz en 2016 estaba bajo control de las FARC, es el tercer municipio más atacado del país. En él convergen los intereses del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la intromisión de grupos narcotraficantes y el Frente Carlos Patiño, formado por disidentes de las FARC, que tratan de recuperar en sus filas a desmovilizados.

«La situación sigue estando bastante mal», explica a Efe el investigador de la Fundación Paz y Reconciliación (Pares) Juan Manuel Torres, «en los últimos meses ha pasado de todo y uno cree que parece que va a calmarse, pero luego llegan otra vez los enfrentamientos».

A finales de enero, las autoridades recuperaron el cuerpo sin vida de un concejal del municipio y el resto tuvo que huir. Las autoridades mandaron al Ejército y otros organismos a restaurar el orden, pero en las veredas (aldeas) el miedo y la violencia continúan por los enfrentamientos entre los distintos grupos y la presencia del Estado es nula.

A pesar de todo, los jóvenes del norte del Cauca y del vecino departamento de Nariño acuden a probar fortuna en la coca porque «allá siempre hay trabajo», como explica el investigador de Pares, y se ven involucrados en un conflicto que les es ajeno.

Torres sospecha que a los cuatro jóvenes nasa los pudieran haber asesinado por relacionarlos con algún grupo armado, ya que en el norte del Cauca algunos indígenas están asociados (e incluso dirigen) a estos grupos.

«Recordamos que llevamos más de dos años advirtiendo la crisis de violencia en el Cauca», avisan desde el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), que observa cómo impunemente aumentan las amenazas, homicidios y ataques contra los territorios indígenas de esta región.

Ernesto Guzmán Jr. e Irene Escudero

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