Leópolis (Ucrania), 28 noviembre de 2022.– Los pueblos de Ucrania se preparan para el invierno y para dar opciones de alojamiento a sus residentes mientras las autoridades piden a la población que se traslade al campo para reducir así la presión sobre la infraestructura crítica dañada.
La Ucrania rural proporciona un cierto grado de autonomía respecto a la red centralizada de suministro de agua, electricidad y calefacción, aunque también está afectada por los cortes de energía que sufre todo el país.
La carretera que une Leópolis con Sokolia, cerca de la frontera polaca, está a oscuras totalmente. La única luz procede de los coches que circulan y de alguna capilla iluminada en los márgenes. Como las ciudades, buena parte del campo está sumido en la oscuridad.
«Incluso los nazis no hicieron sufrir a los civiles tanto como los rusos», dice a EFE Ivan mientras inevitablemente llegan a su mente recuerdos de la otra gran guerra de hace generaciones.
Tiene 61 años y cree que está en mejor situación que muchos residentes de las regiones del sur y el este de Ucrania, devastadas por la invasión rusa.
«Tengo una caldera de gas y al menos dentro se está caliente», cuenta Ivan.
Con un pozo en el patio, tampoco tiene que preocuparse por el suministro de agua. La cosecha de este año de su huerto, más de treinta colmenas y un pedazo de tierra cultivable, además de dos vacas y varias gallinas también tiene una cierta autonomía cuando se trata de alimentarse.
Sin embargo no hay manera de escapar a los efectos de los ataques deliberados de misiles rusos contra la infraestructura ucraniana porque el pueblo se quedó sin electricidad durante diez o doce horas en los últimos diez días.
Un problema es que el congelador apenas puede mantener la temperatura que necesitan la carne y otros productos para no perecer.
Ivan está especialmente preocupado por lo que pueda pasar cuando los rusos comiencen a atacar el sistema de distribución de gas. Desmontó los hornos de leña que tenía en casa a principios de la década de los 2000 cuando el pueblo se conectó a la red de gas.
«Es una catástrofe», dice Igor, vecino de Ivan. Junto con su esposa, Slava, se vino al campo desde Leópolis hace años para vivir más cerca de la naturaleza. Ahora se preocupa sobre cómo pasará el invierno.
Igor está buscando cómo comprar un generador eléctrico para su casa, como han hecho ya algunos de sus vecinos. Puede que sea más difícil porque con el aumento de la demanda los generadores se han convertido en un bien escaso incluso en los países vecinos y son cada vez más caros.
«En cualquier caso, será una solución a medias porque solo pueden funcionar unas horas seguidas mientras que la corriente no la tenemos durante días», cuenta.
Igor también está afectado por la muerte del sobrino de su mujer, que murió en combate en el Donbás, y está preocupado porque puede llevar años reparar la infraestructura destruida por los rusos.
Al menos, tiene hornos de leña en casa. A pesar del déficit y de la subida de los precios, Igor pudo hacerse con troncos, que todavía tiene que cortar y dejar secar. Lleva con fiebre varios días e Igor dice que no tiene las fuerzas para ese trabajo porque además tiene que ir a su empleo en un negocio pesquero cercano.
Mientras, montones de madera están apoyados contra la pared de una dacha próxima. Las casas de pueblo, propiedad de algunos residentes de la ciudad que tenían familia aquí, es una segunda opción para muchos.
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Algunos alcaldes, incluidos los de Kiev, Vitaliy Klitschko, e Ivano-Frankivsk, Ivan Martsynkiv, han pedido ya a sus habitantes que se trasladen a zonas limítrofes o pueblos, donde pueden acceder a una fuente autónoma de agua y calefacción, lo que además quita presión a la infraestructura de las grandes aglomeraciones.
Muchos retrasarán ese traslado lo más que puedan porque no quieren abandonar sus hogares y un entorno más desarrollado en las ciudades. Pero puede que tengan pocas opciones puesto que los alcaldes avisan de que los puntos de calefacción que se están creando quizás no sean suficientes con apagones más prolongados y con temperaturas bajo cero.
Rostyslav Averchuk
EFE