La agonía de los palestinos de Tulkarem durante tres días de asedio militar israelí

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Un vecino del campamento de refugiados palestino de Nur Shams muestra las heridas causadas por las esposas que le pusieron las fuerzas de seguridad israelíes durante su detención, los tres días que duró su asalto al campamento, ayer domingo en Tulkarem, Cisjordania. Vecinos del campamento de refugiados palestino de Nur Shams, en la ciudad palestina de Tulkarem, relatan a EFE las 50 horas de agonía que vivieron durante la redada israelí que concluyó ayer, con jóvenes golpeados, muñecas inflamadas por las esposas y arrestos arbitrarios mientras las tropas abatían a supuestos milicianos y a civiles. EFE/Patricia Martínez Sastre

Tulkarem (Cisjordania), 22 de abril de 2024.- Vecinos del campamento de refugiados palestino de Nur Shams, en la ciudad palestina de Tulkarem, relatan a EFE las 50 horas de agonía que vivieron durante la redada israelí que concluyó ayer, con jóvenes golpeados, muñecas inflamadas por las esposas y arrestos arbitrarios mientras las tropas abatían a supuestos milicianos y a civiles.

Se trata de uno de las jornadas más letales y violentas en la Cisjordania ocupada en décadas, con al menos 14 muertos en Nur Shams, según el Ejército, además de otros dos palestinos muertos por fuego israelí cerca de Hebrón, y un sanitario en los alrededores de Nablus tras altercados con colonos.

Un vecino del campamento de refugiados palestino de Nur Shams muestra las heridas causadas por las esposas que le pusieron las fuerzas de seguridad israelíes durante su detención, los tres días que duró su asalto al campamento, ayer domingo en Tulkarem, Cisjordania. Vecinos del campamento de refugiados palestino de Nur Shams, en la ciudad palestina de Tulkarem, relatan a EFE las 50 horas de agonía que vivieron durante la redada israelí que concluyó ayer, con jóvenes golpeados, muñecas inflamadas por las esposas y arrestos arbitrarios mientras las tropas abatían a supuestos milicianos y a civiles. EFE/Patricia Martínez Sastre

Callejeando hacia el interior de Nur Shams, donde un angosto pasadizo une dos callejones paralelos, se divisa el lugar de uno de los escenarios sangrientos ocurridos este fin de semana.

En Nur Shams se estima que hay medio centenar de combatientes de la Brigada de Tulkarem, que aúna a diferentes facciones armadas de Fatah y la Yihad Islámica, y quienes suelen enfrentarse a los militares si hay redadas.

Cientos de impactos de bala en paredes desconchadas por las explosiones, decenas de casquillos en el suelo y una enorme mancha de sangre mal tapada por unas mantas son la prueba silenciosa de lo sucedido. Un miliciano de 20 años, que se identifica como Abu Sid, cuenta a EFE que los jóvenes armados se apostaron en varios puntos, entre ellos dos casas, para hacer frente a los militares.

Un miliciano que se identifica como Abu Sid da el pésame a una familiar de uno de los combatientes muertos en los enfrentamientos de este fin de semana entre milicias y fuerzas de seguridad israelíes, ayer domingo en Tulkarem, Cisjordania. Vecinos del campamento de refugiados palestino de Nur Shams, en la ciudad palestina de Tulkarem, relatan a EFE las 50 horas de agonía que vivieron durante la redada israelí que concluyó ayer, con jóvenes golpeados, muñecas inflamadas por las esposas y arrestos arbitrarios mientras las tropas abatían a supuestos milicianos y a civiles. EFE/Patricia Martínez Sastre

«En este callejón, después del cerco y la fuerte presión del Ejército de ocupación al campamento, un grupo grande de combatientes se refugió en estas casas», cuenta pertrechado con ropa de combate, al tiempo que los vecinos le saludan calurosamente a su paso. Todos se conocen en Nur Shams.

Sid apunta que en los combates se produjeron bajas en las filas del Ejército israelí, algo que Israel no ha confirmado. Sin embargo, lo que sí relatan unos vecinos, todavía conmocionados, es la muerte de entre seis y ocho jóvenes palestinos en esa misma calle; en dos casas acribilladas a balazos y totalmente desvencijadas por dentro.

En una de las viviendas, la destrucción es total: impactos de metralla ubicuos, incluido el techo; armarios abiertos y la ropa esparcida por el suelo; puertas reventadas y el suelo cubierto a partes por una alfombra de casquillos de bala.

En dos habitaciones, dos manchas espesas de sangre reseca señalan el lugar donde, supuestamente, fueron alcanzados dos combatientes. En un armario próximo, los soldados israelíes dejaron una pintada en hebreo: «¡¡¡Venganza!!!», además de la fecha ‘7/10’, en referencia al ataque de Hamás, en una pared contigua.

Según los vecinos, en esta casa murieron entre cuatro o cinco milicianos, y al menos dos perecieron en el edificio y las callejuelas adyacentes. Es difícil saber el número exacto, en un pueblo aislado del mundo durante las 50 horas de asalto -sin agua potable, internet o electricidad-, y donde todas las familias dicen tener «uno o varios mártires», como denominan a los muertos por fuego israelí.

El calvario de los vecinos del barrio

La familia de Fadi Saadi, junto a la de tres de sus hermanos, vive en el edificio frente al que se refugiaron varios combatientes buscados por los soldados. Esta casualidad, marcó su suerte y la de los suyos.

«Estaba en casa y me detuvieron. Eran las diez de la mañana del viernes y estuve tres días sin comida, sin agua que beber. Entraron sin llamar a la puerta, la reventaron con balas y explosivos. Solo nos decían: «levantad las manos, levantad las manos», cuenta a EFE después de mostrar, junto a uno de sus hermanos, las ampollas y las heridas causadas por las esposas israelíes.

Los miembros varones de la familia describen también algún amargo recuerdo del asalto. Mohamad, de 18 años, tiene el rostro marcado de magulladuras y arañazos. Asegura que los militares le golpearon la cara.

«Cada poco nos golpeaban con los rifles», dice, antes de insistir que estuvieron «tres días (detenidos), cuatro días sin agua, ni comida».

Ambos cuentan que, una vez dentro, los soldados les ordenaron levantar las manos y tirarse al suelo, donde los esposaron. Después, dicen que los juntaron en una habitación del segundo piso, desde donde los soldados observaban la entrada a una de las viviendas donde se parapetaban supuestos milicianos.

Cuando los soldados disparaban por la ventana, los casquillos quemando de sus fusiles caían sobre ellos. Después, dicen que fueron trasladados en un furgón militar -Fadi muestra en su teléfono móvil imágenes de un grupo siendo detenido- y que los soldados usaron su casa como base militar, llevando allí a un combatiente.

«Nos esposaron y nos trataron como a bestias. ¿Dónde están los derechos humanos?» Nosotros tenemos derechos como cualquier otro pueblo», se lamenta Fadi. «Nosotros vivimos en paz, pero ellos nos tratan así, nos insultan».

Jorge Fuentelsaz

EFE