Quito, 5 febrero.- Con un representante entre los tres candidatos con mejores proyecciones, la comunidad indígena es percibida aún en Ecuador como un «factor de veto» (capacidad de deponer presidentes), más que como una fuerza para llevarlos a la Presidencia por las urnas, situación que podría estar cambiando.
Una mutación que el indígena Luis Macas, que aspiró a la Presidencia en 2006, atribuye a que el actual candidato Yaku Pérez no se ha centrado en su campaña en las reivindicaciones indígenas, sino en un abanico más amplio para dar cabida a otros sectores sociales, ganándose apoyos como el de los campesinos.
UN PROCESO EN GESTACION
Con algo más de 17 millones de habitantes, en Ecuador la población que se identifica como indígena ronda apenas el 7 por ciento, concentrada sobre todo en la Sierra y la Amazonía y, como el resto del país, no estuvo exenta de una profunda división social interna durante el Gobierno de Rafael Correa (2007-2017).
Pero Macas sostiene que, ahora, han logrado nuevos consensos y por ello, en estas elecciones, habrá «una sorpresa»: la de que Pérez pase a una segunda vuelta.
Sin grupo político propio, Pérez se presenta al frente de «Pachakutik», un movimiento de unidad plurinacional fundado en 1995 como brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie), la principal del país.
Blanca Chancosa, su co-fundadora, indicó a Efe que aunque los indígenas no han formado nunca un partido político único, convergen en Pachakutik con otros sectores de la izquierda.
Pero es imposible hablar de un movimiento homogéneo o «voto indígena» pues cada cual tiene la libertad de apoyar a quien juzgue conveniente, señaló Macas a Efe.
En ese sentido, las elecciones del domingo serán una prueba de fuego a título personal para Pérez, después de su primera aventura política como prefecto de la provincia de Azuay, y también para toda la comunidad indígena, formada por catorce nacionalidades y pueblos ancestrales.
MAS FUERTES EN LAS CALLES
Hasta ahora, el peso de esta comunidad, que denuncia un histórico abandono de parte de las autoridades, se ha dejado sentir mucho más en las calles que en las urnas.
«Tienen esa capacidad que, en la ciencia política, se llama ser jugadores de veto. Es decir, sin tener la capacidad de echar abajo una ley (dentro de la Asamblea Nacional), pueden tumbar una política pública o un gobierno, en la calle», explica el politólogo Santiago Basabe.
Es ahí, precisa, donde su capacidad es «enorme», porque «se pueden movilizar mucho tiempo» y cuando lo hacen reciben el apoyo de otros sectores que, sin embargo, «no votarían por ellos electoralmente».
La historia política organizada de esta comunidad comenzó a gestarse con la fundación de la Conaie en 1986, y ejemplos de ese poderío popular lo demostraron -bien como actores principales o bien con su crucial apoyo- en la destitución de los presidentes Abdalá Bucaram (1996), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005).
Sus disputas con Correa, a quien en un principio apoyaron, fueron monumentales, y a Lenín Moreno le tumbaron la polémica decisión de anular el subsidio a los combustibles con las revueltas de octubre de 2019, en las que murieron una decena de personas y unas 1.500 resultaron heridas.
La comunidad indígena «tiene mayor capacidad para derogar a un gobierno que para instaurarlo», coincide el también politólogo César Ulloa, porque con la movilización «pueden generar una convulsión de distintas capacidades y características, de amplia duración».
Sin embargo, en el ámbito electoral, cree que los indígenas no tienen aún una maquinaria que «les posibilite elegir a un presidente», por lo que serían «unos grandes árbitros en la segunda vuelta» de los comicios, previstos para abril, si este domingo ningún candidato gana en primera vuelta.
La cohesión que demostraron en octubre de 2019, protestas en las que también tomaron parte otros grupos sociales, sindicales y políticos, ha dado sin duda un fuerte espaldarazo al movimiento indígena, que durante la década correísta sufrió severas fisuras internas.
«Ahora, representado por esta dirigencia, tiene un buen momentum porque se opusieron en 2019 a las políticas neoliberales del Gobierno», consideró Correa en declaraciones a Efe.
DE LAS CALLES A LAS URNAS
Suspender el extractivismo y dejar de contaminar la Pachamama (Madre Tierra), o la prestación de servicios básicos en sus alejadas comunidades, son algunas de las exigencias de esta comunidad que acaban topándose con la cruda realidad del ejercicio de gobierno.
Porque sin una economía desarrollada y una deuda monumental, los distintos gobernantes acaban sucumbiendo a la tentación del extractivismo.
Pero Chancosa aclara que no son ellos los que han botado a los presidentes: «Han caído por su mala forma de gobernar, y quienes les han puesto en el hilo del derrumbe han sido el FMI y las imposiciones de tratados que quitan soberanía al país».
Los indígenas no sólo están para protestar en la calle, agrega, han demostrado también «capacidad» y «voluntad de cambio» con alternativas para mejorar la calidad de vida de toda la sociedad.
Ahora, muchos creen que ha llegado el momento de trasladar su capacidad de movilización a las urnas, y sentar en el sillón presidencial, por primera vez, a uno de los suyos.
«Yaku Perez es indígena, vive en la comunidad, sus padres son cañaris del Azuay», recuerda Chancosa, pero asegura que, al igual que en el pasado, lo vigilarían para que «no desvíe el camino», defendiendo los derechos sociales como han hecho siempre.
Susana Madera