La dictadura del mercado

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Por Maveza

Despacito, como el boom musical del momento, pero igualmente sin pausa, el mercado se ha ido apropiando de todos y cada uno de los espacios de poder. A ello han colaborado de, un lado, la complicidad miope de la clase política y del otro, que es lo más triste, la pasividad de la sociedad en su conjunto. Es por eso que hoy el mercado define conductas, tendencias y dirigentes, entre otros aspectos, y lo que es peor aún, termina imponiendo la legislación ajustada a sus intereses que están enmarcados en los principios de la inequidad, la exclusión, la acumulación y el individualismo, lo que determina en última instancia la invisibilidad del ser humano, quien pierde su esencia y se convierte en consumidor, pasando a ser un simple parámetro estadístico para determinar las «bondades» del mercado.

Cuando se habla de la complicidad miope de la clase política se hace referencia a la sinergia que siempre ha existido entre esta y la dirigencia económica; lo que ha conllevado a un contubernio perverso donde unos y otros conspiran en favor de los intereses particulares del mercado, olvidándose del compromiso ético de los gobernantes frente a los intereses de la sociedad en su conjunto. Sin embargo, lo que no previeron los políticos, es que a medida que iban accediendo a las pretensiones de los mercaderes, en detrimento de los intereses generales, en igual proporción iban cediendo parte de su poder hegemónico  en favor de los hoy, dueños de «casi todo».

Uno de los más claros ejemplos de la ceguera de nuestros malhadados gobernantes, se encuentra en los procesos de privatización de las empresas estatales y la promoción de los tratados de libre comercio, procesos que responden a los lineamientos del llamado Consenso de Washington, decálogo impuesto en las últimas décadas del siglo pasado por el G-7, conformado por los siete países más poderosos para la época, con el fin de que los países en vías de desarrollo pudieran acceder a los créditos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, permitiendo con dicha privatización que incluso los derechos constitucionales a la salud y la educación y los servicios públicos básicos de energía, acueducto y alcantarillado se vean conculcados por la mezquindad de las multinacionales que se han ido apoderando de ellos, gracias al «milagro» del modelo neoliberal. Desde la firma del pluricitado acuerdo no ha existido en Colombia un solo presidente que no haya procurado la implementación del mismo y consecuentemente con ello haya promovido la privatización de las empresas públicas y el impulso de los tratados de libre comercio.

La inercia de la sociedad civil igualmente ha favorecido el crecimiento desmesurado de los grandes emporios mercantiles; los ciudadanos de a pie, inertes y despreocupados, gracias a la casi imperceptible inoculación por parte de nuestros ilustres próceres, de grandes dosis de facilismo e inmediatismo, hemos dejado en manos de los ineptos politiqueros el futuro de la humanidad en general. En la actualidad para nadie es un misterio que las multinacionales, a través de la financiación legal, aunque inmoral, e ilegal de las campañas políticas, han logrado un control casi que absoluto de los entes gubernamentales encargados de la legislación y la administración de los Estados.

Es así como hemos llegado al imperio y/o dictadura del mercado, donde el ciudadano se convierte en consumidor y la dignidad humana en un derecho negociable de acuerdo con los intereses del comercio internacionalizado; por ello, quien consume se respeta como ciudadano y adquiere mayor «estatus» a mayor consumo. La competencia ya no es por saber «quién es», sino «qué tiene», e igualmente pasamos del mundo de la ética al mundo de la imagen, las personas valen según su apariencia y no por su esencia; el equivalente al poder, definitivamente, es el tener.

Y mientras tanto, los mercaderes han pasado a ser los monarcas del mundo y, de ser posible, de sus alrededores; los dirigentes políticos se han convertido en las marionetas de los grandes emporios empresariales, y el ciudadano del común, quien debería ser el beneficiario de las políticas estatales, se transforma en el cliente del mercado, al cual accede siempre y cuando tenga con que pagar. Vienen tiempos difíciles, si hoy es casi imposible lograr equilibrar la balanza entre mercado y ciudadanía, en un futuro no muy lejano nos veremos totalmente subyugados al mercado y sometidos al arbitrio de quienes acumulan riqueza a cualquier precio, sin importar que más del 50 % de la población mundial sufra las consecuencias de su nefasto sistema.

Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de la ONG Corpades y Análisis Urbano.

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