Desde las votaciones del plebiscito para la paz, el 2 de octubre de 2016, los colombianos vivimos un fuerte ambiente de polarización política en el país. La paz, como elemento en construcción, ha significado la división de los elementos en el poder y, por consiguiente, la postura de los ciudadanos que respaldan a cierto personaje de la vida pública o al otro.
Pareciera no haber un líder que logre llegar a consensos, que pueda unificar al país en una propuesta y que, además, afronte los retos del posconflicto. El papa Francisco, en su visita a Colombia, trajo consigo un llamado claro a la reconciliación y la paz, haciendo las veces de ese líder político que pueda unificar la propuesta del fin de la resolución de los conflictos por la vía de la violencia. El mensaje fue claro y su visita, más que religiosa, fue política, con elementos muy interesantes en sus discursos y en donde la extrema derecha se puede declarar como la gran perdedora de la visita, porque Francisco I le habló a víctimas y victimarios; destacó la importancia de la paz y la necesidad de la reconciliación.
El papa, antes de su visita a nuestro país, rechazó una reunión con el expresidente Uribe y en su discurso en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño hizo un reconocimiento a los esfuerzos de paz hechos en el último año: «En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos».
En Villavicencio el fervor y la misión de su llegada a Colombia fueron mucho más evidentes. Con un camino de honor hecho por los bastones de mando cargados por la Guardia Indígena, el papa Francisco fue bienvenido en un encuentro por la reconciliación nacional entre víctimas y victimarios. Allí hizo una reflexión ante el Cristo de Bojayá, que representa la tragedia y la dignidad de las víctimas en el trasegar del conflicto armado en Colombia.
Desde la homilía en Villavicencio el papa volvió a hablar sobre la reconciliación:
«La reconciliación no es una palabra abstracta; si eso fuera así, solo traería esterilidad, más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto», proclamó ante los cientos de espectadores que asistieron a la misa papal.
Luego, continuó con el mismo tema: «La reconciliación, por tanto, se concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer la esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso». En un país en donde cualquiera que pronuncie estas palabras es relacionado con las FARC o con el santismo, que un personaje como el representante mundial de la Iglesia católica invite a la paz nacional desde su discurso, es algo muy valorable. Así no compartamos con él su mismo credo religioso y no estemos de acuerdo con dicha iglesia como institución.
A los que se rasgan las vestiduras por los costos que asumieron las ciudades en las que estuvo de visita el papa, les recuerdo que en sus eventos participaron más de 6,8 millones de colombianos, asistiendo a sus misas en Bogotá y Medellín, 1.360.000 y 1.293.000 personas, respectivamente. Movilizar tanta cantidad de público no vale cualquier cantidad y, más aún, si tenemos en cuenta que siete de cada diez compatriotas son católicos. Si el sumo pontífice en persona no es capaz de convencerlos de la paz, difícilmente lo hará algún político nuestro en estos momentos de polarización y de incertidumbre.
Por mi parte le agradezco al papa Francisco I su visita, sus mensajes y su discurso político en pro de la paz y de la reconciliación de los colombianos. Es hora de que los que queremos un país en paz empecemos a sacarle provecho a este tipo de eventos.
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