Guapi (Colombia), 12 dic – La marimba empieza a sonar y las voces corales envuelven a los asistentes a un concierto que une música espiritual con la afro del Pacífico, una sinfonía que quisiera hacer olvidar que la propia iglesia donde se escucha quedó afectada por el atentado que sufrió hace apenas un mes el pueblo colombiano de Guapi, en el departamento del Cauca (suroeste).

«Hoy declaramos que Guapi es un territorio de vida, un testimonio de que la esperanza siempre encuentra un camino para volver a casa», proclama una de las mujeres cantoras afro de ‘Remanso Pacífico’, un grupo guapireño.

El pasado viernes, y como antesala a la fiesta de la Inmaculada Concepción, patrona de Guapi, el Festival Internacional de Música Sacra llegó al pueblo con su gira ‘Colombia es música sacra’ para apoyar la vuelta a casa de uno de los numerosos grupos de este pueblo de artistas.

La música, heredera de los tambores africanos y los cantos de las mujeres que se lamentaban por las heridas de la esclavitud o de la violencia en gritos heridos, corre por las venas de los pueblos afro del Pacífico y es también superviviente del conflicto y del azote de los grupos armados que se disputan este estratégico corredor.

Música ‘made in’ Pacífico

El líder de ‘Remanso Pacífico’, Alexis Castaño, se define como espiritual y parrandero. Fundó el grupo en 2009 para poner en valor la música transmitida por sus abuelos y ancestros, y son esas raíces las que lo unen con lo sacro, con el cantar a los santos y a la devoción, explica.

«Siempre que hay una fiesta a algún santo, siempre nuestros abuelos le han hecho arrullos, le han hecho bailes…», explica a EFE el marimbero. Pero el resultado dista mucho de los cantos gregorianos o los coros de las iglesias europeas; es más bien una parranda, una fiesta.

El grupo combina alguna canción de la tradición eclesiástica con oraciones, pero se agarra a la afrojuga, donde a través del baile se contaban historias de la tradición popular, a la boga, nacida de las faenas pesqueras, y sobre todo al alabao y al currulao, dos ritmos que definen al Pacífico.

«Los negros esclavizados que estuvieron aquí en América trajeron en sus memorias cada uno de los instrumentos que hoy en día hacen parte de lo que nosotros interpretamos, los instrumentos de cuero, los bombos y la marimba, que con su melodioso sonido interpretan los sonidos del bosque», relata el músico.

Por eso predominan los golpes de las teclas de la marimba y del tambor, que trasladan a la selva y sus sonidos hechizantes o a los ríos que atraviesan el Pacífico.

Y es inevitable que las cantoras muevan las caderas mientras entonan, en un concierto que acaba con ‘Guapireño soy’, una ‘juga’ donde claman que «la tierra no es para la guerra».

Gritos de resiliencia

Esta canción, según cuenta su intérprete, «trae a colación todo lo que hemos pasado, todos los maltratos, y el mensaje es que hay que amar, hay que perdonarnos».

Esta parte del Pacífico, separada del resto de Colombia por una densa selva sin conexión por carretera, ha sido víctima histórica de la desidia estatal, la falta de oportunidades y de las guerrillas, grupos criminales y armados.

El departamento del Cauca, al que pertenece Guapi, ha vivido uno de los años más violentos de la última década por las acciones del Estado Mayor Central (EMC), la principal disidencia de las FARC, y de otros grupos armados ilegales.

Y Guapi no es una excepción. La alcaldesa de este pueblo, Ana Milena Grueso, simplemente asiente: «Sí, sí hay grupos armados en la zona».

Hace apenas un mes, la estación de Policía, que hace esquina en la plaza principal, fue atacada con explosivos que provocaron la muerte de dos de los atacantes, hirieron a un policía y causaron daños materiales aún visibles en las construcciones aledañas, incluida la iglesia donde se celebró el concierto.

«Tenemos este estigma (de la violencia). Desde hace aproximadamente 20 años por la presencia de cultivos de uso ilícito, el orden público se alteró», explica a EFE la alcaldesa.

Poco a poco han ido «recuperando la confianza», pero cada tanto gente de caseríos cercanos al pueblo es desplazada por el conflicto y la población, que vive envuelta en el ruido de la música permanente que hay en las calles y casas, baja la voz cuando se le pregunta sobre el tema.

Se escudan en la música y en sus raíces y hablan de «resilencia y resistencia»; a cada tanto esperan la visita de grupos como ‘Remanso Pacífico’ que les recuerda el «mensaje de reconciliación y de amor» al que quieren aferrarse.

Irene Escudero

EFE

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