Jerusalén, 23 de octubre del 2023 – «La última tanda de bombardeos fue la peor», expresó este lunes a EFE Asmaa Tayeh, joven palestina que sigue en su casa del norte de Gaza. Ahí se suceden ataques israelíes casi sin parar en una ofensiva más recrudecida en la zona norteña del enclave.
«Podemos escuchar las explosiones cada dos minutos, durante el día un poco menos», comenta Tayeh, que no se fue de su vivienda del campo de refugiados de Yabalia pese a la presión de Israel para que los civiles del centro-norte evacuaran al sur, una orden que muchos decidieron no obedecer al considerar que no hay ningún sitio seguro.
Estos días el Ejército israelí tiró papeletas desde aviones y alertó a los civiles de que si no se iban al sur no se diferenciaría entre ellos y los miembros de «grupos terroristas», mientras Israel intensifica los bombardeos a Hamás que se saldaron ya con la muerte de casi 5.200 palestinos, 70% de ellos niños, mujeres y ancianos.
De mientras, la ayuda humanitaria entra a cuentagotas desde Egipto -menos de sesenta camiones en tres días-, es insuficiente para cubrir las grandes necesidades humanitarias y no incluye acceso de combustible, clave para hacer funcionar los generadores y devolver la electricidad a los hospitales, colapsados y casi sin servicio.
Según la agencia oficial Wafa, muchos de los hospitales y un 65 % de centros sanitarios de atención primaria del enclave están bajo mínimos o dejaron de funcionar, mientras se van detectando casos de sarna, viruela o diarrea por las condiciones higiénicas deficientes en los centros hospitalarios y el uso de agua no potable.
Todo ello es producto de un cerco total aplicado por Israel, que ha prevenido la entrada al enclave de comida, agua, medicinas o ayuda humanitaria, solo aliviada a nivel muy mínimo por los camiones que llegaron desde Egipto.
Sin embargo, nada de esta ayuda alcanzó el norte, sino que se quedó más bien en el sur, donde hay cientos de miles de desplazados en la parte que Israel dice que es «segura», aunque no ha dejado de bombardear tampoco el área meridional en más de 2 semanas de guerra.
Justo ahí, en la urbe meridional de Rafah, murió recientemente la prima de Asma Tayeh, tras un fuerte ataque aéreo que acabó con su vida, asegura esta palestina de 27 años desde la norteña Yabalia, vacía tras la partida de muchos vecinos que se siguen marchando al sur.
Pero ante la escasez de recursos muchos están sin gasolina y deben pagar quizás diez veces más por un viaje en auto al sur, pese a que hay pocos conductores con vehículos con combustible, explica Tayeh.
Muchos otros tampoco quieren moverse por medio a los bombardeos, mientras el costo de la vida en general se encareció por todo.
La familia de Tayeh fue acabando sus provisiones de comida estos días y recurrió de nuevo a las tiendas de comestible del área, donde «hay tomates, frijoles y huevos», pero «los comercios no pueden reabastecerse y tres cuartos de los estantes están vacíos», lamenta.
A eso se añade la falta de agua potable, lo que obliga a consumir el agua no tratada -contaminada y salinizada- propia de Gaza, que «no es limpia ni sabrosa, pero es mejor que nada», dice Tayeh.
Según explica, ella evita salir en la medida de lo posible, y si mira por su ventana sí ve algo de movimiento, pero es solo gente que sale a la calle para urgencias o para ir a comprar alimentos.
A su vez, cuenta que hubo «vecinos que volvieron a sus casas», lo que hace que su familia «ya no se sienta sola en el vecindario».
«Estar en el sur significa correr los mismos peligros y peores circunstancias», mucha gente está en escuelas, mezquitas o casas de otros palestinos que les alojan, pero todas «están muy llenas, sin privacidad, ni suficiente comida ni agua», dice Tayeh.
Ante ello, «muchos creen que volver a casa, si no fue destruida, es mejor que morir en otro lugar y pasar los últimos días en tan malas condiciones».
Los ataques aéreos israelíes han dejado el 50 % de viviendas del enclave parcial o totalmente destrozadas, y el 70 % de población está desplazada, mientras la gente espera que haya pronto una tregua que acabe con lo que ven como la peor guerra que hubo en la Franja.
«En mi familia rezan para que esto sea real», cuenta Tayeh, aunque asegura que son conscientes de que pronto podría haber también una invasión terrestre israelí que complique más las cosas.
EFE