Bendita sea «la vieja esa», y no me refiero solamente a la parlamentaria Aída Avella, «la vieja esa» es la Colombia olvidada, a la que algunos han denominado, con acierto, la Colombia profunda, la Colombia excluida, discriminada por no parecerse a «ellos»; incomunicada, humillada,desheredada, desamparada, abandonada a su suerte, inerme e indefensa ante todos los poderes legales e ilegales, huérfana; en resumidas cuentas, sumida en el dolor y la desesperanza por una dirigencia sorda, ciega y muda para todo lo que tenga que ver con los desposeídos, pero presta y servil ante sus dueños nacionales y extranjeros; ante ellos se arrodilla, se humilla, se somete, agacha la cabeza, cede su dignidad y, por ende, la de su pueblo. Y así celebramos 210 años de independencia.
Los negros, los indios, los pobres, los que sienten y piensan distinto; los humildes campesinos de manos surcadas por una labor que nunca encuentran la merecida recompensa; los inconformes, los estudiantes que marchan, los sacerdotes que se atreven a «juntarse» con los humildes; incluso los miembros de la fuerza pública a quienes dicen honrar, pero que en realidad solo han utilizado para sus perversos fines y después los abandonan a su suerte, todos ellos, y en general «los diferentes», conforman lo que despectivamente el presidente denomina: «la vieja esa».
Sin embargo, «la vieja esa» sigue avanzando. La supuesta senectud no es obstáculo para seguir luchando por un país más humano, solidario y coherente con la doctrina religiosa que dice profesar; más digno y menos sumiso ante el poder, menos conforme, en general, más lleno de verdadero amor al prójimo. «La vieja esa» reclama atención de los que hasta ahora han ostentado el poder político y económico. Solo espero que no sigan indiferentes ante tanto inconformismo, en ellos está que logremos acercarnos y que la inequidad no siga reinando y sometiendo al grueso de la población al indolente olvido
Maveza
