Las voces de los jóvenes birmanos que se juegan la vida para salvar su futuro

FECHA:

Rangún (Birmania), 12 mar – Tienen entre 20 y 24 años, crecieron durante una ilusionante transición democrática en Birmania, pero el 1 de febrero un golpe de Estado ejecutado por los militares cambió todo de repente y puso en jaque su libertad, sus sueños y su futuro.

Cuatro jóvenes birmanos, que ocultan su identidad por miedo, relatan a Efe cómo se niegan a aceptar la vuelta a los tiempos de oscuridad y están dispuestos a arriesgar su vida por recuperar la democracia.

Todos ellos participan en la ola de protestas que inundan las calles del país en contra de la junta militar y en las que hasta ahora más de 70 manifestantes han perdido la vida por disparos de las fuerzas de seguridad

CETAN, 23 AÑOS, ESTUDIANTE DE MEDICINA

Cetan (nombre cambiado) es hoy muy distinto del joven despreocupado que la noche del 31 de enero jugaba a los videojuegos con sus amigos sin grandes preocupaciones, con su admiración por la depuesta líder Aung San Suu Kyi, en arresto domiciliario desde febrero, como único precepto político.

«De repente, la mañana siguiente, todo cambió. Nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestra libertad… todo estaba perdido (…) Nunca pensamos que los militares pudieran hacer un movimiento así, especialmente en medio de la pandemia de covid-19», recuerda.

Su participación en las protestas le ha costado un arresto de unas horas el pasado 28 de febrero, cuando la Policía lo detuvo junto a 200 compañeros, pero pudo salir el mismo día gracias a la intercesión de sus profesores.

«Cuando nos arrestaron teníamos miedo, pero teníamos que hacer lo que teníamos que hacer. Pensamos que nuestro futuro se muere, si no luchamos por él lo perderemos. Y esa idea da más miedo que estar muerto. Por eso seguimos saliendo a las calles», cuenta.

Su madre, que fue detenida unos días antes que él durante 26 horas por participar en una cacerolada contra los militares, al principio se oponía a que tomara parte en las protestas, pero ha terminado entendiéndolo y viendo reflejada en su hijo su propia imagen en las revueltas de 1988, brutalmente reprimida por los uniformados.

«Mis padres ahora entienden que estamos luchando la lucha que ellos mismos lucharon y quieren que nosotros ganemos lo que ellos perdieron. Así que ahora no se oponen sino que rezan y nos ayudan a prepararnos para las protestas», cuenta.

Consciente de que el combate acaba de empezar, advierte de que ni la represión brutal de la junta ni las muertes de compañeros podrán hacerles desistir.

«Desde el 28 de febrero oímos noticias de chicos de nuestra edad que son matados. Pero eso no nos parará. Si uno muere, 10.000 saldrán a las calles. Si un vecindario es destruido, saldrán otros cien a luchar», proclama.

MYAT, 24 AÑOS, ANIMADOR DE CINE

A Myat (nombre cambiado) no se le olvidarán las lágrimas de su madre el día del golpe de Estado, cuando todavía la población se preguntaba si era posible este salto atrás en el tiempo.

Él creció en un momento de transición hacia la democracia, tuvo la oportunidad de viajar, estudió en Estados Unidos, de donde volvió hace solo un año por la pandemia, aunque tenía pensado regresar para trabajar con la comunidad de animadores del país, que ha ido desarrollándose en los últimos años.

«Mucha gente de mi entorno quería volver al país, quedarse aquí y ayudar y poco a poco intentar mejorar la situación», explica.

El futuro brillante que tenía frente a él se difumina ahora, su carrera profesional ha dejado de importarle tanto porque «ganar frente al golpe militar es solo un paso para seguir nuestros sueños».

«No me gustaría graduarme o mejorar mi carrera mientras esto está ocurriendo. Esto es parte de la búsqueda de mi sueño», indica.

HTAY, 20 AÑOS, ESTUDIANTE DE LA UNIVERSIDAD MARÍTIMA

Los planes también han quedado en suspenso para Htay (nombre cambiado), una estudiante de la Universidad Marítima que pasó dos horas en estado de pánico la mañana en que su madre la despertó para anunciarle la detención de Suu Kyi, y que desde entonces sale tres o cuatro veces por semana a protestar.

«Todo se ha parado. Las escuelas y las universidades han cerrado, las oportunidades de trabajo han desaparecido (…). Si la revolución tiene éxito, las cosas volverán a la normalidad, pero llevará tiempo», explica.

A sus 20 años, ha crecido en plena transición democrática, pero también recuerda los tiempos convulsos en que sus mayores le decían que no hablara de Suu Kyi ni de ningún líder político por miedo a ser escuchados por los servicios secretos.

El golpe también ha despertado en ella un mayor interés por la política y por la historia de su país que le hace ser optimista respecto a las posibilidades de éxito en su revuelta contra la junta militar por una diferencia fundamental respecto a revoluciones pasadas: la fuerza de las redes sociales como altavoz de la brutalidad militar.

Convencida de que «la dictadura militar caerá tarde o temprano», advierte del peligro de cansancio de las protestas y recomienda «tomar un descanso por salud mental porque la lucha puede ser larga».

INGYIN, 20 AÑOS, ESTUDIANTE DE NEGOCIOS

«El 1 de febrero, cuando oí la noticia del golpe, sentí que perdía mi futuro y mis sueños», dice Ingyin, una joven de 20 años que ha estado apoyando a los equipos médicos en las protestas.

Los primeros días, esta estudiante de Negocios de Rangún se limitó a dar su apoyo desde las redes sociales, pero se empezó a sentir culpable por ver desde casa cómo otros jóvenes de su edad se jugaban la vida y decidió salir.

«Salgo a protestar cada dos días(…). Y los días que no salgo a veces me siento culpable. No importa si me arrestan o sigo con vida. Es nuestra responsabilidad, y tenemos que luchar hasta que esto termine», dice con una determinación que parece impropia de sus maneras suaves.

Su rabia se encendió cuando vio cómo las fuerzas de seguridad disparaban contra las multitudes y se producían los primeros muertos, pero lejos de amilanarse, pensó que su presencia era más necesaria que nunca.

«En otros países, la Policía protege a los ciudadanos, pero en Birmania es al contrario, la Policía está asesinando a la población y no tenemos a nadie que nos proteja, solo nos tenemos los unos a los otros», recalca.

Decidió protestar pese a la oposición de sus padres, con los que vive, y que han terminado aceptando su decisión.

«Soy una chica y no pensaban que pudiera protegerme a mí misma, estaban preocupados, así que les expliqué con mucha paciencia mi gran determinación y me permitieron salir»; dice.

A sus 20 años, apenas tenía conciencia de vivir en una dictadura antes de 2010, pero sí recuerda el aire fresco que la incipiente democracia trajo al sistema educativo.

La creciente represión de la junta tampoco erosiona un optimismo literalmente a prueba de bombas y se muestra segura de que esta llamada «revolución de la primavera» terminará floreciendo.

«Estoy convencida de que esta revolución tendrá éxito y los militares dejarán el poder. Nuestra misión es terminar esta dictadura. Si no tenemos éxito retrocederemos diez años», advierte.

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