Juan Frío (Colombia), 27 octubre de 2023.- Los perros volvieron a las calles del caserío colombiano de Juan Frío, fronterizo con Venezuela, donde durante años desaparecieron porque, según el susurro generalizado, los paramilitares los mataban para que no delataran sus atrocidades, como incinerar a sus víctimas en hornos, y así borrar cualquier rastro de sus crímenes.
El «camión de la muerte», como le llamaban los pobladores al vehículo en el que los paramilitares transportaban los cadáveres o a quienes iban a ser asesinados, pasaba generalmente de noche. A su paso, los perros ladraban, alertando de los crímenes que estaban por venir, y por eso los mataban.
Fidedigna Gómez, una líder de la comunidad, cuenta la historia frente a una casa con dos perros ladrando detrás, pero sin levantar mucho la voz y sin la grabadora encendida. Cuando la confianza crece, se atreve a contárselo a la cámara con el mural que pintaron para reclamar justicia por los desaparecidos de fondo.
«Ellos los mataban y los enterraban primero en un lote, pero cuando la Fiscalía de Bogotá empezó a acosarlos, para tapar las fechorías y que no les encontraran rastro los llevaban y los quemaban», relata a EFE.
Quemar cadáveres hace 20 años no era algo exclusivo de las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), pues la propia Fidedigna recuerda que cuando era niña encontró un cadáver envuelto en ruedas de caucho, una especie de prisión ardiendo que utilizaba la guerrilla.
Hace unas semanas la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas (UBPD) hizo una investigación en el horno supuestamente usado por los paramilitares. Al lado hay otra construcción, usada como horno para ladrillos, de la que cuelgan las fotos de siete desaparecidos para que la memoria no marchite su recuerdo y la sed de justicia.
Horror en Juan Frío
Pero «ese no fue el primer sitio (los hornos) que ellos utilizaron; el río se llevó mucha gente», otra está enterrada en los cerros y a otra «la tiraron para el otro lado», para Venezuela, dice Fidedigna. Juan Frío está ubicado en el departamento de Norte de Santander, en la orilla colombiana del río Táchira, que limita con San Antonio del Táchira (Venezuela).
Los paramilitares llegaron en 1999 y reinaron a su antojo. «En ese momento ellos eran los que mandaban acá; varias veces me vi para que me mataran, yo estuve secuestrada en el mismo pueblo porque no me dejaron salir», relata la líder, quien tiene a su padre desaparecido y a quien la guerrilla mató a uno de sus hijos en 2021.
«Rodarán cabezas» y «muerte a los sapos» fueron algunos de los mensajes habituales entonces. Ya solo queda como recuerdo la escultura de una virgen en el centro del caserío y, unos 20 minutos más adentro, las «pailas» donde supuestamente quemaban a sus víctimas.
Los paramilitares utilizaron un antiguo trapiche usado para la producción de panela para incinerar cadáveres, según la investigación de las autoridades. Aunque la comunidad defiende que era el horno de al lado el que se convirtió en crematorio, y que hay más.
Se calcula que incineraron a unas 500 personas para borrar toda evidencia de los crímenes cometidos por el Frente Fronteras del Bloque Catatumbo de las AUC, bajo el mando de Jorge Iván Laverde, alias «El Iguano», quien años después se acogió a la Ley de Justicia y Paz que en 2006 condujo a la desmovilización paramilitar.
Búsqueda en los hornos
En Juan Frío se empezó a hablar de lo que había pasado en 2013 con la llegada de la Unidad para las Víctimas, pero todavía arrastran desconfianza, confiesa Fidedigna. Por aquellos años de terror, «si uno decía (algo), tenía la lápida en la espalda», por eso nunca se denunció.
No fue hasta este año cuando un equipo forense accedió al lugar. Fueron cinco días de excavaciones tras meses de documentación y aunque no encontraron restos humanos, «confirmar o descartar esa área como posible área de incineración de cuerpos no lo determina únicamente que hubiéramos encontrado o no cuerpos», cuenta a EFE Marlon Ayrton Sánchez, antropólogo forense de la UBPD.
Los investigadores hicieron unos hallazgos que ahora están en manos del Instituto de Medicina Legal para que «determine cuál es su naturaleza». «Encontramos mucho», explica Ayrton Sánchez, especialmente en el sector de la «parrilla», donde hallaron elementos para prender fuego.
«Pasaron casi dos décadas, el lugar esta en la falda de una pequeña cadena montañosa, por tanto está expuesto a todos los factores climáticos y meteorológicos (…) Además hay versiones de que, una vez incinerado el cuerpo, el actor armado retiraba las cenizas y las tiraba al río», cuenta.
«Los procesos de recuperación de cuerpos son solo uno de los elementos que hacen parte de restablecer el derecho a saber qué sucedió (…) Parte del proceso de construir la verdad y que las familias y como sociedad sepamos qué sucedió también implica investigar lugares», agrega el forense.
Por eso para las familias fue tan importante el hecho mismo de las excavaciones, llevaban esperándolo años.
Los hornos no solo trajeron dolor a Juan Frío, también estigmatización: «No es Juan Frío el culpable, no es la comunidad», dice Fidedigna, porque se les tilda de «paracos» o guerrilleros. Pero a pesar de la violencia «hemos salido adelante, Juan Frío renace», agrega.
Laia Mataix Gómez
EFE