Los indígenas wayus plantan cara a la covid-19 con plantas y tapabocas

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Jepimana (Colombia), 23 agosto de 2021.- Cuando la covid-19 ya empezaba a golpear Colombia, una anciana de la Alta Guajira soñó que el virus iba a llegar a las comunidades indígenas e iba a matar a mucha gente. Fue entonces cuando el pueblo wayuu comenzó a protegerse, mezclando su medicina y normas más ortodoxas.

En el sueño, los espíritus le decían que para prevenir la muerte era necesario que bailasen la yonna, la danza reservada para agradecer o armonizar el territorio; se dieran baños con hierbas naturales como la bija, y llevaran una pulsera roja, color que simboliza la sangre del parto y la primera menstruación.

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Los wayuu han combinado estas tradiciones con protocolos más estandarizados como los tapabocas o el lavado de manos.

La covid-19 pasó casi desapercibida en La Guajira, la zona más desértica del país, hasta este año, pero desde marzo la curva se disparó y solo ahora se comienza a aplanar.

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«Cuando llega la pandemia nosotros no estábamos preparados de ninguna manera», cuenta a Efe la autoridad tradicional de la comunidad de Jepimana, María Cristina Epieyuu.

Una pareja de indígenas wayuu de la comunidad Irruisira fue registrada al bailar, con tapabocas, su tradicional danza de la Yonna, en zona rural de Rioacha (Guajira, Colombia). EFE/Carlos Ortega

Redujeron contactos y en muchos casos dejaron de ir a los núcleos poblados a vender sus artesanías, sus mochilas y bolsos elaborados con hilos de colores que son casi su único sustento.

En esta «ranchería» que está a medio camino entre la capital departamental, Riohacha, y la denominada capital indígena del país, Uribia, falta red eléctrica y como en muchas otras del departamento también el agua.

El molino que sacaba el agua subterránea llevaba años dañado, así que las 25 familias de Jepimana y sus animales dependían de un pozo manual con poca capacidad.

En esta comunidad de casas de barro y hamaca en la entrada ahora el molino vuelve a girar, después de que la ONG Oxfam ayudase a su sustitución en un programa de prevención de covid-19 financiado por la Agencia Europea de Cooperación (ECHO).

TÉS Y BAÑOS

En un departamento donde viven unas 880.000 personas, ha habido 41.894 casos y 1.317 fallecidos por covid-19, aunque la falta de documentación de casos es muy grande.

«No consultan al hospital o a la (Institución Prestadora de Salud) IPS donde están afiliados porque tienen miedo, porque han visto muchos casos que se llevan a los pacientes, los intuban en el hospital y dicen que regresan muertos», asegura la promotora comunitaria de Oxfam Ana Flor Ipuana.

Dos indígenas wayuu de la comunidad Jepimana fueron registradas al preparar, con tapabocas, plantas medicinales tradicionales, en zona rural de Maicao (Guajira, Colombia). EFE/Carlos Ortega

La ONG, que ha hecho campañas de prevención en decenas de comunidades y repartos de kits de bioseguridad, comenta que el nivel de conciencia de las comunidades es alto, pero ante los primeros síntomas muchas veces la solución es callar.

«En la comunidad wayuu hubo personas que fallecieron, pero no sabemos exactamente si fue por covid porque no se hicieron pruebas», comenta Epieyuu. Ella misma padeció la enfermedad, y se curó, dice, en casa con hierbas tradicionales.

«Desde la lógica occidental creemos que la sanación nos la provee el médico, pero para algunas comunidades indígenas es el sabedor ancestral el que les provee la sanación y la posibilidad de recuperar su armonía», subraya a Efe el jefe de la Oficina de Promoción Social del Ministerio de Salud, Alejandro Cepeda.

Para la gripa y la congestión, Aura María Epieyuu, maestra de Jepimana, dice que se cocina la raíz de wararat junto a hierba de amamú, y se toma en infusión tibia, pero cuando comenzaron los rumores «todos los wayuu empezamos a beber bija porque aleja los malos espíritus y las enfermedades».

«Así la ciencia no haya comprobado su efectividad para nosotros ha sido de bastante ayuda», asegura Epieyuu.

El Gobierno ha querido tener en cuenta este «saber ancestral» en su intervención: «Hay que entender que las condiciones de salud propias y las ‘occidentales’ son complementarias, no excluyentes y ninguna tiene que estar por encima de la otra», dice Cepeda.

Ahora el reto viene de la vacunación. En Jepimana, casi todos están vacunados aunque «ha sido un tema bastante complejo».

«Ha habido muchos mitos acerca de la vacuna y hay otras mentes que son muy débiles que dicen que no porque la vacuna es lo que les va a matar», explica la líder de Jepimana, Virtud Epieyuu.

Según cifras parciales del Ministerio de Salud, ya se ha vacunado a 112.500 indígenas en todo el país, y Cepeda asegura que quieren «seguir apostándole a su sabiduría ancestral, pero también ser conscientes que la vacuna es una acción complementaria para salvaguardar su vida y la de sus comunidades».

Irene Escudero

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