Los testimonios de dos mujeres que denunciaron al reconocido periodista Alberto Salcedo

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“Era un secreto a voces”, es el comentario más común que han recibido dos mujeres que denunciaron pública y penalmente al reconocido cronista Alberto Salcedo Ramos, un hombre que con sus letras se ha convertido en inspiración y ha despertado la admiración de muchos que reconocen en él un talento desbordado para el arte de escribir. Sin embargo, estas mismas características que lo han convertido en un referente del periodismo, no solo en Colombia, sino en varios países de Latinoamérica, le habrían servido para aprovecharse de mujeres que, tal como ellas lo afirman, veían en él a un gran maestro. Alberto Salcedo, por su parte, tiene otra versión en la que reconoce sus encuentros con estas mujeres, pero asegura que se trató de hechos consensuados.

Fueron dos las mujeres que narraron cómo, con el pasar de los años, se dieron cuenta de que habían sido víctimas de actos sexuales violentos por parte de un hombre en quien confiaron sin dudar, por ser quien es. Sus relatos tienen muchas similitudes, ambas eran jóvenes en el momento que ocurrieron los hechos, ambas estudiaron periodismo, ambas lo admiraban y ambas se sintieron profundamente especiales y afortunadas cuando él se mostró interesado en conocerlas, en leer sus escritos y en compartir con ellas sus conocimientos. Sin embargo, hay dos años de diferencia entre los sucesos que cada una reveló. Estos son sus relatos.

Alejandra Omaña

También conocida como Amaranta Hank, es una destacada escritora, periodista y trabajó en la industria porno durante algun tiempo. Para el año 2013, ella tenía 21 años y trabajaba para la editorial Alfaguara. Antes, escribía para la revista Soho y estando allí había tenido algunas conversaciones con Alberto Salcedo en las que él le dio la bienvenida a la revista y le leía uno que otro trabajo. Ya en Alfaguara tenía la misión de acompañar y asistir a los autores a presentaciones de libros, lanzamientos y firmas. Asegura que sus jefes les hacían especial énfasis en el buen trato al autor, pues de eso dependía que no estos no se fueran a la competencia. En una oportunidad, le asignaron asistir a Alberto Salcedo.

“Yo vivía por la 58 y él en Chapinero Alto y se suponía que como era la que vivía más cerca tenía que recogerlo para ir a los eventos en el norte. Él ya me había hablado cuando yo estaba en Soho. Yo vengo de la Universidad de Pamplona, donde me ponían a leer y analizar sus crónicas, entonces pasé de admirarlo desde la distancia a trabajar con él, estaba extasiada, era una maravilla, yo tenía una admiración súper grande por Alberto, el maestro Alberto. Él me decía ‘vas a ser una gran escritora, vas muy bien’ y yo me sentía muy orgunllosa. Ya trabajando en Alfaguara, un día, me invitó a tomar una cerveza”, le contó Alejandra Omaña a El Espectador.

Afirmó que se sentía feliz porque, una cosa era que le hablara por trabajo, y otra que la hubiera invitado a conversar un par de horas. “Idealizaba mucho la escritura, deseaba siempre escribir y era muy común que los escritores fueran discípulos de otros escritores, algo así como una adopción literaria, y yo veía eso en él. Lo veía como un papá, hasta se parecía a mi papá cuando murió, tenía la misma edad”. No obstante, relató que mientras se tomaban las cervezas él le reprochó porque se había cortado el cabello y le dijo que se veía poco femenina, pero ella dejó pasar el comentario y la charla continuó.

Terminada la reunión, bajaron de Usaquén con dirección a la carrera Séptima y, a mitad de camino ocurrió lo inesperado. “Me pegó contra la pared, me cogió las muñecas con fuerza y empezó a besarme y a tratar de meterme la lengua. Duró unos segundos hasta que pasó un taxi y me soltó para ponerle la mano al taxista, no me dijo nada y entramos al carro. En ese momento no supe qué hacer, cómo reaccionar, lo único que hice fue decirle al taxista que lo llevara a él y luego me dejara en la 58. Él actuaba como si nada hubiera pasado y mientras íbamos en camino me decía ‘¿cómo te vas a ir?; mira que es temprano, vamos a mi casa y te muestro libros; aprovecha que yo no le abro las puertas de mi casa a cualquier persona; tengo libros que te puedo regalar’. Yo no pronunciaba ni una palabra”, contó.

Agregó que cuando llegaron a la casa de él, no le preguntó nada, simplemente pagó la carrera y se bajaron del taxi. Ella seguía en silencio. “Debí insultarlo, pero en mi mente no estaba decirle eso, yo creí que no estaba bien porque sabía que si él se quejaba me iban a sacar de mi trabajo. Entonces entramos a su casa y otra vez me cogió las muñecas con fuerza y empezó a restregármelas en su pantalón. Me llevó cogida de las muñecas a su cuarto, se acostó en la cama y me sentó encima de él para que sintiera su erección. Yo solo pensaba en qué hacía para salirme de eso, lo único que se me ocurrió fue decirle que yo sí quería, pero cuando no estuviera borracha, que yo volvía mañana. Insistí tanto que me soltó y me dejó ir”.

Mientras revivía la escena, su voz se cortó varias veces. Explicó que esta experiencia ha sido un golpe muy fuerte porque, aunque en el momento se sintió como un shock, no había emoción y estaba muy confundida, a medida que fue pasando el tiempo comprendió la gravedad de lo que había ocurrido. “Fue muy duro entender que se aprovechó de las ganas que yo tendía de que él me enseñara, me corrigiera, me recomendara libros. No quería que me cogiera a la fuerza, ni que me hiciera nada. ¿Cuándo vio un conqueteo de mi parte?, ¿cuándo me preguntó si yo quería? En ningún momento sentí deseo por un hombre que me recordaba a mi papá. Además, ha sido muy duro contrastar con los testimonios de otras chicas, me sentí muy afectada, a todas nos dijo que escribíamos bien, a todas nos dijo lo que queríamos escuchar”, aseguró.

Añadió que, a pesar del tratamiento psicológico que ha recibido durante años y que se ha vuelto más intenso en los últimos meses, todavía se siente muy mal. Expresó que le duele haber creído que él la respetaba y de haber aguantado tanto por conservar su trabajo. “Ese trabajo era lo más grande que yo había podido alcanzar como persona. Yo nací en un estrato 1 y 2 y años después me estaba sentando a hablar y a tomarme una cerveza con la persona que admiro, al que le leo todas las putas crónicas y se las analizo, eso para mí era una maravilla. Cuando uno lee sobre estos temas, se da cuenta que si una persona te pone un dedo encima sin tu autorización, se trata de un abuso y yo siempre lo llamé acoso, entonces fue golpe durísimo”.

Sin embargo, sostuvo que pasar por esto la ha hecho una mujer más segura pues, al fin, venció el miedo a hablar del tema, a perder su relación con las editoriales, el miedo a que la llamaran problemática o a que la gente se alejara de ella. “Me preocupa que se van a venir un montón de ataques, pero es más importante que las cosas se sepan, que ese tipo pare y estoy segura de que esta denuncia va a darle fuerza a otras para que también hablen. En Colombia no hay mucha experticia para tratar estos temas, la Fiscalía no hace gran cosa, pero los medios nos han permitido pararnos frente al victimario para decirle que estamos reunidas, juntas y no vamos a permitir que siga destruyendo nuestras vidas”, concluyó.

Angie Castellanos

Es periodista, egresada del Politécnico Grancolombiano, pero no ejerce desde hace tiempo, prefirió dejar de lado el oficio. En 2011, cuando Angie Castellanos tenía 21 años, agregó a Alberto Salcedo Ramos a Facebook, justo después de que lo hubieran llevado a la universidad. Le contó a El Espectador que, justo después de ser amigos en la red social, sorpresivamente, él le envió varios “toques”, luego una carita feliz y acto seguido le empezó a hablar. “Eres muy especial, me gusta mucho hablar contigo, me gustas”, le decía Salcedo. Ella estaba extrañada, tanto, que llegó a pensar que se trataba de un perfil falso. Incluso, le cuestionó sobre por qué le decía que le gustaba si ni siquiera la conocía. Pero era un buen contacto que quería conservar pues él podría convertirse en su mentor, podría referenciarla, podría ayudarle a destacarse en el oficio periodístico.

Las conversaciones continuaron y, en julio de ese año, él la invitó a tomar café, ella aceptó. Sin embargo, cuando llegó al punto de encuentro los planes cambiaron. Afirmó que Salcedo le dijo que el lugar al que quería llevarla ya estaba cerrado, así que le propuso ir a su apartamento. “Lo dude, pero no creí que me pudiera hacer algo malo, entonces caminamos hasta el edificio. Pero, tan pronto entramos al ascensor, me empujó contra la puerta y empezó a besarme, él es mucho más grande que yo. A los pocos segundos cuando el ascensor se abrió, él salió como si nada. Estaba petrificada y él me dijo con naturalidad: ‘tranquila, entra’”.

Narró Angie que, al verla alterada, Salcedo trató de suavizar la situación y la invitó a ver un partido de fútbol. Entraron a su cuarto, él se acostó en la cama tranquilamente y ella se sentó en la parte inferior, en el costado opuesto. “Me dijo que me acostara en su pecho para ver el partido, fue tanta la insistencia que terminé cediendo, pero él empezó a acariciarme el brazo, luego metió su mano bajo mi ropa y empezó a tocarme el abdomen. Me sentí demasiado incómoda, me paré y él también se paró, me cogió con fuerza contra el closet, apretó todo su cuerpo contra mí y empezó a besarme, Traté de voltear la cara y le dije que por favor no hiciera eso, que me estaba lastimando. Él me soltó y me dijo ‘no problem, no problem’”.

Agregó que sintió unas ganas inmensas de irse, pero no se sintió capaz, en cambio, le dijo que necesitaba fumar y salió a la sala. “Intenté ser súper amable porque él tiene cambios bruscos, me hacía sentir que se enojaba y yo no quería eso. Me dijo que fuéramos a su biblioteca, me mostró sus libros y se sentó a leerme, yo me quedé parada. Otra vez me pidió que estuviera tranquila e insistió en que me sentara en sus piernas. Me negué, pero continuó, decía que era mejor porque así yo veía lo que él estaba leyendo. Accedí, él continuó la lectura por un momento, hasta que cogió mis piernas y mi cuerpo para restregarme contra él. No pude más, no recuerdo cómo me paré, recuerdo que la situación fue muy intensa, le pedí que me pidiera un taxi, pero finalmente salí caminando de ese apartamento. Esa fue la única vez que lo vi”.

“Me doy cuenta que fui muy ingenua. Me da mucha rabia no haber salido corriendo a tiempo, pero intento repetirme que tenía 21 años. Incluso, aunque me sentí horrible cuando salí de ese apartamento, lo que me enojaba era preguntarme por qué fue tan guache y por qué me trató así, pero no me imaginaba que había cometido un delito conmigo. Les conté a mis amigas, pasó en nuestras narices, todas lo supimos y no hicimos nada. Eran tiempos en los que abuso y acoso eran palabras que no se usaban. Pensé que había sido algo aislado, que ese día se le fue la mano y lo dejé pasar. Me alejé de muchos espacios del periodismo y seguí adelante, pero ya pasaron nueve años y, con retrospectiva, puedo ver que sí me afectó saber que no hice nada”, explicó.

Esos son los testimonios de Angie Castellanos y Alejandra Omaña quienes se unieron para denunciar de manera conjunta a Alberto Salcedo Ramos, ante la Fiscalía, por el delito de acto sexual diverso al acceso carnal, también conocido como acto sexual violento. La demanda fue radicada el miércoles 9 de septiembre y ambas mujeres esperan que las autoridades abran una investigación, se dé el debate y se conozca la verdad. “Sabemos que hay más casos. Te das cuenta de que no fue algo que pasó un día, sino que es repetitivo, y me parece horrible, me dan ganas de vomitar pensar en todas las mujeres jóvenes que han pasado por esto con esta misma persona”, señaló Castellanos.

La abogada María Camila Correa Flórez, profesora de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario, explicó que el acto sexual violento es un delito que consiste en realizar acciones de contenido sexual que no es la violación, sino contactos sexuales no consentidos: manoseos, besos, obligar a la otra persona a tocar los genitales del agresor, etc., y es una forma de violencia sexual y sancionada en el Código Penal.

“Cuando hay una situación de inferioridad frente al agresor, lo que este hace es aprovecharse, por ejemplo, del puesto de trabajo o poder económico o laboral, es un contexto coercitivo y de violencia per se. Estos delitos son difíciles de identificar porque existe una naturalización de las conductas que tienen que ver con las agresiones sexuales diferentes a las violaciones. Pero el hecho de que los contactos sexualizados no consentidos ya se reconozcan como un delito, es un gran avance”, indicó la abogada.

Todo fue consentido: Alberto Salcedo Ramos

El periodista entregó su versión sobre estas denuncias al formato de Opinión de El Espectador Las Igualadas, a través del cual se dio a conocer este caso. Sobre el testimonio de Angie Castellanos, Salcedo Ramos indicó que no la ha obligado en absoluto a darle besos o tocarlo y manifestó que tiene pruebas de la conversación de Facebook en la que Angie manifiesta que se había sentido cómoda con todo lo que había pasado en su casa.

Además, mensajes en los que Angie le dice que espera que las cosas se repitan de “mejor forma” y que cuando él le pregunta que eso qué significa, ella le dice que “sin forzar nada”. Frente a esto, Angie admitió que “traté de hacer que nada pasó, le dije que lamentaba no haber sido lo que él esperaba. Él insistió en que quería que nos volviéramos a ver. Yo nunca le dije que no lo quería ver, sino que saqué excusas. En 2011 él me bloqueo y en 2013 me volvió a hablar, entonces yo también tengo toda la conversación ahí para revisarla. Él la va a usar en mi contra. Leí la conversación, sé lo que dice y mucha gente me va a juzgar porque, incluso, le agradecí por todo”.

Agregó que haber fingido que todo estaba bien para evitar que Salcedo tomara represalias se había convertido en un impedimento para denunciar, pero que luego de una conversar sobre esto con un amiga, se dio cuenta que muchas mujeres han reaccionado de forma similar ante una situación parecida. “Siento que las mujeres, usualmente, estamos en un posición desfavorable en una relación de poder, tenemos que hacernos las locas y sonreírle, que no se note y así fue como me salió en el momento, seguí el juego. Yo no tenía las herramientas en ese momento para hacer algo distinto, más que intentar llevarlo en paz y sacar excusas”.

Sobre el caso de Alejandra, Alberto Salcedo Ramos aseguró que no la forzó a absolutamente a nada y señaló que tiene algunas conversaciones con ella en las que, incluso, ella le pide un trabajo y que “es un mensaje en tono cariñoso que no corresponde a una persona que hubiera sido agredida”. Finalmente, recalcó que “a lo largo de mi vida he sido respetuoso de las mujeres, valoro sus luchas por un mundo más justo y equitativo en todos los ámbitos”.

Lo cierto es que en este choque de versiones serán las autoridades judiciales las encargadas de investigar y determinar qué fue lo que pasó en estos hechos

Tomado de El Espectador

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