Medellín, ¿Santuario de la alborada mafiosa?

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Alborada en Medellín, tomada de Caracol Radio.

Redacción Análisis Urbano

Desde hace 11 años, sin interrupción, se viene celebrando el espectáculo dantesco conocido como “la alborada” y denominado por la ong Corpades y la Agencia de Prensa  Análisis Urbano, como Alborada Mafiosa, la cual inicia el 30 de noviembre en la noche y culmina al amanecer del 1 de diciembre, este año será un nuevo episodio que, de no tener un giro radical, podría resumirse en pocas palabras lo siguiente: La criminalidad celebra, lo institucional se  desvanece y la comunidad se somete.

Puede sonar duro e incluso molestar a muchos pero es verdad, no puede ser un espectáculo digno de ver y por ende escuchar la quema de pólvora en las proporciones que se hace y los estragos que le causa al medio ambiente, a los animales domésticos y silvestres, y es un insulto a las miles de víctimas porque eso viene promovido por la ilegalidad armada.

Algunos ingenuos dirán que ‘La Alborada’ es una tradición que lleva muchas décadas y que ahora es más dinámica ya que hay más plata para comprar pólvora, personas más conformes y un poco acomodadas sugerirán que se debe permitir tal evento ya que en últimas le da vida a la ciudad y, finalmente, los defensores del evento rematarán diciendo que no hay nada de criminal en eso, que tan solo podría ser una contravención y es de libre albedrío.

Para unos y otros, defensores y promotores, pasivos y despistados frente a ese evento, desde Análisis Urbano  y la Ong Corpades, les sugerimos lo que venimos promoviendo desde hace varios años, la iniciativa No a la alborada mafiosa, y en Twitter con el hashtag #NoAlaAlboradaMafiosa  nos proponemos dar una visión diferente sobre un tema que tiene amigos y detractores.

La historia de ‘La Alborada’

Desde el año 2003, cada 30 de noviembre y amanecer del primero de diciembre se viene celebrando ya no una alborada navideña, sino la alborada mafiosa. Las características principales radican en la quema de toneladas de pólvora, disparos al aire, trago en abundancia acompañado de estupefacientes,  heridos a causa de las ‘balas perdidas’, y quemaduras con pólvora, como las que se pueden leer en este enlace: en la octava, novena y décima alborada mafiosa acaecidas en el 2011, 2012 y 2013, más de  44 lesionados por pólvora.

La alborada mafiosa es una nueva “tradición” que se origina en el triunfo de los paramilitares, asociados a la mafia y sectores del Estado local y nacional en Medellín, para lograr el control territorial del Medellín Metropolitano.

Algunos expertos en mafiología y narcotráfico han enunciado que la influencia de Pablo Escobar Gaviria es la que más ha incidido en la cultura de los barrios en el Valle de Aburrá, el ídolo barrial o  el “capo de culto” ha permeado una sociedad que aún se mantiene así. Ahora es necesario comenzar a corregir esa premisa, aunque es cierto que a Escobar se le sigue emulando y venerando, también es cierto que después del triunfo de la alianza paraestatal conocida como los PEPES, donde Escobar fue abatido por balas de criminales legales e ilegales, emergió una subcultura de mayores proporciones que supera en mucho a la originada por el criminal.

La historia del conflicto urbano enseña que antiguamente, en los setenta, ochenta y a comienzos de la década de los noventa, unas oficinas del crimen organizado como ‘La Terraza’, ‘Lovaina’, ‘Cariñosos’, ‘Champús’, ‘Chiches’ y ‘Barrio Antioquia’, y grandes bandas como la de los barrios Castilla, Manrique y Campo Valdés, entre otros, estaban relacionadas a través de unos pocos jefes, patrones visibles y ocultos, pero acomodados en “la rosca criminal”; las otras bandas anhelaban llegar al roce social y laboral con la maquinaria de poder armado y político del cartel de Medellín, obteniendo así la ‘protección oficial’ que éste tenía y podía ofrecer. Para llegar a esos círculos de poder ilegal y legal era necesario generar un proceso de visibilización criminal. Es decir, era necesario estar “Conectado” y eso implicaba también alardear en una especie de farándula criminal.

Después de la era del abatido Pablo Escobar como jefe visible del cartel de Medellín -cartel que no sucumbió solo se transformó y sigue más activo que nunca- a mediados de la década de los noventa, todo comenzó a cambiar en el bajo mundo. La llegada de paramilitares mezclados con mafias y sectores de la institucionalidad abrieron nuevos capítulos en la cotidianidad del crimen, especialmente en la forma de pensar y actuar de las bandas en la ciudad:  ya no se quería solo hacer presencia, se quería tener control total, en todos sus aspectos, incluso en la utilización  y manipulación de la cédula como instrumento de acceso al poder político a través de las elecciones y que podría ser más poderoso que una arma de fuego, con todo esto se inició la colonización de la alianza criminal en los territorios urbanos.

Fue la época donde se inició el proceso de fortalecimiento de las bandas y fue el espacio propicio para que un mayor número de criminales se conectaran a los nuevos “patrones”. Emergieron entonces los subjefes, ‘Underboos’, o mandos medios que fortalecieron cientos de bandas. Estos subjefes tuvieron poder suficiente para desafiar jefes e incluso patrones, como el caso de Elkin, jefe de la terraza.

La nueva etapa de reestructuración y consolidación de las bandas a finales de los noventa, en la ciudad de Medellín y el resto del Valle de Aburrá, tuvo un nuevo ingrediente que les dio mayor poder armado, político y social: el sometimiento de ellas a Diego Fernando Murillo Bejarano alias ‘Don Berna’, cabeza visible pero no única del proyecto paramafioso que emergía después del triunfo militar sobre  ‘La Terraza’, el ‘Bloque Metro’ y las milicias urbanas independientes, así como también aportó al retiro de las milicias de la guerrilla.

Después del proyecto Orión (operación Orión), cuyo objetivo principal fue sembrar el paramilitarismo en Medellín, alias ‘Don Berna’ anunció que cada una de las bandas de la ciudad metropolitana se encontraba bajo su control, logro que alcanzó ofreciendo a cada jefe de banda armamento largo (fusiles y ametralladoras), un sueldo mensual que iba acompañado de jugosas comisiones, y bienes muebles e inmuebles en lo urbano, pero también la muerte para quienes no cumplieran con sus designios y eso incluía a la familia.

Este control a las bandas le sirvió a la estructura paramafiosa La Oficina y a su estructura paraestatal aliada AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), del cual se valieron para ofrecer la desmovilización de los bloques urbanos ‘Bloque Cacique Nutibara’, el 25 de noviembre de 2003 y posteriormente el ‘Bloque Héroes de Granada’, el 1 de agosto de 2005. En realidad esto terminó siendo una desmovilización parcial de no más de 1.100 hombres y mujeres, lo paradójico fue que las bandas sometidas bajo el mando de ‘Don Berna’ sumaban más de 8000 miembros solo en Medellín, y esto lo sabían los gobiernos nacional, departamentales y locales del Valle de Aburrá.

El ego y el poder conseguido insistieron en la necesidad de hacer una conmemoración adecuada que perdurara en el tiempo y que recordara tantos los triunfos armados como los políticos. Se necesitaba una celebración en grande y, como reza el dicho en el bajo mundo, “con todos los juguetes”. Más grande que cuando se corona un embarque, cuando se conquista una reina o cuando se mata un “patrón” o a un amigo. Surgió entonces la idea de transformar la llegada de la navidad y pasarla de fecha, para esto se tuvo en cuenta que más del 70% de la ciudad metropolitana estaba en manos de las bandas de la Oficina y era muy fácil realizar una celebración en simultánea.

«Para festejar la desmovilización, seis días después del acto de dejación de armas, los integrantes del Cacique Nutibara repartieron un arsenal de pólvora en las comunas que estaban bajo su control, específicamente la 8, la 13, la 16 y los corregimientos de San Cristóbal, San Antonio de Prado y Altavista, para explotarla en la madrugada anunciando su incorporación a la vida civil». (ADN Medellín)

Pero no solo fue celebrar la “desmovilización” y la entrega de armas parcial, lo más importante, lo fundamental, fue recordarle al bajo mundo, a la institucionalidad y a la ciudadanía en general que el patrón único había triunfado y que se había establecido en la ciudad metropolitana avalado por sectores del poder real y formal. Esas celebraciones decembrinas se verían acompañadas de ‘reducción de homicidios’, infiltración de organizaciones comunitarias, y compra de liderazgos sociales. Fue entonces que se estableció la paratranquilidad urbana conocida como la ‘Donbernabilidad’.

Hasta el 2008, el modelo compartido de seguridad legal e ilegal funciono más o menos bien, la regulación de las muertes violentas fue exitosa para los aliados por conveniencia, los objetivos trazados por la institucionalidad se reflejaron en el mejoramiento de las cifras oficiales y una mejor imagen. Había llegado supuestamente el post-conflicto y lógicamente el causante de estos logros obtuvo privilegios, sin importar que aumentara la desaparición forzada, las muertes por establecer y los decesos en los centros médicos.

En esos seis años fue continua la celebración del triunfo de la paratranquilidad urbana, en cabeza de Diego Fernando Murillo Bejarano, quien dejaba claro cada diciembre que en Medellín había una Donbernabilidad. Después de la extradición de ‘Don Berna’,  el 13 de mayo de 2008 las celebraciones siguieron sin interrupción alguna en Comunas y Corregimientos, ese tipo de fiestas se dio independientemente de si existía un patrón único o no, o si se presentaban capturas, decomisos o guerra urbana.

Ejemplo de eso fue la guerra vivida en la división que sufrió la Oficina entre sus representantes militares alias ‘Valenciano’ y ‘Sebastián’, la cual representó un periodo de enfrentamientos sangrientos  que sumados a la guerra con los ‘Urabeños’ arrojó miles de muertos, en ningún momento las celebraciones se pararon, estas continuaron año tras año.

Las tensiones y la guerra urbana duraron oficialmente hasta el 13 de julio de 2013, de ahí en adelante el pacto del fusil fue el orientador de la pacificación militar de la ciudad metropolitana.  ‘La Alborada Mafiosa’ de final de año ya no fue la conmemoración de la desmovilización parcial de bloques paramilitares, ni el festejo de la llegada del patrón único, menos aún fue la ostentación de poder entre enemigos. La alborada fue entonces la demostración de la existencia del pacto del fusil, la coordinación del bajo mundo a través de las estructuras paramafiosas de la Oficina del Valle de Aburrá, y de los ‘Urabeños’  y sus bandas, la consolidación de la nueva jerarquía criminal, el establecimiento de los diálogos urbanos como prueba piloto y, principalmente,  el recordatorio a la institucionalidad y a los ciudadanos que ellos seguían cogobernando en un 70% de la ciudad metropolitana.

Las noches de noviembre acompañadas de pólvora estridente parecen preludiar otra alborada mafiosa para este diciembre de 2014, cargada de daño al medio ambiente y perturbación y maltrato de animales domésticos y silvestres. Sin embargo, esta vez tienen un rasgo radicalmente diferente: por primera vez, luego de una década, un alcalde ha reconocido que es una actividad ilegal que sólo resalta el poderío de la alianza paramilitar y mafiosa.

Anibal Gaviría, alcalde de Medellín, no sólo reconoció que era una “alborada mafiosa”, también anunció que la combatiría, lo que podría traducirse en un intento institucional en retomar el control de su ciudad. Labor para nada fácil pero en la cual ya la institucionalidad puede adjudicarse méritos que comparten entre otros, el brigadier general José Gerardo Acevedo Ossa, comandante de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá (MEVAL) el Coronel  Ramiro Alberto Riveros Arévalo, comandante de la Policía Antioquia (DEANT) con las recientes incautaciones de pólvora en variados sectores de Antioquia.

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Imagen sobre incautación de pólvora en Itaguí Antioquia.

No puede decirse que esta iniciativa será un éxito, pero el simple hecho de plantearlo y ponerlo en discusión es un asunto a valorar ya que reconoce la problemática y muestra voluntad política para resolverla, ojalá no caiga chispa alguna de pólvora que se la queme y como ésta, se disipe con el viento.

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