Siret (frontera de Rumanía con Ucrania), 26 de febrero de 2022 – Unas 20.000 personas han entrado en Rumanía procedentes de Ucrania desde que el ejército ruso lanzara el jueves una ofensiva militar a gran escala contra el Gobierno de Kiev, informaron el sábado las autoridades rumanas.
El paso fronterizo más concurrido es el que une el oblast (un tipo de división administrativa) ucraniano de Chernivtsi, en el suroeste de Ucrania, con la provincia rumana de Suceava.
«El 80 % son mujeres y niños», estima Alin Duca, un trabajador social de la localidad fronteriza de Siret, en el lado rumano, después de pasar la noche ofreciendo agua, té y comida a los refugiados que llegaban.
«Hay una cola de hasta 35 kilómetros al otro lado de la frontera; los policías ucranianos dejan pasar muy poco a poco a los coches y autobuses y apenas permiten el paso de grupos de 5 o 10 personas cada media hora», explica Duca a Efe.
Ante la lentitud con la que avanza la cola, muchos optan por apearse y caminar kilómetros para cruzar a pie.
Una parte de los refugiados son miembros de la minoría rumana de Ucrania y tienen familia o amigos en el país de acogida.
Es el caso de Suzanna, una estudiante de Economía de 20 años natural de la ciudad de Chernivtsi, donde por ahora no han llegado las tropas rusas.
Suzanna ha llegado a la frontera con su hermano pequeño y dos primos en el coche de su tía, que se despide de ellos en el lado rumano de la frontera y regresa a Chernivtsi.
«Mi abuela vive en Bucarest; se refugió allí durante la II Guerra Mundial y nosotros tenemos que irnos de Ucrania por lo que puede ser la tercera», dice con tristeza y humor en el esforzado rumano que ha aprendido de su madre.
Junto a ella en la carretera que viene de la frontera, decenas de voluntarios asisten y dirigen a los refugiados. «Los que no tienen a donde ir son alojados en pensiones y en casa de familias que se han ofrecido a ello», dice a Efe Ilie Molea, un joven pope ortodoxo que se ha sumado a este comité informal de bienvenida.
A medio kilómetro de la frontera se alza junto a una gasolinera el hotel Frontier. Sus 31 «habitaciones boutique» han sido habilitadas para albergar a los desplazados, que también reciben café y comida.
«Hacemos lo posible para atender a todos», dice el gerente, el maltés Ronald Agius, de 74 años, mientras corre arriba y abajo dando instrucciones por el vestíbulo.
«Nunca perdonaremos a la persona que ha empezado esto», dice a un grupo de beneficiarios de sus servicios mientras les cuenta las escenas dramáticas de las madres con sus niños que llegaron anoche.
Delante del hotel, una voluntaria rumana que se identifica como Ana ayuda a cargar las maletas de una mujer ucraniana que camina a su lado empujando el carro de su hijo.
«Algunos tienen familia aquí, otros quieren llegar a un aeropuerto para unirse a sus familias en Europa Occidental», cuenta la voluntaria.
Marcel Gascón
EFE