ONGs: Un centenar de víctimas de un naufragio fueron abandonadas a su suerte

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Roma, 23 abril.- Las más de cien personas que perdieron la vida en el naufragio ocurrido en las últimas horas en el Mediterráneo Central fueron abandonadas por los Estados que podían salvarlas, pues no movilizaron ningún medio para rescatarlas a pesar de haber sido alertadas dos días antes del peligro que corrían, han denunciado hoy organizaciones humanitarias, así como organismos internacionales.

«Si se hubiera estrellado un avión de pasajeros hubieran acudido las Armadas de media Europa, pero sólo eran emigrantes, estiércol del cementerio mediterráneo, para quienes no vale la pena correr, y de hecho nos quedamos solos», resumió Alessandro Porro, presidente de SOS Méditerranée y miembro de la tripulación del barco de la ONG francesa que avistó «un mar de cadáveres».

El Ocean Viking acudió este jueves, junto a tres mercantes, al rescate de dos barcazas tras ser alertada por «Alarm Phone», un servicio telefónico de ayuda a los inmigrantes, que ya desde el miércoles, cuando se puso en contacto con los migrantes en peligro, había intentado sin éxito que las autoridades de Libia, Malta e Italia ayudaran a rescatarlas.

Era «una balsa con 120 personas. O cien, o 130. Nunca lo sabremos, porque todas están muertas», se lamentó el presidente de SOS Mediterranée, que también llamó insistentemente durante dos días a las autoridades de los países del Mediterráneo que para que enviaran barcos de rescate, pero ninguno respondió, tal y como denunció la Organización Mundial para las Migraciones (OIM).

«Estas son las consecuencias humanas de las políticas que no respetan el derecho internacional y los imperativos humanitarios más básicos», escribió el director de la OIM, Antonio Ambrosi, en redes sociales, poco después de conocerse el naufragio, mientras la portavoz del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos (UNCHR), Carlotta Sami, se preguntó: «¿Cuándo será suficiente? Pobres personas. Cuántas esperanzas, cuántos miedos. Destinadas a chocar contra tanta indiferencia».

El enviado para la situación del Mediterráneo Central y Occidental de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Vicent Cochetel, fue un paso más allá: «Los Estados tienen drones, aviones, equipos de telecomunicaciones sofisticados, barcos, pero la gente sigue muriendo en las costas del norte de África. El rescate predecible en el mar, los acuerdos de desembarco y la solidaridad con las soluciones posteriores son más necesarios que nunca».

En ese tuit, Cochatel retomaba la reconstrucción detallada que había hecho «Alarm Phone» sobre los acontecimientos que sucedieron durante los dos fatídicos días, y en medio de una fuerte tormenta, hasta la localización de los cadáveres, como que la Guardia Costera libia no quiso intervenir «porque estaba el mar revuelto» o que Italia y Malta «rechazaron la responsabilidad de coordinar las operaciones de búsqueda y rescate».

La ONG también habla de los aviones de Frontex que detectaron la balsa sin motivar una intervención sobre el terreno y de la decisión de varios bu

ques mercantes de emprender de forma autónoma la búsqueda de los náufragos, junto con el Ocean Viking, a pesar de estar a una distancia de diez horas de navegación.

Cuando el Ocean Viking comenzó esa carrera contrarreloj para llegar hasta ellos seguramente la tragedia ya había sucedido: «Nuestro último contacto con esas personas desesperadas en peligro fue a las 21.15 del 21 de abril», explica «Alarm Phone», que no olvida que nada se sabe de otro barco, con unas cuarenta personas a bordo, que salió de Libia más o menos al mismo tiempo.

«La muerte en el mar no es un accidente, sino el resultado de acciones e inacciones de actores europeos y libios. Estos eventos demuestran la necesidad de corredores migratorios seguros y la abolición de las instituciones y guardias fronterizos violentos», escribió la ONG en redes sociales.

Cuando el Ocean Viking llegó a la zona del naufragio, hallaron los restos del barco, pero ningún superviviente: «Al amanecer buscamos de nuevo, junto con tres mercantes, sin coordinación ni ayuda de los Estados», detalla Porro en un emotivo relato.

Después avistaron los cuerpos y guardaron un minuto de silencio: «Nos acercamos y navegamos en un mar de cadáveres. Literalmente. De la embarcación quedaba poco, de la gente ni siquiera el nombre».

«Las cosas tienen que cambiar, la gente debe saber», concluye.

Marta Rullán

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