París, 3 de noviembre de 2021.- Durante los últimos treinta años de su vida, Francia lo trató como a un genio y un mito patrio, pero hasta 1944 Picasso fue una víctima de la maquinaria del Estado, acosado por la policía y rechazado por la Administración, como revela ahora una exposición en París.
«Picasso, el extranjero», que abre este jueves al público en el Museo de la Historia de la Inmigración, es fruto de la investigación que ha dirigido en los últimos años la historiadora Annie Cohen-Solal, conocida por sus biografías de Jean-Paul Sartre, Mark Rothko o el galerista Leo Castelli.
Se trata de una exposición política con la que la autora reconoce querer transmitir la rabia que ha sentido en la consulta de los cientos de miles de documentos del Museo Picasso y los archivos de la Policía, para hacer que el visitante se sienta «empoderado» al salir.
«La evolución de las sociedades se debe a estos artistas, los que tienen dificultades para adaptarse, pero encuentran las estrategias adecuadas», dijo la comisaria a EFE.
Estos documentos revelan la complicada relación que el joven Picasso mantuvo con las autoridades francesas desde su segunda estancia en París, en 1901.
De esa fecha data el dossier 74.664 de los archivos de la Dirección de la Policía General, un documento de extranjería firmado por el comisario Rouquier con datos obtenidos a través de la portera del edificio en el que vivía el pintor, de su actividad en Montmartre, artículos de prensa y consideraciones varias que le valieron el equivalente a lo que hoy sería «fiché S».
ANARQUISTA CON DIFICULTADES PARA EL FRANCÉS
Bajo esta etiqueta, los servicios de inteligencia investigan en la actualidad no solo a sospechosos por vínculos terroristas, también a activistas ecologistas, «hooligans» y otros individuos sujetos a una vigilancia especial.
El dossier del malagueño, relacionado con un grupo de catalanes también señalado, marcaba datos como que era anarquista, que hablaba mal francés y apenas lograba hacerse entender y que dibujaba a prostitutas y mendigos.
Cuando en 1940, poco después del asesinato en España de Federico García Lorca, Picasso solicitó la nacionalidad francesa por primera vez, temiendo ser tomado como un chivo expiatorio por sus vínculos con la República española, aquel dossier 74.664 fue utilizado para denegarle el pasaporte. Le cuestionaban su aportación «a la gloria de Francia». Picasso nunca habló de ello a sus amigos.
En esos años, el artista era ya un hombre conocido y rico, había sido director del Museo del Prado, había dado forma a su obra más conocida, el Guernica, y era objeto de una retrospectiva en el MoMA de Nueva York.
En Francia, donde la crítica denunciaba la invasión de la pintura por judíos, extranjeros y delincuentes, tan solo había dos cuadros suyos en las colecciones nacionales.
«Picasso era disruptivo y quería destrozar el academicismo con el cubismo, un movimiento que era muy mal entendido por los franceses, en parte por razones xenófobas», explicó Cohen-Solal, que ha puesto nombre a los burócratas que pusieron trabas a Picasso, reflejando el estado policial que en los años 1940 propició la Ocupación nazi.
La historiadora ha publicado su investigación en el catálogo de la muestra y en el libro «Un étranger nommé Picasso» (Un extranjero llamado Picasso), que fue premiado a finales de octubre con el prestigioso premio Femina en categoría de ensayo.
CHIVO EXPIATORIO
Ser un extranjero le salió caro: hasta 1918, los principales coleccionistas de Picasso se encontraban en Alemania y en los países del este. En el período de entreguerras, sus compradores pasaron a ser estadounidenses.
La Gran Guerra lo convirtió en una víctima colateral de las relaciones con los alemanes, y el Estado requisó buena parte de las obras que poseía su marchante, Daniel-Henry Kahnweiler, y las subastó al mejor postor.
«En los intersticios de la sociedad francesa, Picasso encontró estrategias para superar la situación de bloqueo y nunca asumió el papel de víctima», defendió Cohen-Solal, para quien la visibilidad en Francia llegó gracias a su adhesión al Partido Comunista.
«Le sirvió de trampolín, de pasaporte. Muchas municipalidades de izquierda del país lo contactaron y él les regalaba obras, favoreciendo la descentralización cultural que en Francia no llegó hasta los años 1980. Picasso se convirtió en un vector de la modernidad en el resto del país», añadió.
Pese a que muchos franceses así lo creen, Picasso no llegó a nacionalizarse nunca. Hasta su muerte, sus cuadros apenas pisaron los museos nacionales y él fue, a ojos de la Administración, un extranjero. Paradójicamente, en el siglo XXI no pasa un año sin que Francia le dedique una nueva exposición.
María D. Valderrama
EFE