Palabras del Presidente Gustavo Petro en la Ceremonia de Conmemoración del Bicentenario Naval

FECHA:

Cartagena, 24 de julio de 2023.

Un saludo especial al personal de almirantes, generales, oficiales, suboficiales, guardiamarinas, alféreces, cadetes, grumetes, infantes, integrantes de la Armada Nacional que el día de hoy conmemoran el Bicentenario Naval y sus distinguidas familias.

Altos mandos de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional y sus distinguidas familias.

General Helder Fernan Giraldo Bonilla, Comandante General de las Fuerzas Militares, su esposa María Victoria y su hijo Andrés; almirante José Joaquín Amézquita García, Jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares y su esposa Liliana; almirante Francisco Hernando Cubides Granados, Comandante de la Armada Nacional, su esposa Lucy, sus hijos Mariana, Juan; general Luis Carlos Córdoba Avendaño, Comandante de la Fuerza Aeroespacial Colombiana y su esposa Lorena; general William René Salamanca Ramírez, Director General de la Policía Nacional; mayor general Álvaro Vicente Pérez Durán, Segundo Comandante del Ejército Nacional y su esposa Cristina.

Contralmirante Camilo Mauricio Gutiérrez Olano, Director de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla y su esposa Adriana; excelentísimo monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, Obispo Castrense de Colombia; capitán de fragata Lilian Ortiz Reina, Comandante del Batallón de Cadetes; jefe técnico de comando Jorge Jaime Rivera Peláez, asesor de comando de la Armada Nacional y su esposa Ligia.

Señores embajadores, jefes de misiones diplomáticas acreditadas en Colombia, ministras, ministros y funcionarios del Gobierno Nacional.

Señora y señores almirantes comandantes de Marina de los países participantes y jefes de delegaciones del Bicentenario Naval y sus distinguidas familias, excomandantes de la Armada Nacional, agregados de defensa, militares, navales, aéreos y de Policía acreditados en Colombia, oficiales, suboficiales de la reserva activa, medios de comunicación, invitados especiales.

A mi esposa Verónica Alcocer y, en general, a todos los aquí presentes.

Bien, se conmemoran 200 años de una batalla que marca en realidad la independencia de Colombia, poco valorada por motivos que tienen que ver incluso con quien la dirigió, por las realidades sociales del país posteriores a la fundación de la República.

En realidad, sin esta batalla no hubiera sido posible la independencia nacional, dado que después de la Batalla de Boyacá venía realmente una nueva reconquista española del país, una segunda reconquista; reconquista que fue detenida en el mar, en su flota naval, a la entrada de Maracaibo por un hombre popular, un hombre que era hijo de una indígena wayuu e hijo de un padre negro descendiente de esclavos, que se ubicaba y había nacido en La Guajira: José Prudencio Padilla.

El origen social de José Prudencio Padilla y su marca en el desarrollo inicial de la Armada Colombiana, es su fundador, y esta batalla y su vida alrededor del mar.

Ni más ni menos, estuvo en la batalla de Trafalgar, una de las batallas navales más importantes que se ha desarrollado en el mundo, en la historia europea. En esa batalla cayó prisionero de los ingreses, estaba al servicio de franceses y españoles.

Allí estuvo preso. Tiene una vida que debería ser de película, explícitamente, si se desarrollase en Colombia la cinematografía histórica del país, como otros países han podido desarrollarlo, tendríamos muchas cosas que contarle al mundo y a las generaciones presentes y futuras de Colombia si este tipo de cinematografía pudiese expresar las realidades, los conflictos de la sociedad colombiana antes de llamarse incluso Colombia en nuestra propia historia porque de la historia tenemos que aprender.

No es posible navegar los mares del futuro sin prender los faros de la historia. La historia enseña muchas cosas, por ejemplo, realmente estas luchas por la independencia tuvieron dos fases: una inicial fracasada, una segunda exitosa.

Algo se hizo sobre el error de la primera para poder consolidar el triunfo de la segunda, evaluarla, saber en qué se había fallado. La primera fase la lideran hijos de españoles, les llamábamos los criollos, hijos nacidos en estas tierras americanas que por su cultura, por su nivel intelectual del entonces, porque tenían un acceso privilegiado para el conjunto de la sociedad nuestra de ese momento, podían leer libros, podían traducirlos, libros que eran considerados en aquel entonces como subversivos, eran literaturas que traían la idea de un mundo diferente al que entonces existía, dominado por soberanos que no eran el pueblo, por regímenes que no se podían llamar democracias, por balbuceos de naciones que realmente se enmarcaban dentro de una época premoderna en donde la tiranía era lo común, donde los pueblos no eran más que siervos y eran vistos como siervos o peor aún como esclavos, como sucedía en estas tierras americanas.

Esa élite de oro podríamos llamarla de muchachos y muchachas, porque eran todos en general muy jóvenes, decidieron lanzar el grito de independencia, como dice nuestra historia y al cabo de esa fase, terminaron peleándose entre sí, matándose entre sí y finalmente fueron fusilados en general por la primera reconquista de España y su lucha se perdió en un fracaso.

Algunos sobrevivieron, se fueron a las montañas, a los llanos, a resistir y a pensar en la posibilidad de una segunda oportunidad. Entre esos, muchísimos neogranadinos, muchísimos venezolanos, uno de ellos (Simón) Bolívar, que se fue a las Antillas a buscar respaldo en este mar del Caribe.

En ese entonces el Caribe, quizás, era más usado por los pueblos caribeños que hoy. El Caribe era el mare nostrum de un pueblo que se podía llamar a sí mismo caribeño porque tenía lazos culturales que se estrechaban mutuamente, no importaba si su lengua, el creole, el holandés, el francés, el inglés o el español nos separaran porque las músicas eran similares, los bailes igual, los tambores, el amor al mar, la posibilidad de surcar de isla en isla este Mar Caribe era una invitación que hacía de la gente del caribe, gente del mar, gente del baile, gente de la libertad.

Fue en esas islas donde la palabra libertad, como en Cartagena, se gritó por primera vez. En las islas primero porque salía de una voz de esclavos, era la liberación de los esclavos, la libertad que los esclavos se daban a sí mismos en las islas inglesas, en las islas francesas.

Por eso Bolívar, derrotado aquí en Venezuela, fue a las islas a buscar el apoyo de aquellos que gritaban libertad y tenían el color de su piel negro. Allí reflexionó sobre por qué esa derrota, por qué neogranadinos, venezolanos, ecuatorianos habían sido derrotados por la reconquista, por qué el imperio español seguía predominando, a pesar que se había dado un grito de libertad, a pesar que faenas intensas como las que se vivieron en esta ciudad resistían en la libertad, resistían no solamente la ciudad de Cartagena, sino los palenques, la resistencia libertaria de un mundo negro que no quería dejarse encadenar más.

Esa fase tenía un problema y allí es donde está el análisis de la historia que hoy nos permitiría sacar conclusiones.

Esa fase no tenía pueblo, era de élites. Por eso, se derrotó la independencia en Venezuela por uno de los hijos mismos nacidos en Venezuela con barbarie, con fuerza y por eso un español pudo entrar en Colombia y en Santa Fe de Bogotá a restaurar el virreinato.

No había pueblo detrás del grito de independencia; indígenas y negros en general en todo el país, lo que hoy llamamos campesinos que estaban en ese proceso de mestizaje –que es el de la mayoría de nuestra población–, aún no entendían por qué una bandera nacional podía representar sus intereses propios porque se veía una lucha de blancos españoles, padres contra hijos.

Había un abismo entre el pueblo y quienes luchaban por la independencia, algunos con las armas, todos prácticamente fusilados. Por eso el grito desesperado de La Pola: “pueblo indolente”, dijo, porque no lo lograba entender porque no sabía cómo una bandera libertaria como la de la independencia y la libertad no se podía hacer popular, de tal manera que el pueblo derrotase a los españoles.

Esa primera fase pasó. Bolívar allá en las islas logró los apoyos: Jamaica, Haití, el general (Alexandre) Petion; Haití que hoy vive un desastre social, en donde Colombia tiene una participación, a través de sus peores fuerzas, las más oscuras, que ha ayudado a destruir esa nación y de la cual tenemos una responsabilidad que tenemos que hacer propia como la responsabilidad que hoy tenemos sobre el Mar Caribe y algunas de sus islas.

Ese Bolívar allí reflexionó, regresó a la lucha por la independencia. Ya la segunda fase de esta historia la conocemos muchísimo mejor, incluso. Fue capaz de hacer la campaña admirable. Los hijos de Mompóx fueron casi todos en masa a recorrer en el río Magdalena la campaña admirable que se introdujo en Venezuela y regresó y por las montañas de los páramos pudo dar las batallas finales, entre esas, la del Pantano de Vargas y la de Boyacá, para llegar a nuestra Santa Fe, a nuestra ciudad en el centro de los Andes, venido él del Caribe.

Allí ya no había un grupo élite de jóvenes colombianos, hombres y mujeres educados, hijos de españoles, gritando libertad en Colombia, sino que había un ejército armado.

Y ese ejército, por su magnitud, que hoy nos parecería incomprensible por los números, dada la pequeña población que en ese entonces habitaba nuestras tierras, ese ejército era de negros, de indígenas, de campesinos mestizos, era un ejército del pueblo.

Se había fusionado y esa fue la genialidad de Bolívar, la idea de libertad e independencia americana con el interés popular. Las armas juntaban pueblo y aspiraciones de nación. Sin esa alma popular, la bandera nacional no era posible.

Así lo dijo después una profunda filósofa judía perseguida por los nazis desde Nueva York y los Estados Unidos cuando en sus libros, analizando precisamente los surgimientos de las naciones en el mundo, encontraba que casi todas tenían detrás el hecho de que el campesinado al levantar la bandera nacional construía efectivamente la nación, era el común denominador en los Estados Unidos y en la Europa y en otras naciones del mundo y lo podemos ver en el ejército de Bolívar, indudablemente; es cuando el pueblo levanta la bandera nacional que es posible una nación y el pueblo levanta la bandera nacional cuando se siente presentado en esa nación.

De ahí la importancia de José Prudencio Padilla. Dicen las leyendas que Bolívar lo encontró arreglando alguna barca en Riohacha o en algún pueblo de La Guajira. Hombre ya de mar, hombre curtido por el Mar Caribe, pero después por los mares del mundo, hombre prisionero allá en las mazmorras de Inglaterra de aquel entonces, prisionero de Wellington, en la batalla de Trafalgar, hombre que regresó después de las cadenas de tez negra, acostumbrado quizás a las cadenas en aquel entonces y de raza indígena también, wayuu, como nuestros wayuu de hoy.

Sin ningún pergamino que le pudiera decir príncipe o rey o conde o duque, sin la mayor educación que no fuera la educación del mar con los sueños de un hombre caribe que siempre sueña. El Caribe, el hombre y la mujer caribe siempre es soñadora, soñador; el mar los hace soñar.

Por eso, Gabriel García Márquez escribió esa obra tan hermosa que solo relata en el fondo lo que los cuentos populares repetidamente cuentan en estas tierras desde La Guajira hasta las tierras del Sinú, pero lo volvió lenguaje maravilloso y universal.

Ese Caribe como García Márquez era José Prudencio Padilla, que hizo una poesía desde lo militar, de tener la Armada más poderosa del mundo ni más ni menos, allá en la entrada de Maracaibo. Esos son los 200 años que conmemoramos hoy.

Un ingenio de película, lo hemos visto incluso en los grandes filmes de Hollywood y de Europa sobre sus propios pasajes de su historia, no lo hemos visto en el nuestro, pero José Prudencio Padilla supo poner sus barcos detrás de la flota naval española.

Los transportó por tierra, los sorprendió, no se lo imaginaban y los destruyó y el ejército de la segunda reconquista no pudo entrar en tierras americanas y la patria se salvó y la independencia se volvió real; lo hizo un negro y un indígena al mismo tiempo.

Y ese es el fundador de la Armada de Colombia, lo hizo un hombre del pueblo que, quizás, hoy si estuviera por ahí arreglando una barcaza como tantos en esta región en algún punto de Cartagena o en algún punto de La Guajira, nadie le prestaría atención.

Quizás si se levantara a expresar una necesidad, un sueño, una reivindicación, lo tratarían muy mal, no le pondrían atención, lo dejarían tirado ahí al lado de la barcaza y no sabrían que un hombre como él se podría llamar José Prudencio Padilla.

Bueno, José Prudencio Padilla tiene una historia posterior aún más trágica. Después de su gran batalla y de ser cofundador de la República, fue fusilado por Bolívar.

En las facciones internas, en la lucha que se ha vuelto tan tradicional en Colombia de matarnos unos contra otros, de manera permanente, la muerte de Sucre, el fusilamiento de José Prudencio y tantos otros hijos que mueren en manos, hijos de la revolución que mueren en manos de la misma revolución.

Terminó José Prudencio Padilla su existencia y luego fue reivindicado como lo que tenía que ser. Quizás lo fusilaron por ser negro, quizás sus pergaminos no bastaban como sí le ocurrió a Santander para sobrevivir. Quizás en esas facciones, en esa lucha fratricida que se desataba por el poder, después de tan grandes victorias y glorias, su color de piel no le garantizaba la existencia.

Quizás sus congéneres, los hijos de esa misma vida, los hijos de la esclavitud, herederos de los esclavos, no tenían el derecho de cogobernar a Colombia.

Quizás entramos en otra fase, en otra historia que ya en este momento el tiempo no nos permite analizar, pero que nos trae hoy como un final condensado a estas posibilidades nuevas en el siglo XXI de la nación colombiana, aprendiendo de su raíz.

Esa raíz nos dice que un ejército no se vuelve grande sin el pueblo. El ejército hoy de Colombia es un ejército popular. Se ha ido perdiendo en el eco de la historia reciente, las maneras elitistas que marcaron tanto nuestra sociedad, lamentablemente.

Cada vez más el ejército es femenino, las Fuerzas Militares cada vez más tienen la mujer, como aquí vemos, entre sus componentes; mujeres que vienen del pueblo. Cada vez más los jóvenes que aquí integran estas filas, vienen de regiones marginadas, de pueblos olvidados, como diría Gabriel García Márquez.

Cada vez más nuestro ejército, en lugar de ser ese ejército prusiano que alguna vez quiso una oligarquía a finales del siglo XIX, autoritario, aristocrático, como era en esa Europa aún de reyes y de príncipes, hoy es un ejército popular como lo quiso Bolívar.

En la medida en que ese pueblo vea en la bandera nacional, en su ejército, en sus Fuerzas Militares, sus Fuerzas Militares, se sienta representado en esa bandera, sienta que sus sueños de pescadores, de campesinos, de obreros, de estudiantes, de gente que quiere ser científica o médica, que quiere explorar el mar más allá, que quiere explorar las estrellas más allá.

Cada vez que ese pueblo sienta que sus sueños y sus reivindicaciones están en esta bandera tricolor que hoy ondeamos, tendremos una nación grande. Por eso la fusión de las armas y el alma popular es fundamental.

Por eso, las armas no se pueden voltear contra la población, por eso las armas son para defender la nación que no es solamente tierra, aire y mar, sino que fundamentalmente es la vida que hay en esa tierra, en ese aire y en ese mar y entre esa vida un ser superior: el ser humano, el que habita en este territorio, en esta Colombia.

Y entre esos seres humanos, los más débiles, los más humildes, los y las que sufren, los que más necesitan del Estado y, por tanto, de su Fuerza Pública.

Hoy no solamente conmemoramos 200 años de esa batalla dirigida espectacularmente, genialmente, por un hombre negro, José Prudencio Padilla.

Hoy también festejamos, no hace mucho en San Andrés, un hecho que no es el triunfo completo porque realmente venimos de perder 75 mil kilómetros cuadrados de mar, pero íbamos a perder el resto.

La isla de San Andrés iba a quedar rodeada, como Providencia y Santa Catalina, de un mar nicaragüense, lo cual significaba que era un problema simplemente de tiempo perder nuestras islas en el Caribe. Retroceder ese límite hasta acercarnos a esta frontera de nuestra costa caribeña.

Perder nuestra influencia que fue muy amplia antaño, que llegaba hasta la Costa Mosquitia, que tenía Panamá y que tenía parte de Costa Rica, en viejos, en viejas épocas, así como teníamos una extensión mucho mayor sobre la selva amazónica, sobre el islote de los monjes, tierras que hemos venido perdiendo una y otra vez, quizás porque se perdió la unidad del gobierno y del pueblo, porque quizás en esa historia de pérdida de la nación, que empieza con la disolución de la Gran Colombia, que nos va empequeñeciendo y nos va mostrando como una nación débil, qué nación tan fuerte hubiera perdido el canal de Panamá.

Se debe esa debilidad a que no hemos sido capaces de construir precisamente eso que la filósofa Hannah Arendt llamaba el que el campesinado pueda levantar la bandera de la nación porque se siente representado en ella.

Se ha perdido un poco el mensaje de nuestra primera independencia que hay que recuperar y creo que es ahora que comenzó una recuperación porque impedimos que a la isla de San Andrés, Providencia y Santa Catalina y los cayos del norte de esas islas, los rodeara un mar nicaragüense.

Se logró en una batalla jurídica, no militar y en esa batalla jurídica hubo unos cambios fundamentales hacia fines del año pasado, pero uno de los cambios de la estrategia que se venía construyendo alrededor de la defensa del mar tiene una responsabilidad en la Armada y en la Dimar (Dirección General Marítima).

Es el trabajo científico de muchos de ustedes, el trabajo de investigación del fondo del mar, de fotografiarlo digitalmente, de demostrar que la tesis nicaragüense acerca de la inexistencia de la plataforma continental colombiana, ese intento nicaragüense fue derrotado con pruebas sobre efectivamente la existencia real de una plataforma continental que sale de estas costas y que, por debajo del mar, se va extendiendo hasta llegar a la isla de San Andrés.

Demostrar eso ante la Corte Internacional fue fundamental. Es uno de los ejes del cambio de estrategia que nos cogió de sorpresa a la nación y que nos hizo antes, por no tenerla en cuenta, perder nuestro mar territorial al occidente de la isla de San Andrés. Hoy eso no fue así.

Ustedes nos ayudaron, le ayudaron al país a presentar pruebas científicas irrefutables que derrotaron la propuesta nicaragüense. Lo mismo que fue fundamental el que en los equipos de abogados, defensores, de gestores, en la terminología de ese tipo de instancia judicial mundial, estuvieran gentes raizales representándonos.

Raizales, es decir, gentes nacidas, quizás cuidando barcas, como José Prudencio Padilla, del mismo color de su piel; soñadores y amadores, amantes del mar, gente que supo surcar de isla en isla y que era un mismo pueblo antaño, en otro tipo de historia étnica y cultural que es la que junta ingleses, esclavos, piratas y esclavos que se supieron liberar y que supieron pronunciar, quizás antes que nadie, la palabra democracia y la palabra libertad.

Ese tipo de personas hoy, como antaño José Prudencio Padilla, raizales, culturalmente hablando, nos ayudaron, integrando, no simplemente aconsejando sino integrando la defensa jurídica de la nación, al segundo pilar de la estrategia victoriosa: pueblo, se llama.

Por tanto, la lección de José Prudencio Padilla hoy se recoge en nuestra victoria jurídica sobre el Mar Caribe, lo cual nos habla –y termino mi exposición–, otra vez la posibilidad, el mensaje de que Caribe es Colombia.

Yo soy un hombre caribeño, mi padre lo es; de niño, mirando la luna y los campos y el mar y el sonido de las aves y los vientos frescos, los bailes, los tambores. Podía reconocerme como tantos millones de colombianos y colombianas en esta región, como parte no solamente del mundo andino que está detrás, no solamente de las ciudades que se construyeron imitando el imperio español entre montañas, sino que somos parte también de una cultura profunda, poderosa, mundialmente hablando, que es la cultura del Caribe.

El hecho de tener hoy presencia en ese mar, de tener quizás la flota naval más importante sobre ese mar, de tener la capacidad de investigar ese mar, la posibilidad de volver a surcar como antaño entre gentes del Caribe las islas, no solamente los transatlánticos del turismo extranjero, sino las posibilidades del comercio entre las islas de las Antillas y estas tierras, las posibilidades del cruce cultural, el medio políglota de sus lenguas, la posibilidad de rescatar los tesoros que aún están debajo de las aguas, la posibilidad de conocer los efectos científicos que están sucediendo sobre el coral, sobre los bancos de peces, la posibilidad de pescar, que es la principal reivindicación del pueblo raizal de San Andrés.

La posibilidad de ser más caribes, de que Haití no se nos vuelva un país de nombre tan extraño, cuando era tan cercano a nosotros hace 200 años, cuando sus dineros escasos, cuando sus armas ayudaron al ejército de Bolívar a conquistar la libertad y a José Prudencio Padilla.

Cuando nombres como Jamaica, como Barbados, como Bahamas, como Trinidad y Tobago, que hoy parecieran de otro mundo, sean parte también de nuestro vecindario porque lo son; nuestro mar limita con ellos. Nosotros somos Caribe y eso no lo podemos olvidar.

Y hombres caribes iniciaron la independencia nacional, la independencia de Colombia y aquí nuestra Armada entonces tiene una enorme responsabilidad científica, militar obviamente. Su flota es la base de un poderío que tiene que crecer para que estos mares no vuelvan a ser mares de piratas.

Esta vez ya no por la ruptura de un monopolio de comercio, sino a través de las economías ilícitas, para que estos mares vuelvan a ser de su pueblo, para que su pesca pueda enriquecer o alimentar a sus pueblos y no ser saqueadas y depredadas.

Por eso la fragata, que yo no veré en mi Gobierno echarla al mar, pero que empieza su diseño y su construcción como un hito, un hito industrial, un hito de pensamiento y de tecnología que entre Holanda y Colombia se empieza a construir; esa fragata es un hito para la Armada.

No es la barcaza que estaba construyendo José Prudencio Padilla y lo encontró Bolívar en esa faena. De ahí a la fragata hay mucho trecho, pero esa fragata echada al mar es otra aventura al estilo de José Prudencio Padilla porque esa fragata ayudará a cuidar los mares del Caribe y ayudar a sus pueblos y a sostener una soberanía no solamente nacional, sino en coordinación con las demás naciones, una soberanía caribeña sobre el Caribe.

Los felicito, pues, a quienes han recibido las condecoraciones en el día de hoy, los almirantes que dirigen la Armada, la Dimar, al Director de la Escuela Naval, a el trabajo que he conocido personalmente y que acompaño de Cotecmar (Corporación de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo de la Industria Naval, Marítima y Fluvial), a los sueños del Caribe, a este festejo de dos siglos de un hombre grande, nuestro negro José Prudencio Padilla; hombre del mar, hombre de la libertad, hombre de los vientos y los huracanes que supo con la fuerza de sus orígenes étnicos indígenas de aquí, precolombinos, ancestrales y negros de allá del áfrica también ancestrales, supo construirnos ayudar en esta bandera, en esa confección, que no es la confección de una simple tela de colores, sino que es la confección de una nación que tiene que ser democrática y libre.

Gracias por haberme escuchado, muy amables.

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