Las calles de la ciudad colombiana de Pasto se transformaron este sábado en un teatro viviente con el «desfile de la Familia Castañeda», fiesta tradicional del Carnaval de Negros y Blancos, el más famoso del sur del país y declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009.
En el tercer día de carnaval, una veintena de grupos de artistas se disfrazaron de personajes que marcaron la historia de la región y de Colombia en una gran «performance» con el que se interactuó con el público durante todo el desfile.
La historia de la familia Castañeda explica que sus integrantes llegaron a Pasto en 1929 cansados de un largo viaje encabezando un cortejo variopinto que se cree que iba en peregrinación al santuario de Las Lajas, una basílica encajada en el cañón de un río y que atrae a miles de devotos en el departamento de Nariño, fronterizo con Ecuador.
Al frente del séquito festivo están Pericles Carnaval y la Reina, seguidos de la familia Castañeda y su recua de caballos, carromatos y un grupo de sirvientes.
RAÍCES REGIONALES
Con el transcurrir de los años el desfile se ha convertido en una cata de pequeños fragmentos de la historia colombiana y en la exaltación de las raíces indígenas de la región.
Es el caso de un grupo que representó la toma de posesión de las autoridades indígenas en Pasto en 1930, cuando los nativos bajaron al pueblo e hicieron el juramento ante el alcalde municipal, explicó a Efe Taitahairo, médico de la comunidad Obonuco, una aldea ubicada en las faldas del volcán Galeras.
Como método de sanación, Taitahairo roció con un preparado propio y acarició con plantas medicinales a algunos espectadores, y acompañó a bailarines vestidos con ruanas, sombreros, alpargatas y faldas hechas a mano, que danzaban al ritmo de música tradicional andina.
El suyo era uno de los grupos que bailaron bajo el sol inclemente hasta llegar a la plaza principal de la ciudad, donde otros artistas, disfrazados de soldados y con la bandera colombiana en la mano, recrearon el capítulo de «La mujer pastusa en el incidente de Leticia del año 1932».
Ese año las mujeres pastusas «tuvieron que vender sus joyas para poder financiar la guerra colombo-peruana y (para) defender el territorio muchas se vistieron de hombre para poder participar en ella», explicó a Efe Ángela Arciniegas, una de las participantes del desfile.
Arciniegas, ataviada con un vestido tradicional de la región, afirmó que ese era un homenaje «al valor de ellas, para resaltar que las mujeres de aquí somos berracas, luchadoras y fuertes».
HOMENAJE A VÍCTIMAS
El tono festivo y jocoso de todo el desfile no desentonó con las reivindicaciones de algunos artistas, que fueron más allá de defender mediante el arte la diversidad cultural y la preservación del territorio.
Tan pronto se inició el desfile, uno de los integrantes de la agrupación que encabezó la jornada gritó «¡Qué pena que la comadre Lucy no nos haya podido acompañar!».
La arenga hacía referencia al asesinato en la víspera de la navidad pasada de la líder y gestora cultural Lucy Villarreal, quien recibió varios disparos cuando salía de un taller con niños en la localidad de Tumaco, una de las zonas con más conflictos de Colombia.
Villarreal era la encargada de la parte escénica de la Fundación Cultural Indoamericanto, una de las asociaciones más reconocidas del país y que es integrada por músicos y bailarines que trabajan desde 1994 para mostrar su espectáculo artístico en el Carnaval.
Por eso, mientras los actores lucían sus trajes plateados e interactuaban con el público como si acabaran de llegar del pasado gritaron «¡Que vivan los líderes asesinados, qué vivan!» y clamaron con más fuerza: «¡Viva Lucy Villareal, que viva!».
Este homenaje se sumó a un gran mural en el que diversos artistas escribieron los nombres de algunos líderes sociales asesinados en el país y con el que buscan recordar que en Nariño se cometieron 23 crímenes contra defensores de derechos humanos en 2019, según cifras de la Fundación Paz y Desarrollo (Fundepaz).
EFE