San Salvador/Santa Ana (El Salvador), 30 de agosto de 2024.- Miles de presos no pandilleros en El Salvador esperan tener una segunda oportunidad y lograr reinsertarse a la sociedad a punta de trabajo para «corregir los errores cometidos en el pasado» y demostrar las capacidades adquiridas durante su tiempo de encierro.
En el Centro Penitenciario La Esperanza, conocido popularmente como «Mariona» en la capital salvadoreña, hombres vestidos con el característico uniforme blanco de las cárceles de ese país aprenden diversos oficios como carpintería, peluquería y confección, jardinería, serigrafía, albañilería, entre otros.
En ese lugar hay una sobrepoblación de más de 29.000 internos cuando su capacidad inicial era de entre 4.000 y 5.000 presos. Parece una pequeña ciudad donde diariamente los internos reciben capacitaciones, ponen en práctica lo aprendido e, incluso, reciben clases de educación superior.
Todo lo anterior es parte de un proceso para brindarles herramientas con el fin de que la reinserción a la sociedad les sea más fácil.
«Los pandilleros aunque quieran cambiar no pueden porque las pandillas no los dejan. Por eso ellos reciben otro tratamiento diferente al de estas personas a las que sí podemos cambiar y reinsertar a la sociedad», dijo a periodistas el director de la prisión, Juan José Montano.
«El total» de la población de «Mariona» está involucrada en el programa de reinserción Plan Cero Ocio, impulsado por el Gobierno, aseguró Montano.
En un recorrido únicamente por las áreas de talleres y aulas de capacitaciones de esa cárcel EFE pudo observar a los reos en sus labores. El tiempo pasa lento entre paredes pero se hace más leve al tener la mente ocupada y las más de 29.000 almas en ese recinto lo saben.
Universidad y música para sentirse libres
«En lo que están aprendiendo carpintería, albañilería, agronomía, maquila textil, hamacas, todos los oficios que tenemos, ellos están soñando (y) pensando que al salir de aquí van a trabajar de lo que aquí han aprendido o en, el mejor de los casos, pondrán su propias empresas», señaló el director.
En lo que unos van de un lado a otro por los pasillos, otros se encuentran en aulas aprendiendo oficios o cursando una carrera universitaria, pues en ese caso la única opción es una licenciatura en administración de empresa con una duración de 5 años e impartida por profesores de una universidad cristiana privada.
«Tratamos de utilizar el tiempo al máximo, aprovechando que lo tenemos (…) estoy recluido desde el año 2011 por un delito de homicidio, lastimosamente uno comete errores y, definitivamente, jamás uno va a poder resarcir el daño que ha hecho, pero la vida da oportunidades, presta el proceso de poder recapacitar, dijo a EFE Edwin Valiente, de 42 años y quien ya cursó tres años y medio de carrera.
A Edwin le acompañan otros 230 presos que se encuentran en diferentes niveles de la carrera, con la ilusión de completarla.
También en el penal La Esperanza también ha sido el lugar donde se ha formado una orquesta con 25 músicos que cantan y bailan al ritmo de cumbias y otros géneros musicales.
Guillermo Girón, encargado del grupo, comentó que la mayoría de los reos involucrados «nunca habían tocado un instrumento o cantado».
«La música alienta el alma y nos hace olvidar que estamos aquí. La música es fundamental para hacernos mejores cada día», afirmó Guillermo.
Producción de comida para consumo propio
La Granja Penitenciaria Santa Ana, ubicada en la zona occidental del país a más de 75 kilómetros de la capital San Salvador, tiene una población penitenciaria de 5.000 privados de libertad de lo que buena parte se dedica a la producción agrícola, frutas, verduras y hortalizas, elementos que son utilizados para que los internos cocinen sus propios alimentos.
En este lugar, de aproximadamente 22 hectáreas de terreno, se produce en pocas cantidades lácteos, también consumidos por sus ocupantes, y hay labores de ganadería, explicó el director de ese centro penitenciario, Samuel Díaz.
Además, existe un área de carpintería donde los presos elaboran diversos artículos de maderas, como mesas, sillas y pupitres. Elementos que son distribuidos en diferentes instituciones gubernamentales.
También se imparten talleres de pintura, cerámica y elaboración de hamacas.
Sara Acosta
EFE