Moscú, 9 dic – La cruzada rusa para salvar al líder sirio Bachar al Asad ha terminado en un sonoro fracaso. El jefe del Kremlin, Vladímir Putin, ha pasado de ser el nuevo árbitro del polvorín de Oriente Medio a un estratega que asiste impotente a su mayor derrota geopolítica.

«Lo ocurrido, seguramente, sorprendió a todo el mundo, y en este caso nosotros no somos una excepción», reconoció hoy Dmitri Peskov, portavoz presidencial, en su rueda de prensa telefónica diaria.

La llegada de Al Asad el domingo a Rusia, donde ha recibido asilo, es la constatación de un desastre, que puede ser aún mayor si Moscú se ve obligado a abandonar las dos bases militares con las que cuenta en el país árabe y que son vitales para su política en la región y en el Sahel.

Todo eran caras largas el lunes en el Kremlin en la entrega de medallas a los soldados que combaten en Ucrania. Los altos funcionarios rusos no saben cómo digerir el revés en Siria, por lo que mantienen silencio.

Debilidad a ojos de aliados y enemigos

Si el jefe del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, puso de manifiesto la fragilidad del régimen ruso al protagonizar una sublevación armada en junio de 2023, la caída de Asad en menos de dos semanas expone la debilidad de la política exterior rusa.

Putin elige mal a sus compañías. El enemigo íntimo del Kremlin, Recep Tayyip Erdogan, se ha llevado el gato al agua en Siria, mientras Irán no deja de perder posiciones a marchas forzadas en Oriente Medio.

Los servicios de inteligencia rusos volvieron a confirmar su incapacidad al no advertir a Moscú de la vertiginosa evolución de los acontecimientos en el país árabe, igual que en 2022 informaron erróneamente a Putin que los ucranianos rusoparlantes no opondrían resistencia ante la ofensiva rusa.

Rusia se presenta como un abanderado de un nuevo orden multipolar ante el monopolio colonialista occidental, pero no es capaz de hacer frente a la amenaza islamista ni en Siria ni en su propio territorio.

La cruzada lanzada hace diez años tuvo como respuesta en marzo pasado la muerte de 145 personas en el ataque contra una sala de conciertos cerca de Moscú, el mayor atentado terrorista perpetrado en este país en los últimos 20 años.

Dos frentes, demasiado para el Kremlin

Putin no sólo salvó al régimen sirio en 2015, sino que dos años antes también impidió que EE.UU. aprovechara la excusa de las armas químicas sirias para invadir el país.

Con el Formato de Astaná como maniobra de despiste -Asad se negó a negociar con la oposición-, Moscú pensó que los bombardeos de la aviación rusa y la amenazante presencia de su flota en el Mediterráneo Oriental eran suficientes para mantener a raya a las facciones rebeldes.

A la hora de la verdad, se demostró que el contingente ruso era un tigre de papel. Sin fuerzas regulares sobre el terreno, fiaba todo a los mercenarios, que han perdido claramente fuelle desde la muerte de Prigozhin.

Los delirios de grandeza de Putin le han costado muy caro a Rusia. La guerra relámpago en Ucrania se ha alargado ya casi tres años y el ejército ruso, lastrado por la corrupción, ha demostrado que no puede combatir en dos frentes al mismo tiempo.

Las bravuconadas rusas sobre el lanzamiento de misiles hipersónicos tampoco han arredrado a Kiev, que atacó territorio ruso con misiles occidentales de largo alcance. Los rusos avanzan en el Donbás, pero aún no han expulsado a los ucranianos de la región de Kursk.

La debilidad manifiesta puede convertirse en un problema para el Kremlin de cara a las esperadas negociaciones entre Putin y el futuro presidente de EE.UU., Donald Trump.

El futuro de las bases en el aire

En un intento desesperado de salvar los muebles, Moscú entabló en los últimos días contacto con los rebeldes para evitar ataques contra sus bases militares. No obstante, lo único que consiguió fue garantías de seguridad provisionales.

«Es prematuro hablar de ello. En todo caso, será objeto de discusión con quienes estén en el poder en Siria», reconoció el lunes Dmitri Peskov, portavoz presidencial, en su rueda de prensa telefónica diaria.

Peskov admitió que la situación en Siria es de «extraordinaria inestabilidad», aunque añadió que los militares rusos han tomado las necesarias «medidas de precaución».

El aeródromo ruso de Jmeimim (Latakia) incluía desde 2015 decenas de cazas, cazabombarderos y helicópteros de asalto, que también despegaban desde aeródromos en Homs y Palmira.

Además, la base de Tartus, la única naval fuera de las fronteras de Rusia y en la que Moscú invirtió ingentes cantidades de dinero desde 2012, acogía varios buques de guerra, incluidas fragatas.

El cierre de ambas instalaciones sería un duro golpe para Rusia, cuya flota en el Mediterráneo no tendría donde atracar, ya que el Tratado de Montreux impide su tránsito por el estrecho de Bósforo hacia sus bases en el mar Negro.

EFE

mos/cg

(foto)

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