Son más los policías que se suicidan que los que mueren cumpliendo con su deber en EE.UU.

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Mientras conducía a toda velocidad por la ruta 1 bajo una mañana gris y fría de febrero, el corazón de Dave Betz estaba al límite.

Durante 32 años había sido policía y se había acostumbrado a la adrenalina de las persecuciones, pero esa mañana estaba buscando a su hijo: un par de horas antes había recibido una llamada en la que le decían que David, también policía, no se había presentado al trabajo.

El asunto no se veía bien.

Después de colgar la llamada, él abrió la puerta del cuarto de su hijo donde encontró la funda de su pistola vacía.

«Llamé a mis amigos y les dije: ‘miren, esto no es bueno. No tengo una buen presentimiento sobre esto para nada’ Yo sabía que algo no estaba marchando bien», relató.

Al cruzar el estacionamiento vacío del Club Deportivo de Boston, Dave notó que el carro de su hijo, un Volkswagen con los vidrios polarizados, estaba en un rincón distante del gimnasio.

Cuando se puso delante del carro confirmó sus peores presentimientos:

«Él estaba en el carro, sentado y tenía su teléfono en el regazo. Lo supe de inmediato. Pero yo simplemente no lo quería saber a la vez», relató con la voz entrecortada.

David Betz murió debido un disparo autoinflingido, sin dejar ninguna explicación sobre porque se había quitado la vida. Él ahora forma parte de ese grupo de cientos de policías en EE.UU. que se han suicidado dejando atrás un sinnúmero de preguntas sin responder.

«Siempre creí que podía ver si alguien necesitaba ayuda. Pero no pude verlo en mi hijo y eso me duele mucho», dijo Dave.

En 2018, un estudio a nivel nacional halló que en EE.UU. son más los policías que se suicidan que los que mueren cumpliendo con su deber.

Y el estudio también señala con claridad que los oficiales de policía tienen el mayor riesgo de suicidio entre todas las profesiones por una combinación fatal: estrés intenso, presión para ocultar su angustia emocional y fácil acceso a un arma de fuego.

El año pasado, 167 policías se suicidaron, mientras que en lo que va de 2019 lo han hecho 130, cuando aún faltan tres meses para que culmine el año, de acuerdo con Blue Help, una organización que apoya la prevención de este problema a nivel nacional.

Lo grave es que ese número apenas refleja los suicidios confirmados. Algunos expertos indican que esas cifras pueden ser mayores debido a que algunas familias prefieren no reportar la causa de la muerte o describirla como algo natural.

Una realidad silenciosa

La ciudad de Nueva York es la que tiene peores números a nivel nacional. El jefe departamento de policía (NYPD, por sus siglas en inglés), James O’Neill, declaró una emergencia de salud mental debido al suicidio de nueve policías en los últimos meses.

«Necesitamos cambiar la cultura. Necesitamos asegurarnos de que nuestros policías tienen acceso a programas de salud mental, para que puedan hacer bien el trabajo que quieren hacer», señaló O’Neill.

Pero la crisis continúa. Robert Echeverría, de 56 años, murió por una herida de bala que él mismo se disparó en agosto de este año, solo un día después de que otro policía, Johnny Ríos, se suicidara.

La hermana de Echeverría, Eileen, le dijo a la BBC que ella había contactado a Asuntos Internos sobre la salud mental de su hermano. Incluso pocas semanas antes de su muerte.

El NYPD dijo que iba a investigar, pero nada ocurrió. Ella culpa a los altos mandos.

«El departamento de policía está roto en muchos niveles. No es lo mismo de antes, que era cuando respetaban a los policías», dijo.

«Ahora los escupen en las calles y cuando van con sus jefes, estos también los escupen. ¿Yo podría tener una vida normal bajo esas condiciones? Realmente no podría hacerlo, no soy lo suficientemente fuerte. Que Dios bendiga a los que lo soportan», añadió.

El NYPD dijo que está investigando la muerte de Echeverría.

Estados y ciudades alrededor del país tienen problemas similares. California, Florida, Nueva York y Texas reportaron cada una cerca de 10 suicidios el año pasado, de acuerdo a Blue Help.

A principios de este años, el Departamento de Policía de Chicago, la segunda mayor fuerza del país con 13.000 uniformados fue confrontada sobre el problema de los suicidios.

Estas tragedias han hecho que se haya lanzado una campaña de salud mental, que ha incluido duplicar el número de psicólogos disponibles, además de un video en el que se puede ver a uno de los jefes de la institución admitiendo sus problemas de salud mental.

El presidente de EE.UU., autorizó cerca de US$7,5 millones para financiar una campaña de prevención del suicidio, que incluyen capacitación sobre asistencia en este tipo de temas para reducir el número de víctimas.

Pero no solo es un problema de EE.UU. Es una tendencia que se repite en otros países donde los policías están armados con una pistola.

El año pasado, Francia vio un incremento del 36% de la tasa de suicidios de policías en comparación con el público en general, y este año unos 64 policías se quitaron la vida.

Ese número contrasta por ejemplo con Reino Unido, donde entre 2015 y 2017 se suicidaron 23 policías. A diferencia de Francia y EE.UU., la mayoría de policías no van armados.

Cerca de dos tercios de todas las muertes con armas de fuego en Estados Unidos son suicidios, de acuerdo a un estudio realizado por Everytown.

Aunque hay menos gente que intenta suicidarse con un arma (6% de todos los intentos), la naturaleza letal de este tipo de armamento hace que cerca de la mitad de todos los suicidios involucren un arma de fuego.

Al menos seis de las nueve muertes de los oficiales del NYPD fue ocasionada por un arma -la mayoría de esos casos con el arma de dotación.

¿Por qué el suicidio es tan alto entre policías?

John Violanti, un policía que lleva 23 años de servicio, profesor de la Universidad de Buffalo y que es especializado en salud mental, señala que la naturaleza del trabajo es gran parte de la ecuación que conduce a los suicidios.

«Ellos ven chicos abusados, cadáveres en descomposición, accidentes de tránsito. Y lo que eso significa es que esos eventos difíciles se van a acumulando uno tras otro», señaló.

«Si te pones un chaleco antibalas antes de salir para tu trabajo, eso es un indicio que ya sales con la posibilidad de que te disparen o que tu familia pueda sufrir algún daño. Así que ese tipo de cosas pesan mucho en la mente, y con el tiempo, lastima a los policías», añadió.

Y también hace mención a las dificultosas relaciones entre varias comunidades, donde la policía debe intervenir.

«Tenemos un conflicto. Tenemos un conflicto social. Y los policías quedan en medio de toda esa violencia y muchas veces no saben qué hacer», concluyó.

Mark DiBona, quien lleva 33 años en la policía, y quien es vocero de Blue Help, tiene experiencia lidiando con estrés postraumático en el trabajo.

Él fue voluntario durante tres días después de los infortunados atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Poco tiempo después cayó en una fuerte depresión.

«Me quería morir. No quería seguir porque sentía que había fallado», dijo.

Sentado frente al volante de su vehículo, Mark le escribió una carta llena de rabia al departamento de policía y dos cartas más en las que le pedía disculpas a su madre y a su esposa, antes de ponerse el caño de la pistola en la boca.

De un momento a otro, un compañero pasó al lado de su carro y lo interrumpió justo antes de jalar el gatillo.

Pero de acuerdo a su experiencia -junto a otros policías- él cree que una de las grandes barreras para buscar ayuda es el estigma que viene cuando se exterioriza esta situación.

«Tenemos un arma, un bolillo, vestimos un chaleco salvavidas. Todo para protegernos físicamente», dijo.

«Necesitamos eso sin duda. Pero tenemos muy poco entrenamiento para protegernos mentalmente», señaló.

El estigma parte de perpetuar la cultura del machismo que se vive dentro de la policía, una noción que Janice McCarthy está intentando cambiar entrenando a oficiales de policía en prevención sobre el suicidio y a través de su organización Cuidando a los Sobrevivientes de los Policías que se Suicidan (Copss), que trabaja con las familias afectadas por la muerte de los policías que se quitan la vida.

El esposo de Janice, Paul, se mató en julio de 2006 después de 21 años de carrera en la policía de Massachusetts. De acuerdo a Janice, Paul sufrió de estrés postraumático después de presenciar tres accidentes de carros.

«Él pudo haber cambiado llantas, pudo salvar niños que nacieron prematuros. Pero no pudo salvarse porque nadie le permitió el lujo de decir ‘¿Qué está mal?, o ¿estás bien amigo?».

Ella ahora aconseja a los legisladores en Massachusetts para elaborar una ley que obligue a los policías entrenarse en temas de salud mental. La propuesta de ley, que tiene cerca de cuatro años de trabajo, necesita ser aprobada.

Pero muchos expolicías y consejeros señalan que no solo con prevención y más terapia se solucionan las cosas.

El miedo de perder tu pistola

La idea de que la identidad de un policía está atada a su pistola es un estigma que es muy difícil de cambiar.

«Unas de las cosas de ser policía es que entre más estás en el trabajo, más consume tu identidad», señaló de nuevo Mark DiBona sobre la importancia de la placa y el arma de dotación.

Chris Prochut fue comandante en Bolingbrook, un suburbio del oeste de Chicago, en el preciso momento en el que el departamento de policía al que pertenecía recibió una gran atención internacional sobre la investigación de un caso de alto de perfil.

Prochut debió lidiar con la presión de la prensa, que le pedía detalles del exsargento Drew Peterson, quien estaba siendo acusado de asesinar a su tercera y cuarta esposa -que aún sigue reportada como desaparecida

«Creí que podía manejar las situación porque eso es lo que hacen los policías. Pero no fue así», explicó.

«Comencé a no dormir. Después, no quería a mi familia cerca de mi», dijo.

Presionado por su esposa, Chris buscó ayuda y finalmente obtuvo una medicación que le ayudó con la angustia. Pero el dolor no paró. Al final decidió que era mejor acabar con su vida.

«En mi cabeza no habría otra opción porque ya había intentado con algo de terapia, medicamentos. Eso no funcionaba para mí», indicó.

Entonces elaboró un plan: se iba a marchar a una localidad vecinapara que sus compañeros no tuvieran que investigar su suicidio, encontró un bosque alejado y preparó todo para quitarse la vida allí.

«El plan estaba listo», recordó.

Pero un par de días antes de ejecutar el plan, su esposa notó que algo no estaba bien y llamó a los colegas de Chris para que intervinieran y lo llevaran a un centro siquiátrico.

Después de que salió del hospital, se dio cuenta que había perdido el derecho a portar un arma, y al no poder portar un arma, era casi imposible seguir siendo policía.

Al poco tiempo perdió su trabajo.

Entonces se mudaron a Wisconsin, donde ahora trabajan y además tienen una consultoría para apoyar a los policías en este tipo de casos.

Las leyes desde entonces han cambiado en el estado de Illinois y ahora se les permite a los dueños de armas un periodo de 60 días de gracia mientras su solicitud de renovación es procesada.

Esto con la idea de que los policías busquen ayudan mental sin el temor de que van a perder su licencia.

Pero Chris también quiere mostrar que hay vida después de la policía.

«Me tomó un par de años darme cuenta que había una vida después de la policía, pero para eso tienes que estar acá. Vivo. Y también tomar la decisión de hacerlo», explicó

«Perdí mi arma de dotación y mi trabajo como policía. Pero ahora estoy aquí, y estoy bien».

La vida continúa

De vuelta en Boston, Cameron, el hermano menor de David, intenta hablar sobre él, pero le cuesta mucho. Básicamente, él era su héroe.

«La vida para ellos continúa. La vida para nosotros continúa de una manera diferente», dijo Dave sobre otros policías.

Mucho de lo que hace ahora Dave tiene como objetivo recordar a su hijo. Su oficina está llena de imágenes de David y del resto de la familia, con algunos elementos que sirven para traer de vuelta la memoria de su hijo.

Pero al final muestra uno de sus brazos que tiene tatuado un mensaje que le había escrito David para un día del padre, poco antes de quitarse la vida: «Papá, sos mi héroe. Siempre recuerda que te voy a amar para siempre y voy a tener siempre tu ‘6’ (su número de la suerte). Con amor, David».

La muerte por suicidio puede herir mucho el valor de los seres queridos y los miembros de la familia al dejar preguntas sin responder sobre lo que podría haber sido diferente para evitar una tragedia.

«Ser familiar de alguien que se quitó la vida es pertenecer a un grupo al que nunca quisimos pertenecer», explicó Janice.

«Si alguien muere por un suicidio, todos creen tener su propia idea de lo que salió mal. Es natural tratar de resolver algo y ponerlo en una pequeña caja, envolverlo y guárdalo «.

Para este grupo de sobrevivientes hablar con los oficiales es una forma de llenar ese vacío dejado por aquellos que perdieron por suicidio.

Janice siempre tiene un mensaje: «Si mañana no eres policía, ¿quién eres?»

«Bueno, ¿eres un esposo? ¿Eres un padre? Necesitas ser multidimensional y debes cuidarte emocionalmente», anotó.

«Me gustaría que supieran que son más que un oficial de policía y que su vida significa más que este trabajo», concluyó.

Tomado de la BBC News

https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-49702425

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