‘Un artista es tratado como un florero, una decoración, sin opinión’

FECHA:

Mucho ha cambiado en esa niña de 11 años que subió a la tarima Francisco el Hombre del Festival Vallenato a interpretar El ‘jerre jerre’, por allá en la década de 1990. Hoy se ha convertido en una de las artistas símbolo de la solidaridad con las luchas de otras mujeres. Lo que sí sigue intacto es ese espíritu amoroso y espontáneo que la ha caracterizado y esa voz ronca que acaricia las melodías de un país que le duele hasta el llanto.

Recientemente, Adriana Lucía ha soportado los ataques de una sociedad hostil en la que se ha deteriorado el respeto por la opinión del otro y la vida vale nada. La cantante y compositora cordobesa ha experimentado en carne propia lo que para muchos es el pan de cada día. A la par, jamás ha abandonado su arte, que es su arma más poderosa.

El sueño que empezó con ‘Enamórate como yo’, cuando era una adolescente; maduró en el camino con otros siete álbumes que recorren el vallenato, la cumbia y el porro, y ahora encuentra su punto más sensible en ‘Que no me falte la voz’, trabajo discográfico que acaba de ver la luz.

Madre, esposa, cantautora y activista, Adriana Lucía conversó acerca de su reciente disco, en el que se pone en los zapatos de los demás y rinde un homenaje a Lucy González, que inspiró su carrera en la música tropical.

El título del álbum suena a esos mensajes optimistas que uno se repite mentalmente todo el tiempo.

Empecé a pensar sobre el poderío de la voz, no solamente para cantar, sino en general. La voz maltrata, hace daño, hiere, duele, como puede ser una maldición. Y esa misma voz, como bendice, sana, salva, ayuda a liberarse de una cantidad de cosas. El poder de la voz es tremendo.

Aunque parezca obvio para muchas personas, a uno se le olvida el propósito de la voz. Hay una censura que es la peor: la autocensura. Hay gente que te quiere callar, pero ¿qué pasa cuando eres tú el que dice: yo mejor me callo, no digo nada?

Ese ha sido mi caminar estos últimos meses. Yo bauticé el álbum así, no solamente por lo obvias que son las canciones, sino porque siento que cada canción relata una historia, le da voz a algo. Y quise hacerlo porque me puse a pensar: ‘Yo no soy una vieja poderosa, lo único que poseo es mi música, mi arte’. Así que me digo luego: ‘No te calles, que no nos falte vida para hablar’.

Darles voz a los que no la tienen…

El primer impulso del compositor es escribir lo que uno tiene dentro, sacarlo. Es un acto egoísta, íntimo, donde no cabe nadie más. Pero luego te das cuenta, cuando sueltas la historia, de que la gente reacciona: ‘Esto me pasó a mí, eso que tú dices es justo lo que quiero decir’. Empiezas a prestar las palabras, las frases y las historias. El mundo, tan diverso y tan complejo, y a todos nos pasa lo mismo. Yo no digo que las personas no tienen voz, todos la tienen, lo que pasa es que no siempre hay oídos para escucharlas.

‘Lucy González’ es una canción homenaje a la voz que la inspiró en su niñez…

‘Lucy González’ es la unión de dos canciones –’Sonia’ y ‘La tabaquera’– que la gente se las sabe, pero no tiene idea de quién las canta. Están en los sonidos de la música popular colombiana, pero la gente desconoce a los cantantes, y menos de esa época (en los años 50 y 60), cuando el nombre que figuraba era el del dueño de la orquesta.

Para mí, Lucy representa la voz que yo quise ser, con la que hallé identidad. Yo no había oído una voz que se pareciera a la mía. Cuando yo era niña, las voces eran muy potentes, pero agudas, altas, brillantes. Y Lucy tenía la voz ronca, gruesa, como la mía. Ella fue mi primer referente. Cuando la oí, yo quise ser como Lucy. Grabando esa canción, me pasó una cosa curiosa y es que en los arreglos usamos un ‘sample’ de la música original, la voz de ella arranca el tema, y fíjate que tenemos la misma tesitura, el mismo registro. Fue confirmar que mi voz se parece a la suya.

Aquí fue donde invitó a cantar a su hermana, Martina la Peligrosa.

El video representa esa época hermosa del porro y de la cumbia de salón, no es la música placera ni corralejera, es la del baile de club, de los vestidos elegantes, una época más glamurosa de esos ritmos que fue la que se exportó a toda Latinoamérica. Yo invité a mi pareja favorita, que es mi hermana con la que hemos bailado tan sabroso en esta vida, que uno sube la ceja o pica el ojo y ya sabe cuál es el movimiento. Nos divertimos mucho haciendo el video, y se nota, tiene esa alegría, buena onda, la complicidad que hay entre las dos.

Hagamos un repaso por las canciones.

La primera que produjimos fue ‘Lucy González’. Luego vino ‘El río’, que es una de mis canciones favoritas de la vida. La compuse con Julio. En ella, de manera muy pretenciosa y altanera, me he comparado con un río, pero porque siempre quiero regresar a mi caudal. Me pongo contenta cuando vuelvo a mi lugar de origen, es un símil con el amor, darlo todo. Yo no soy tibia en nada, yo lo tomo o lo dejo. La frontera la hice para una película que toca la problemática de la comunidad wayú, en la frontera entre Colombia y Venezuela. Está hablada en wayuunaiki. A mí, las fronteras no me gustan, porque creo que todos somos de aquí y de allá. Esas son bobadas que nos ponemos en la cabeza.

Lo que nunca olvidaré fue la última canción que compuse, y la grabé en casa. Me siento mirando por la ventana, lloviendo, en esa Bogotá gris, diciendo: ‘Qué voy a hacer cuando te vuelva a ver’. Tiene que ver con esos sentimientos que estamos teniendo por estos días. Y para hablar de amores es de donde sale la frase ‘Que no me falte la voz’, que titula el disco. Se la dediqué a los líderes sociales y defensores de derechos humanos, como un homenaje, una exaltación, a todos esos valientes de este país, diciéndoles que hay que resistir, que hay que ser alzados en almas.

A propósito de ese tema político, tomar posición la ha convertido en blanco de ataques en las redes sociales.

Ahora con lo sucedido en Estados Unidos, que los artistas se expresen es válido, mundialmente aceptado. Veo cómo la gente aplaude en sus países a los artistas que se comprometen con las causas sociales. Y yo no quiero que me aplaudan, pero tampoco que me maltraten.

Me gustaría que se respetara. Es increíble cómo en este país estamos tan atrasados en el uso de la voz, el respeto por las diferencias, las posiciones, y hay miedo a la palabra ‘política’, porque he escuchado de manera muy ignorante o inocente: ‘Vamos a hacer un concierto por la paz, pero no le metamos política’. Si estamos hablando de paz, estamos hablando de política; si hablamos de racismo, de medioambiente, estamos hablando de política porque son las decisiones políticas las que afectan absolutamente todo.

El tema es que un artista a veces es tratado como un florero, una decoración, sin opinión. Ahora me he dado cuenta de que esa gente que ataca no se molesta porque uno opine, sino porque piensa diferente a ellos. Ariana Grande Taylor Swift, Camila Cabello opinan y se vinculan a las protestas. Eso lo valoran allá, pero aquí somos unos vagos, queremos todo regalado, somos unos socialistas, castrochavistas… todas esas estupideces que da como pena repetir.

Pero ¿quieres que te diga algo? Yo no nací en Suiza, nací en Colombia (…). Y cómo no prestar la voz y quedarse desde la comodidad, eso es usar a la gente pa’ lo que me conviene –que compre mi música y vaya a mis conciertos–, pero cómo no comprometerme con algo que me genera incomodidad.

Cuando no hay argumentos certeros, los ataques se vuelven personales.

A mí me han dicho todas las vulgaridades posibles, me han atacado con todo lo que nos atacan a las mujeres, me han acusado de unas locuras, me han puesto cadáveres, me han amenazado de muerte… me pregunto en qué momento terminamos en esta locura.

Si yo tengo una posición privilegiada, imagínate a una persona por allá en un pueblo que solo conocemos cuando sabemos de una tragedia. Claro que sería más fácil callarme, no opinar; pero no estamos ya en esos tiempos.

Tomado de El Tiempo

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