Las Palmas de Gran Canaria, 8 junio de 2021.- Cada vez que aparece un cayuco más allá de El Hierro, la última tierra que verá durante 4.500 kilómetros quien se adentra hacia el oeste en el Atlántico, en los servicios de socorro de Canarias contienen la respiración: saben que probablemente esté a la deriva y que, si queda alguien con vida a bordo, apura su última oportunidad. Le espera un desierto de agua.
A veces, cruzan el océano, pero nadie sobrevive a una travesía así. Quince cadáveres reducidos a poco más que huesos que examinan estos días los forenses de Trinidad y Tobago de una embarcación hallada junto a sus costas dan fe de ello.
En los cementerios de Candelaria y Santa Cruz de Tenerife hay 24 lápidas anónimas aún recientes que recuerdan cuál es peligro al que se exponen los miles de jóvenes africanos que se aventuran desde hace años a la Ruta Canaria hacia el sueño europeo en barcazas que siempre resultan endebles para retar al océano: morir de forma inexorable de sed, allí donde solo te rodea agua.
Esas tumbas corresponden a los 24 cadáveres recuperados de un cayuco encontrado por casualidad a 500 kilómetros de El Hierro el 26 de abril. Había salido de Nuakchot tres semanas antes con unos 60 ocupantes y menos de un litro de agua por cabeza, pensando que llegarían a Canarias en tres o cuatro días. Solo sobrevivieron tres.
Desde hace tiempo, no hay mes en el que no desaparezcan uno o dos cayucos desde Mauritania, asegura a Efe la fundadora de una ONG muy activa en esta ruta, alarmada por la cantidad de embarcaciones que se han perdido estas semanas, con varios cientos de personas a bordo, vidas que se han esfumado de 20 en 20 o de 40 en 40. O con un centenar de golpe, como ocurre con un cayuco de M’Bour (Senegal) de cuyos 102 ocupantes no se sabe nada desde hace más un mes.
En la mayoría de los casos, esas barcas desaparecen sin dejar rastro, vuelcan, se quiebran y se las traga el océano. Pero, a veces, pocas veces, los vientos Alisios y las corrientes que componen el gran giro oceánico consiguen llevar a un cayuco intacto a América, siguiendo en su deriva la misma ruta que inauguró Cristóbal Colón en 1492: de las Islas Canarias, al mar Caribe.
Porque, si continúan a flote, las atrapa la Corriente de Canarias, que las conduce de forma implacable hacia América, a una velocidad de 20 centímetros por segundo (17,28 kilómetros diarios), según los datos que maneja el Instituto de Oceanografía y Cambio Global de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Es difícil hacer un cálculo porque las derivas son erráticas e influye el viento, pero una barca a merced de las corrientes puede tardar seis, siete, ocho meses en llegar al Caribe… Depende de dónde se quedara sin motor.
Sucedió en mayo de 2006 con un cayuco que apareció en Barbados. Había zarpado rumbo a Canarias desde Cabo Verde, con 47 jóvenes senegaleses como ocupantes muchos meses antes, probablemente a finales de 2005. En la barquilla solo se recuperaron once cuerpos descompuestos; los otros 36 se quedaron por el camino, en algún punto de los más de 3.900 kilómetros que recorrieron.
Y ha vuelto a ocurrir: el 15 de mayo pasado encontraron otro cayuco a la deriva a siete kilómetros de Belle Garden, en Tobago. Entre sus tableros, había quince cadáveres, de los que inicialmente se pensó que podrían ser emigrantes venezolanos.
Pero la Policía de Tobago tiene ahora claro que se trata de un barco de Mauritania. Así lo sugieren una inscripción en el casco -posiblemente una matrícula- y un teléfono móvil recuperado entre los cadáveres. Se ha repetido la tragedia de 2006 y las corrientes han empujado durante más de 4.800 kilómetros a un cayuco desde África al Caribe, mientras sus ocupantes se iban consumiendo de hambre y sed.
Los cayucos de Mauritania no zarpan hacia Canarias con solo 15 ocupantes. Sería desperdiciar espacio. Generalmente, embarcan en ellos 50 o 60 personas, casi siempre hombres jóvenes, aunque últimamente suele haber una o dos mujeres a bordo (en la embarcación de El Hierro, una de los tres supervivientes es una adolescente).
Los que faltan, seguramente perecieron de sed y fueron arrojados al mar, hasta que a sus compañeros les aguantaron las fuerzas. Otros, posiblemente se suicidaron para poner fin a la agonía y algunos quizás murieron en arranques de locura.
Uno de los supervivientes del cayuco de El Hierro contó que el primero de sus compañeros que se tiró al mar dijo justo antes de caer por la borda que se iba a comprar tabaco. Era su duodécimo día de travesía, tras más de una semana sin comida ni agua. Y su historia no es una excepción, sigue ocurriendo, son pateras fantasma de las que probablemente nunca nadie volverá a saber nada.
José María Rodríguez