Una estrategia para sanar a la niñez víctima de la violencia en Tumaco

FECHA:

El programa Semillas de apego ha trabajado con 710 madres y cuidadores de niños y niñas de este municipio de Nariño dándoles herramientas emocionales para entender sus traumas y establecer una mejor protección de los más pequeños.

Los niños y las niñas expuestas al conflicto pueden ver afectadas habilidades la memoria y la capacidad de prestar atención. /Felize Cazares.

Los niños y niñas en Colombia también han sufrido lo que han padecido sus familias durante el conflicto armado. Y varias generaciones han crecido en guerra. Según la investigadora Synthia Rubia, coordinadora del enfoque de Curso de Vida y Discapacidad de la Comisión de la Verdad, “no podemos pensar que son víctimas indirectas, porque los niños tienen derecho a una familia, y cuando un actor armado desaparece o asesina a un padre o a una madre les está vulnerando ese derecho”. Además, han sido víctimas de reclutamiento forzado, violencia sexual o tortura.

Todo esto afecta a la niñez, especialmente a quienes viven la guerra desde las edades más tempranas. Según Andrés Moya, profesor asociado de economía de la Universidad de los Andes, «hay unos efectos muy profundos que empiezan a aparecer en los primeros años de vida. En la arquitectura cerebral lo que se ve es que en los niños expuestos a adversidades el desarrollo cerebral es distinto, las conexiones neuronales que se generan son más débiles. El estrés que genera la violencia empieza a contaminar el desarrollo del cerebro. En los primeros años ya hay una brecha en el desarrollo cognitivo y socio emocional».

Preocupados por esto, Moya y Arturo Harker, profesor asociado de la Universidad de los Andes, empezaron a desarrollar un programa en 2013 que apuntaba a proteger el desarrollo infantil en comunidades expuestas a la violencia. Para ese momento hicieron una alianza con el Programa de Trauma Infantil de la Universidad de California y desarrollaron un currículo grupal de acompañamiento psicosocial en este tema. Lo probaron en Bogotá, con buenos resultados, y, para 2018 lo llevaron a Tumaco.

En este municipio, el más victimizado de Nariño, pusieron a andar el programa Semillas de apego, gestado por la Universidad de los Andes, Genesis Foundation, el Programa de Trauma Infantil y la Fundación Éxito, con apoyo de la Fundación Femsa, Coca-Cola Foundation, Saving Brains y Primero Lo Primero.

Son 15 semanas en las que las madres y cuidadores principales (vinculadas a los Centros de Desarrollo Infantil de Tumaco) se reúnen una vez a la semana por 3 horas en sesiones grupales. En este tiempo, trabajadoras sociales locales y comunitarias, apuntan, primero a construir confianza; luego a abordar las consecuencias en salud mental que tiene el conflicto en las participantes; y a conocer algunas estrategias que pueden utilizar para abordar las situaciones traumáticas, entender lo que les ha pasado y enfrentar las situaciones. Luego, también hay un espacio para que ellas se den cuenta de lo que están pasando sus hijos e hijas. Este 2019 terminaron su cuarta capacitación en el municipio.

Las mamás necesitan procesar sus traumas

El profesor Arturo Harker es enfático en señalar la importancia de la salud mental y emocional de las víctimas, especialmente de las madres y cuidadores. «Empezamos a hacer este trabajo porque en toda la infraestructura que se estaba montando para atender a víctimas del conflicto armado veíamos un vacío grande en la parte de provisión de servicios especializados para la primera infancia. Vimos la urgencia de pensar en algo que pudiera darles herramientas para prevenir esos efectos que tiene la violencia en esa primera parte de la vida».

Esto es importante porque el 65% de las mujeres vinculadas al programa en Tumaco han sido desplazadas y el 85% reportan haber sido víctimas de algún tipo de evento violento. Sus hijos han estado expuestos a la violencia. Durante las sesiones, explica Moya, se empiezan a abordar que “parte de las reacciones emocionales, y de todo lo que pasamos y sentimos como consecuencia de la violencia continua, son apenas normales. Eso genera un momento de cambio porque ellas no se sienten completamente aisladas en su emocionalidad, sino que entienden que la vecina la tiene, la abuela, la señora que cuida al niño en el centro también la tiene y eso empieza a generar un lazo de conexión entre ellas».

De hecho, después de las primeras sesiones estos acercamientos se tradujeron en microemprendimientos entre ellas. Por esto, y por las condiciones de pobreza en las que vive la mayoría de las participantes, Semillas de apego busca articularse con un proceso enfocado a la mejora de condiciones económicas. Esto, más la ayuda emocional y afectiva, ayudaría a cerrar un poco más la brecha que se genera en los niños a nivel mental.

Los niños y las niñas sí se dan cuenta de lo que sucede

«Una de las cosas que nos mencionan muchas participantes al comienzo es que los niños están muy pequeños y no se dan cuenta de la violencia que hay alrededor o que ha afectado directamente al hogar. Y es todo lo contrario. El niño o la niña puede no verbalizar, pero está recibiendo toda esta información”, explica Moya.

Esto, dice Harker, puede afectar habilidades básicas como la memoria, prestar atención y regularse cognitiva y emocionalmente. «Esto es como un sistema de andamios. Si el andamio queda flojo o mal armado en estos primeros años de vida, de ahí para adelante esa brecha, que se puede cerrar, pero mientras pase más tiempo, más va a costar».

Cristina Gutiérrez de Piñeres, directora ejecutiva de la Fundación Génesis, que trabaja hace 12 años buscando mitigar las secuelas que este tipo de problemas traen en los niños a nivel de desarrollo, dice que «no solo se afecta el desarrollo emocional, sino cognitivo y en todas sus dimensiones. La carencia de lazos afectivos de los niños con sus cuidadores genera que más adelante los niños tengan desventajas en su proceso de aprendizaje, como en la educación básica primaria».

Por eso, en el tercer módulo intentan entender cómo el niño está afectado y cómo ese vínculo afectivo entre la mamá y el niño o la niña también se perjudica. El proceso se cierra con estrategias que pueden ser efectivas para construir estos vínculos. Y han visto resultados, como ver la transformación de los usos culturales, como el maltrato, el pegarle al niño o a la niña cuando está llorando. “Esto entra en contradicción con lo que trae el programa”, dice Moya. Sin embargo, sucedió que una mamá tuvo una diferencia con la abuela porque esta quería pegarle al niño. Ella, por el contrario, lo miraba a los ojos, le preguntaba qué pasaba y cómo se sentía y el pequeño respondió a esta estrategia.

Tomado de El Espectador

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