El médico alemán Edzard Ernst es muy popular entre quienes defienden las llamadas terapias alternativas. Desde hace más de dos décadas se trazó, desde la Universidad de Exeter, en Reino Unido, estudiar su efectividad. Si eran tan útiles como lo promocionaban varios de sus colegas, solo había un camino para despejar las dudas: estudiarlas con la rigurosidad del método científico. Sus pesquisas lo condujeron a una conclusión que desde varios años ha tratado de replicar en libros, en universidades y en medios: no sirven para nada. En 2015, Ernst compiló su vida en un libro cuyo título resumía esa eterna discusión: Un científico en el país de las maravillas (A scientist in Wonderland).
“Lento, pero seguro, me resigné al hecho de que, para algunos fanáticos de la medicina alternativa, ninguna explicación será suficiente. Para ellos, parecía haberse transformado en una religión, una secta cuyo credo central debe ser defendida a toda costa contra el infiel”, escribió en un apartado.
La historia del dióxido de cloro se asemeja mucho a la descripción que hacía Ernst. Desde que hace unos días Noticias UNO reveló que el médico Yohanny Andrade estaba, al parecer, suministrándoselo a varios pacientes en el Hospital San Carlos, ese compuesto se popularizó. También entró en el radar del Invima: “en Colombia no se han presentado solicitudes para realizar estudios clínicos sobre la seguridad y eficacia del dióxido de cloro en el tratamiento del COVID-19 (…). No es reconocido como medicamento por ninguna agencia sanitaria”, señaló. “No participe en estudios clínicos con esta sustancia”.
Aunque el hospital aseguró que en ningún momento había sido aprobado el uso de dióxido de cloro ni había sido suministrado a pacientes, el caso de Andrade, cuyo contrato fue suspendido, revela enormes problemas. El principal, dice Boris Pinto, profesor de bioética de las universidades del Bosque y Rosario, es que eso demuestra los pobres criterios éticos de algunos médicos para hacer investigación. “Es terrible que eso suceda en Colombia. Es como si estuviéramos haciendo ciencia de principios del siglo XX”. El protocolo de Andrade, y en el que además figuran Eduardo Insignares-Carrione y Blanca Bolaño, tenía otro enorme problema: las poblaciones para su ensayo incluían niños. Un “desastre” es la mejor palabra que encuentra Pinto para calificarlo.
Dejando a un lado los cientos de cuestionamientos que pueden hacerse a estos médicos, lo que sucedió esta semana reveló que hay muchos caminos por los cuales se está comercializando el dióxido de cloro. Además de los videos que circulan en WhatsApp, presentándolo como un gran descubrimiento, hay más médicos que lo promocionan. La doctora Merci Blanco Bocachica es una de ellas. En un video en Youtube en el que se presenta como médico cirujano y especialista en terapias alternativas y en farmacología vegetal de la Fundación Juan N Corpas, le pide a Claudia López, alcaldesa de Bogotá, que tenga en cuenta el dióxido de cloro para prevenir y tratar a los pacientes con el nuevo coronavirus.
Su presentación podría convencer a cualquiera. Con un tablero y con marcador explica cómo podría actuar esa sustancia que ella vende y promociona en Instagram. Recomienda gargarismos y enjuagues. Dice que se ha estudiado por más de 100 años y enumera una larga lista de patógenos que el dióxido de cloro podría eliminar. Al momento en el que se escribe este artículo, casi 12 mil personas han visto a la doctora Blanco. “Es un atrevimiento lo que están haciendo con Andrade”, dice al otro lado del teléfono. “Claro que me interesa hablar. Hay que incitar a la gente a que se cuestione”, replica. Pactamos una llamada que jamás volvió a ser contestada.
Una gran mentira
Es posible que el “éxito” comercial del dióxido de cloro empezara en 2006. Ese año fue publicado un libro con un título seductor: La solución mineral milagrosa del siglo XXI (The Miracle Mineral Solution of the 21st Century). Su autor era James Humble, un estadounidense canoso y con cara de bonachón que había aparecido con una historia adornada de fantasía. Tras participar en 1996 en un proyecto de extracción de oro en América del Sur (posiblemente en Guyana) había encontrado lo que él llamaba una sustancia milagrosa: podía curar la malaria.
“Desde entonces”, resume en su página web, había comprobado que servía para “restaurar la salud” de personas con males muy diversos. Cáncer, diabetes, hepatitis A, B y C, enfermedad de Lyme, esclerosis múltiple, Parkinson, Alzheimer , VIH/SIDA, autismo e infecciones de todo tipo hacían parte de la lista que mencionaba. Por eso le había puesto ese nombre: solución mineral milagrosa o MMS, como se empezó a conocer desde entonces.
Es difícil creer que un charlatán como Humble hubiese adquirido tanta popularidad. Como anotaba el profesor Ernst, en ocasiones estas prácticas se asemejan más a una religión y a comportamientos de fanáticos. Humble se convirtió en gran representante de esas palabras: fundó una iglesia que llamó Génesis II para que sus fieles aprendieran a tratarse con MMS. Él se autodenominó su arzobispo. Aunque no es claro si tiene una sede en Colombia, según su página web hicieron seminarios en Bogotá y Cali en 2013. En Facebook celebran que médicos como la doctora Blanco lo recomienden.
En 2010, la FDA (el Invima de EE.UU.) empezó a notar que algo no andaba bien con ese producto. Ese año emitió una primera alerta en la que calificaba el MMS como “un potente blanqueador utilizado para despojar textiles y tratamiento de aguas industriales, que puede causar náuseas, vómitos, diarrea y síntomas de deshidratación severa”. Sin embargo, el problema ya se había salido de las manos. En 2019, cuando el comercio del MMS se había extendido por redes sociales y páginas de comercio, publicó otra alerta, donde identificaba una larga lista de derivados. “No hay ninguna investigación que demuestre que estos productos son seguros o efectivos (…) Hemos recibido informes de consumidores que han sufrido vómitos severos, diarrea severa, presión arterial baja potencialmente mortal causada por deshidratación e insuficiencia hepática aguda después de beber estos productos”, advertía.
Sus advertencias no fueron escuchadas por todos. Como contaba la periodista Tiffany Hsu, en The New York Times, el año pasado la FDA tenía reportes de, al menos, 20 personas afectadas por ingerir el supuesto elixir milagroso. Siete habían muerto. Dos en 2018, una en 2017, otra en 2014, y tres más en 2013, 2011 y 2009. La Asociación Estadounidense de Centros de Control de Envenenamiento también había registrado 226 casos de exposición a “blanqueador” de uso no doméstico.
Humble, que siguió divulgando su idea en YouTube, no fue el único culpable. Otros autores se aventuraron a recomendar el dióxido de cloro. Kerri Rivera, homeópata, escribió un libro llamado Healing the Symptoms Known as Autism, en el que recomienda que los niños con autismo tomen baños de MMS. En 2019, Amazon lo eliminó de su catálogo. Pero, quien más parece haber contribuido a extender la idea de usar el dióxido de cloro es el alemán Andreas Kalcker. En su página web cuenta que se conoció con Humble en Santo Domingo y le hizo unas modificaciones a su producto. Es él quien ahora aparece en videos recomendándolo para tratar el COVID-19. Basta explorar su según su web para saber que sus argumentos parecen traídos de un mundo en constante conspiración: “Vacunas, ¿el fraude médico más grande de la historia?”, escribe en un apartado.
“Un verdadero charlatán sin ningún respaldo científico”, dice Pinto. “Cada vez que hay una epidemia aparece este personaje ofreciendo su dióxido de cloro. Y como vende un discurso de ‘David contra Goliat’ en el que él dice tener una cura que las multinacionales quieren ocultar, termina generando una gran expectativa”. Un verdadero peligro”, agrega Carlos Calderón, médico farmacólogo y profesor en la U. Rosario. “Si alguien toma esa sustancia puede tener serios efectos adversos o, posiblemente, si tienen COVID-19, interrumpan su confinamiento al creer que están curados”.
“A pesar de advertencias previas, a la FDA le preocupa que aún se vendan productos de dióxido de cloro con afirmaciones engañosas de que son seguros y eficaces para el tratamiento de enfermedades, ahora incluyendo el COVID-19”, dijo hace unos días Stephen M. Hahn, comisionado de la FDA. “Su venta puede poner en peligro la salud de una persona y retrasar el tratamiento médico apropiado”.
¿Por qué, en medio de tanta incertidumbre, hay entonces médicos que recomiendan terapias falsas o “alternativas” como el dióxido de cloro? El profesor Ernst, de la U. Exeter, tenía una hipótesis: “Es casi comprensible que, si un médico tiene problemas para comprender las causas multifactoriales y los mecanismos de una enfermedad o no domina el complejo proceso de llegar a un diagnóstico y la búsqueda de un tratamiento eficaz, esté tentado a emplear, en su lugar, conceptos como la homeopatía o la acupuntura, cuya base teórica es muchísimo más fácil de entender”.
Tomado de El Espectador