Urbina: Los delitos ambientales y contra los derechos humanos van mano a mano

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Madrid, 11 de octubre de 2022.- La crisis ecológica es indisociable de la alegalidad de los océanos, donde trabajan al menos 56 millones de personas a nivel global y, aún así, suponen una suerte de vacío legal, recuerda el periodista estadounidense Ian Urbina, dedicado investigar la vulneración de derechos humanos y medioambientales en el mar.

«Los crímenes contra los derechos humanos van mano a mano con los delitos ambientales», asegura en una entrevista con EFE el reportero, autor del libro ‘Océanos sin ley’, que ya cuenta con un premio Pulitzer y que acaba de ganar también un Emmy por el documental ‘Get Away from the Target’, del que ha sido director ejecutivo.

Su trabajo, que desde hace siete años se ha centrado en la alegalidad en los océanos, se puede encontrar en decenas de artículos en The New York Times -periódico donde trabajó casi dos décadas-, así como en otros medios internacionales.

El equipo de Urbina, volcado en la investigación periodística desde la organización sin ánimo de lucro The Outlaw Ocean Project, tiene además varios proyectos audiovisuales en marcha: ha estrenado en las semanas recientes el podcast The Outlaw Ocean -producido junto a la cadena CBC y LA Times-, y planea lanzar próximamente una serie documental, una película y un videojuego.

OCÉANOS Y CRISIS CLIMÁTICA

A menos de un mes de la COP27 en Egipto, donde el periodista participará también en una ponencia, Urbina incide en el papel -a su juicio, aún «pasado por alto»- que juegan los mares en la crisis climática, tanto para contribuir al problema como para mitigarlo mediante la captura de carbono u otras soluciones.

Los océanos, subraya, son por su extensión un arma de doble filo para el planeta: por un lado, la degradación ambiental que se da bajo el mar corre el riesgo de no generar la suficiente alarma porque no se ve y, sin embargo, tener un impacto irreparable, y por otro, el potencial para escalar las intervenciones puede suponer una solución efectiva para frenar el calentamiento, juzga.

Respecto a los impactos invisibilizados, Urbina arguye que, por ejemplo, si ocurre un episodio de blanqueo masivo de coral -que según los científicos podría llegar a desencadenar un proceso irreversible a partir del cual sería prácticamente imposible evitar las peores consecuencias del calentamiento-, el daño sería de dimensión global.

Y, aún así, recalca que no hay el mismo grado de concienciación de las consecuencias climáticas de la muerte de los corales o de ballenas -grandes sumideros de carbono- que el que se ve, por ejemplo, con la destrucción de los bosques, que están a plena vista.

Así, «menos del 2 % de los dólares filantrópicos se destina actualmente a los océanos», aduce Urbina.

También destaca la estrecha relación entre la crisis ecológica y la vulneración de derechos humanos, y explica que, por ejemplo, el agotamiento de los caladeros por la sobrepesca y el cambio climático -que causa no sólo la desaparición de especies sino también la migración de peces hacia zonas más frías- favorece el trabajo forzado en aguas internacionales.

El motivo es que a los armadores les resulta más difícil encontrar mano de obra para sus buques pesqueros si éstos deben ir cada vez más lejos para encontrar peces, pues ello supone que las tripulaciones deben pasar más tiempo en alta mar -fuera de casa-, y esto hace que muchas empresas recurran a lo que se conoce como «esclavitud marina».

Antropólogo social de formación, el periodista decidió centrar su mirada en esos dos tercios del planeta donde, alega, casi todo está aún por contar, un espacio que a diario transitan decenas de millones de personas dedicadas a la pesca, a la marina mercante o a otras industrias -como la energética o la turística- que operan en los océanos.

A bordo de todo tipo de embarcaciones, Urbina ha podido seguir la pista de asesinatos, esclavos del mar, furtivos, piratas o vertidos intencionados, entre el sinfín de delitos que se dan con frecuencia en aguas internacionales, allá donde la legislación es incapaz de llegar y donde la poca regulación que existe es difícil de controlar.

Por Marta Montojo

EFE

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